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—Nueve con diecinueve —respondió el hombre al que Faina detuvo a media cuadra para pedirle la hora

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—Nueve con diecinueve —respondió el hombre al que Faina detuvo a media cuadra para pedirle la hora. Le agradeció y se despidió dejando en claro que se encontrarían luego, el desconocido sonrió por aquella sútil manera de ser y le correspondió de la misma manera—. Nos vemos pronto, ve con cuidado.

Y así, Faina dejó atrás al buen señor.

Siguió andando por las calles de su ciudad. Se adentraba cada vez más a una parte a la que no acudía con frecuencia, rogaba al cielo no perderse.

Revisó el croquis de papel que portaba en su mano y leyó el nombre de la calle que estaba delante, para su alivio se hallaba en el lugar correcto.

Casi se atragantó con su propia saliva al percatarse de la extravagante librería a la cual iba a entregarle el pedido.

Restregó sus pies en la banqueta para desaparecer rastros de suciedad creyendo que mancharía el piso. Si hubiera ocurrido, se habría lamentado y vivido con la culpa, ya que para ella, entrar a una librería es un lugar sagrado al que no puede acceder cualquiera.

«¿Si me quito los zapatos?» pensó acercándose.

Volteo arriba y aprecio una hermosa terraza en el tercer piso. Si tan solo ella pudiera estar allí arriba degustando una malteada mientras leía un maravilloso libro...

Su mano se aferró al tirador de la puerta y la empujó, le costó no aplastar la fruta a la misma vez que ingresaba, el cristal era pesado para sus delgados brazos.

Con un pie dentro, recibió de golpe el olor a papel. Sus ojos se cerraron por unos breves segundos para gozar y por ese mismo tiempo se sintió la protagonista de un libro.

«¿Había algo más que la llenara tanto como el aroma de los libros?».

Su mirada se desvió en todas direcciones. No lograba captar algo en concreto, eran muchos colores aquí y allá. Acabó mareada.

Aunque quiso perderse por cada pasillo, fue profesional y eficiente, además, llegaba justo a tiempo para la hora de la entrega.

Una risa inocente se le escapó cuando la empleada que la recibió le pidió que esperara un momento, iría en busca del pago. La vio subir unas escaleras.

Suponiendo que tardaría, no le quedaba de otra que cotillear un poquito por ahí, rondaría cerquitas.

Los títulos abundan, unos más llamativos que otros, algunos con portadas lindas y otras eran sencillas, pero cada libro era intrigante y tenían mucho que contar.

Faina quería conocer de pies a cabeza cada historia que tuviera final feliz.

Si ella no lo iba a tener, le agradaba saber de otro que sí.

Su mano estaba alzada, la punta de sus dedos rozaban los lomos apilados. Desea hojear un libro.

Al final de un pasillo, uno muy alejado del mostrador donde la abandonó la empleada esperando, se encontró con una persona que tenía una bonita sonrisa.

Con su grata presencia guiándola en su atrevida aventura, no había nada más que pudiera mejorar el momento.

—De mis primeros clásicos —se estiró para sacar una obra que la propia Faina pudo haber alcanzado—. Entre más lo releo, más lo comprendo y más me entristece el mundo.

Faina rozó los dedos de Deo al recibirlo, tragó saliva y se apresuró a moverse un poco para atrás. Abrió el libro justo en el primer capítulo.

—No lo he leído —confesó ella.

—¿Qué ves aquí? —preguntó Deo a la vez que acortó la distancia puesta por Faina solo para señalar un dibujo.

—No lo distingo pero podrían ser muchas cosas —le respondió—, a lo mejor dos sillas de diferentes tamaños que están ocultas por una manta y dentro se refugian dos niños, están simulando que es su hogar.

—Hogar —repitió Deo pensativo.

Faina afirmó dudosa de su interpretación.

—Yo nunca le he hallado alguna forma de primera impresión, solo lo noto hasta que el libro lo explica.

—¿Qué es?— preguntó Faina devolviendolo a su sitio.

—Una boa que ha devorado un elefante —aclaró él.

—Era evidente —dijo ella.

Él sonrió.

—Supongo que sí —siguió a Faina quien observaba maravillada los estantes—. ¿Cuántos libros hay en tu biblioteca?

«¿Biblioteca?».

—No tengo libros —respondió ella—, a menos que los escolares cuenten —quiso bromear.

Recordó que a dichos libros les faltaban bastantes páginas, los usaba para apoyar las tareas de su hermano y recortaba alguna que otra imagen bonita. Las pastas estaban en las últimas.

—¿Por qué no, Faina?

Ambos notaron el detalle justo cuando su nombre salió de los labios de Deo. Los dos, de estar distraídos, se voltearon a ver y sintieron tan lento el momento en que sus ojos se encontraron. Incluso el parpadear era de película.

Ella mostró sorpresa.

«¿Cómo lo sabía» se cuestionó Faina. Quiso molestarse pero...

—¿Lo he pronunciado bien? No distingo bien las letras de tu gafete, olvide mis lentes —habló él, tan tranquilo, como si no hubiese cometido un grave delito.

Que vaya que lo era.

Mentalmente Faina se golpeó la frente con la palma de su mano. Olvidaba que en su trabajo le dieron un gafete que debía traer colgado siempre al laborar.

—Sí —asintió y viró a otro lado, ocultando una sonrisa que le provocó escuchar a Deo diciendo su nombre. Extrañamente el recuerdo se reprodujo una y otra vez—. No he podido permitirme comprarme un ejemplar —respondió a la anterior pregunta para continuar el tema—. Deseo que pueda ocurrir en algún momento, pero por lo pronto, está bien así. Debo ocuparme de otras cosas. Rayco necesita de mucho alimento, le exigen material en la escuela y juguetes, merece divertirse. ¡Se encuentra en pleno desarrollo, es un caos esta etapa! —la siguiente sonrisa que externo fue a causa de pensar en su compañero de vida.

Deo asintió, expresando comprensión y aunque quiso realizarse unas preguntas, intuyo que lo adecuado era posponerlo para otro momento.

Optó por continuar contándole sobre más historias. Le fue un deleite observar sus expresiones ante cada nueva historia que le relataba.

Era tan empática con cada situación, incluso por más falsas e irreales que estas fueran. 

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Hubo actualización antes de este capítulo, por si Wattpad te trajo directo aquí. ❤

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora