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Me empezaba a gustar verla en otros lugares, algo distinto a las cuatro paredes de siempre

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Me empezaba a gustar verla en otros lugares, algo distinto a las cuatro paredes de siempre.

—Oye, Agni —me llamó Dax cuando pasé por delante de su oficina—. Ya compre los boletos para mañana, el partido empieza a las seis con treinta.

Alce el pulgar y continué mi camino.

Estoy a punto de abrir la puerta de la oficina de Nadir cuando escuché voces en el interior. Toqué para no parecer un desquiciado que no respeta la privacidad ajena.

Tras recibir un «adelante» de mi buen amigo, giré el pomo y me impresioné al encontrar a Alena sentada en el sillón.

—¿No pensabas pasar a saludar? —me acerco a besar su mejilla.

Levantó sus hombros indiferente, fue un acto apenas perceptible, pero su sonrisa coqueta fue todo lo contrario.

Sonreí ladino a causa de su encanto.

Esa fue de las primeras veces que la mire con otros ojos, unos con un brillo que me permitían apreciar su belleza y no de una manera sexual, sino preciosa. Era el rostro que podía mirar a diario y no cansarme nunca.

Las facciones del rostro de Alena son muy bonitas y no se discute, pero la capa de maquillaje que la cubría cada vez que la había visto, la volvía peligrosamente atractiva. El labial rojo era lo que más resaltaba y era tentador, no me importaba que dejará su rastros por mi ropa o en el mejor de los casos, en mi piel.

—¿Se te ofrece algo? —preguntó Nadir—. Además de comerle la boca a mi amiga.

—Los boletos para el partido de béisbol ya los compró Dax —le informe antes de olvidarlo—. Seis, mañana. Termina con esto —le entregué unos papeles.

—¿Algo más? —indagó tras recibirlos.

—Un café, con tres de azúcar.

Sonríe sarcásticamente y me muestra su dedo medio.

—Yo también —dijo Alena—, sin tanta azúcar.

Me regaló una linda sonrisa.

—Ve por ellos, campeón —Nadir meneo su mano invitándome a salir de su espacio.

—Bien, me voy. Al parecer interrumpo algo... —vuelvo a acercarme a Alena—. ¿Salimos en la noche? Te espero en Vault —susurré.

Mi intención es irme confiado de que la veré más tarde, sin embargo, sus palabras me frenan.

—No voy a llegar, tengo un compromiso —me hizo saber.

—Está bien, nos vemos luego —besé sus labios y me dirigí por fin a la salida.

—¡Cierra la puerta!

Me regresé de espaldas y jalé la puerta, cerrándola detrás de mí.

—Señora Liza —llamé a la asistente—, por favor, un café para mí en mi oficina y otro con menos azúcar para la señorita Lahsen, ella se encuentra en la de Nadir. 

Señorita Lasheeeeeeeen, que bella es usted

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Señorita Lasheeeeeeeen, que bella es usted. Tiene a un loco  sus pies. 

Chaito, nos seguimos leyendo. 

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora