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El día siguiente recibió muy temprano a Faina pese a estar acostumbraba a vivir en vigilia en las horas que uno más necesita descansar

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El día siguiente recibió muy temprano a Faina pese a estar acostumbraba a vivir en vigilia en las horas que uno más necesita descansar.

Despertó a media noche al escuchar como su abuela merodeaba por la cocina. La encontró mojando unos trapos en el lavado. Sin preguntar por qué lo hacía, se acercó a tocar su frente, la piel le hervía. La herida en el codo al menos seguía anestesiada, el medicamento que el médico les brindó le hacía ese favor.

Pasó el resto de la madrugada cambiando los trapos para mantener lo menos acalorada a su abuela. Cuando hubo amanecido, acudió a casa de su vecina, milagrosamente la halló despierta para ser tan temprano y contaba con las pastillas que Faina le solicitaba de favor.

Más tarde, cuando Faina escuchó rugir por hambre el estómago de su hermano y abuela, salió de casa con el último dinero que portaba con ella.

La noche por fin había caído. Dolores se encontraba mejor y aunque se sentía inutil sin hacer nada, era reprendida por su nieta cada que intentaba mover un plato siquiera, sabía que necesitaba seguir cuidando su brazo pero le era más difícil quedarse quieta.

Faina esa noche pudo tener buenas horas de sueño. El agotamiento de los días anteriores la habían consumido.

Pero muy temprano, al amanecer, el cuento fue similar al día anterior.

—¿A dónde crees que vas?

Dolores pretendía vestirse para ir a trabajar.

—Mis jefes solo me dieron libre antier. Ya falte ayer, si no regresó hoy la paga de la semana será mínima.

—Necesitas descansar otro día.

—Faina, voy a ir —zanjó—, no tienes autoridad para decirme que hacer.

Esas palabras la hicieron reflexionar, ella tenía razón. ¿Quién se creía para decirle que hacer a su mayor?

—Abuela, déjame ir a mí entonces —aunque no quería que su abuela fuera a trabajar en tal estado, la estaba ayudando a colocarse la ropa porque lo que menos quería era que se lastimara. ¡Con lo estatura que era!

Su abuela se detuvo a pensarlo, finalmente rendida, aceptó y le explico cual era el trabajo por hacer. Confiaba en su nieta para llevar a cabo la tarea doméstica asignada, de lo contrario, no habría apoyado que la relevara.

Cruzó las puertas del domicilio, que para ella parecía una mansión, mientras alisaba su ropa. Tocó con cuidado su cabello, el peinado de dona seguía decente, el viento no pudo ganar la batalla contra la cantidad de gel que se aplicó. Sus brazos aun seguían adormecidos por el tiempo invertido en realizarlo, con tu tipo de cabello fue una tortura.

Ni hablar del agotamiento de sus piernas, veía al piso como mascota que espera a que su dueño le sirva comida. Todos los días recorría extensos kilómetros caminando, ese no era el problema, sino el haber tenido que huir del perro que la persiguió por varias cuadras. Llegó sedienta pero estaba dispuesta a trabajar.

Saludó a las compañeras de su abuela y planeaba seguir su camino, que con instrucciones de Dolores encontraría el cuarto de limpieza, cuando una de las trabajadoras la detuvo para pedirle que esperara un momento ahí en la cocina.

El lugar la incómodo, se sentía vivo el recuerdo de la última vez que estuvo allí. Dos días atrás, para ser exactos. Inspiró hondo, aminorando el sentimiento y las ganas de llorar.

Se impacientó al cabo de varios minutos en que la señora no regresó. Quería iniciar su trabajo, recompensar el día anterior a como diera lugar. El talón de uno de sus pies subía y bajaba, desesperada.

Sabía que lo prudente era esperar, sin embargo, al tardar tanto decidió andar. El trayecto fue acortado con la presencia de la dueña de la casa acompañada de la empleada que la hizo esperar.

—Le agradezco en nombre de mi abuela el tiempo que le permitió laborar con ustedes, por abrir las puertas de su casa y confiar en ella —fueron sus palabras antes de recibir un cheque y salir de la casa por la puerta trasera. 

 

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Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora