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Con sus dedos, creó una sombrilla para sus ojos que a causa de la resolana del día nublado, no podía fijar su vista al frente con normalidad

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Con sus dedos, creó una sombrilla para sus ojos que a causa de la resolana del día nublado, no podía fijar su vista al frente con normalidad. Caminó hasta la parada del transporte, durante el trayecto sus rizos volaban en dirección al este por el viento. Se colocó tras un cartel publicitario y esperó. Al subir al camión, escogió un asiento pegado a la ventana, el cielo se alumbraba de incontables rayos seguidos unos tras otros, temerosa de que uno cayera cerca, se recorrió al lado del pasillo.

Bajó y caminó por extensas cuadras, hasta llegar al despacho.

—No hay manera de que puedas recuperarlo, por tu puesto en el club nocturno no hay manera de que te den la potestad de Rayco.

Faina miró un punto fijó de la madera del escritorio sin decir nada, cuando una lágrima descendió por su mejilla, el abogado dio otra mala noticia. Siempre había malas noticias.

—Cecilia tampoco es candidata —de un cajón del escritorio sacó una caja de pañuelos, los desplazó por la superficie para hacérselos llegar.

—Voy a buscar a su padre, ese hombre tiene un negocio y una familia, nunca ha reconocido a Rayco como su hijo pero, voy a pagarle si es necesario.

Alzó la mirada directo a los ojos del hombre frente a ella, aunque las lágrimas habían dejado de escabullirse, sus mejillas estaban empapadas.

—Mucha suerte.

Se levantó del asiento y estiró la mano para estrecharla y despedirse. Tras su salida, el hombre observó cómo permanecía en su mismo sitio la toallita que sobresale de la caja, la misma que pudo haberse llevado Faina, pero no lo hizo. Ofrecer un pañuelo no bastaba para reparar la situación.

Con la dirección en su mente, se dirigió a aquella tienda por la que una vez transitó por delante. Sabía de ello por que su propia madre lo contaba, alardeaba que esperaba al padre de Rayco en el carro mientras este bajaba y despistaba a su esposa e hijos, nunca ponía de su parte ocultándose, sino que esperaba que fuera vista por quien sea.

Antes de llegar, por la acera de enfrente, a unos cuantos comercios había una farmacia, Faina ingresó y compró una botella de agua, se acercó a la salida y bebió mirando en dirección de la ferretería a la que se dirigía.

Un auto se estacionó justo delante y antes de que la puerta del piloto se abriera, supo quién bajaría porque era la misma camioneta que llegaba a su casa unos ocho años atrás. Cerró su botella de agua y la guardó dentro de la mochila que colgaba de un hombro.

Tiró de la puerta y salió, sin dar vuelta atrás, retirarse suponía resignarse a abandonar a Rayco.

Casi al llegar, escuchó risas y una le fue sumamente familiar.

Cuando se asomó, en la gran entrada, una mujer detrás del mostrador se enserio pensando que era una cliente.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora