Al principio pensaba que las señales de Alena eran claras, luego creí que ella captaba las mías. Resultó ser que ella entendía todo de la misma manera en que comenzó nuestra relación, porque nada, entre nosotros, había cambiado.
Y eso me convertía en un idiota. El mayor idiota de la historia.
—He visto un poquito —alargó mucho la última sílaba— tarde tu mensaje —se apoya del umbral con una mano y en la otra sostiene unas zapatillas plateadas.
No había rastro de su aroma a fresa. Apestaba a todo tipo de alcohol mezclado.
Vaya que sí había visto muy tarde el mensaje. Ya eran las tres de la mañana, para su fortuna mi sueño era muy ligero y el timbre muy molesto.
—Ven acá—rodeé un brazo por su cintura y la levanté del suelo. Tan ligera como una pluma.
Me surgió la duda de si comía en ese preciso instante.
—¡Uh! Oye, el sillón parece cómodo. Nunca lo hemos hecho allí.
Encendí los focos de la sala y de la cocina para luego llevarla al sillón.
—Ya quítate la pijama —tiró de mi camisa. Intenté apartar sus manos, pero es una aferrada y solo el olor de la cocina la distrajo—. ¿Eso es pollo?
—Sí y voy a traerte, así que quédate aquí.
Apenas así sus manos fueron capaces de soltarme.
Abrí una gaveta para extraer un plato cuando unas largas uñas postizas decoradas con piedreria aparecieron delante de mí, estiró los dedos intentando alcanzar la llave del grifo.
—¿Qué pretendes?
—Lavarme las manos, no voy a comer con ellas sucias.
Lo hice por ella y me moví a un lado, para que pudiera hacerlo mejor.
—¿Has manejado borracha hasta aquí? —pasé los mechones de su cabello hacía atrás y descendió sobre su espalda como una cascada negra.
—No, el chofer ha estado haciendo su trabajo —levantó los brazos hacia al frente, a la altura del pecho y simuló que conducía, hizo sonidos de motor desde lo más profundo de su garganta.
Que talentosa.
—¿Así que borracha eres divertida?
—Y más sexi —me guiñó un ojo de una manera tan seductora que sin siquiera habérselo propuesto.
No había visto más de dos ocasiones en las que se le fuera la mano con el alcohol y su actitud cambiaba a una seductora en apuros que necesitaba besarse con el primero que le dijera que sí. Ahí estaba yo para no negarme, sus manos vagaban por la ropa, queriendo encontrar un acceso para sentir la piel con piel, deseosa de ir rápido.
La convencía de andar a casa primero y una vez conduciendo por las avenidas, daba más vueltas de lo necesario para darle largas y no llegar a casa tan pronto. Estaba borracha y eso no significaba que era menos inteligente, peleaba al percatarse que tomaba otro camino, la primera vez me acusó de querer robarla y unos minutos después, su cuerpo se relajó y el cansancio la hizo caer en un sueño profundo. Cuando llegué a casa fue como bajar un tronco de lo rígido que estaba su cuerpo. En la segunda ocasión solo dijo «deja de gastar combustible, ya me voy a dormir» y me hizo más sencillo el trabajo.
—Tú siempre eres sexi —cerré la llave—. Ahora, vamos a la mesa... necesitas comer.
Pero en ese tercer momento no solo buscaba el contacto de la piel sino que hablaba mucho y solo para obviar las tonterías que yo le decía.
Y esa faceta de bromista nunca antes la había presenciado, no pueden culparme de sonreír pensando en toda la noche que, si la conociera lo suficientemente bien, tendría más momentos divertidos a su lado.
—Me gusta no tener que hacer ejercicios muy seguidos por la noche —se llevó una porción pollo a la boca—, tampoco llorar en la ducha —sus ojos parpadean con lentitud, le costaba mucho mantenerlos abiertos—. Y aparentar ser una mujer fuerte no es de alguien que realmente sea fuerte. Solo es un teatro de una obra barata.
Mi puño sostenía mi cabeza, presté atención a sus palabras y fui capaz de imaginarme a una real Alena, una que deja caer una careta al suelo como si la obra hubiera acabado.
Ella suspiró mirando ya con desdén la comida.
—Tú no parece ser que aparentas —le dije—, ¿por qué dices eso?
—Exactamente por eso, es un engaño en el que todos caen. ¿De qué me serviría que sepan la verdad? Me verán débil y solo yo puedo saber cuán débil soy.
Me puse de pie para acercarme y me coloqué de cuclillas.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? Me gustaría entenderte...
—¿Puedes servirme enlazada y más agua? Me asqueé del pollo.
Guarde silencio y aplane los labios. Al parecer se había dado cuenta de lo mucho que contó.
—Claro —fue mi turno de suspirar.
«Necesita tiempo, en su momento me lo contará» pensé.
Para mí, todo giraba a mi alrededor. Estaba seguro de que ella me quería a su manera y que yo iba a rescatarla del dragón que bloqueaba su camino, sería yo su apoyo y el que ella escogería, ignorando que no se trataba de mí ni de nosotros, sino de lo que con ella estaba pasando y de lo que no iba a suceder entre nosotros.
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Días nublados
Short StoryHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...