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Faina se miraba por una última vez en el espejo, verificando que su cabello estuviera bien peinado

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Faina se miraba por una última vez en el espejo, verificando que su cabello estuviera bien peinado. La banda rosa que lo adornaba resaltaba sus preciosos y característicos rizos.

—Corazón, ¿estás lista? —preguntó Dolores asomándose en la habitación.

Desvió la mirada de su reflejo y la direccionó hacia su abuela y asintió con una sonrisa satisfecha. Salieron de casa y afuera ya les esperaba Rayco, sobre la banqueta jugaba a los carritos con el hijo de los vecinos que era de edad muy pareja a la suya.

—Vas a ensuciarte, hermano —se quejó cerrando la puerta de casa.

El menor ni siquiera la escuchó.

—Vamos, corazón —llamó a su nieto—. Volvemos más al ratito —agregó despidiéndose del otro niño.

Durante el camino, los menores se amoldaron al paso de Dolores para evitar que su respiración se viera afectada, necesitaba ir con un ritmo más lento de lo acostumbrado.

La situación desesperaba a Dolores a menudo, pero no lo transmitía a sus nietos, no quería que ellos absorbieran esas quejas y adoptaran un mal humor o una preocupación que sentía no ser relevante. Estaba muy bien familiarizada con recorrer caminando varios kilómetros a diario y ahora el peso de la edad y la situación médica la obligaban a andar con suavidad. No le agradaba mucho, ella no era tan «lenta», se decía a sí misma.

Aquel día que la familia de tres salió de tarde, aunque aún muy temprano, las nubes comenzaban a teñirse de tonos rosas y anaranjados impregnados de los rayos del sol. El viento danzaba en un vaivén fresco y húmedo, advirtiendo que pronto comenzaría a llover.

Estando una delante de la otra en la mesa de madera, degustando una nieve en cono y con la atención centrada en Rayco que se columpiaba en el parque, Dolores dejó de sentir el sabor dulce del postre y este volvió amargo, ya no estaba disfrutandolo. Su mirada fue de Rayco a Faina. Intentó hablar, no supo cuáles debían ser las palabras adecuadas para iniciar el tema.

—Siento que crece tan rápido —dijo Faina con cierto tono divertida y nostalgia.

—Cuando menos pensemos ya estará más alto que nosotras —también lo dijo alegre, sin embargo la emoción desapareció muy pronto y la chica frente a ella lo notó.

—¿Pero por qué te pones triste? —estiró su mano para colocarla sobre el dorso de Dolores.

«Era momento de hablarlo» se decidió la adulta.

—He estado pensando y creo que deberíamos mudarnos —se relamió los labios fríos por el helado—. Ya no es muy seguro donde estamos, todo es tan diferente a mis tiempos...

La adolescente la miró con debida atención. Las últimas palabras provocaron que no la tomara en serio.

—¡Claro que las cosas cambian, abuela! —se rió—. Pero sigue siendo un buen lugar.

—No, corazón. Se ha vuelto un lugar peligroso, la mayoría de los jóvenes que viven por la calle están metidos en cosas ilegales, no quiero que arrastren a Rayco a lo mismo.

Viendo la seriedad de su abuela, también lo tomó como tal.

—¿De verdad quieres abandonar la casa del abuelo? Tú me has hablado de lo mucho que trabajó para darle un techo a su familia. Si el abuelo estuviera aquí, no creo que estaría de acuerdo.

«Mira donde terminó la familia por la que luchó» le quisó decir.

—Aprecio mucho lo que él hizo, pero ya no está con nosotros.

Faina mordió su labio inferior, sus ojos comenzaron a lagrimear.

—No hables de él así, por favor, aunque ya no este no podemos decepcionarle —Faina se aferraba a un recuerdo inexistente, todo lo que sabía de él era que un día no volvió y todo lo demás era creado por su imaginación en base a las anécdotas que Dolores le contaba.

Ninguna de las dos pudo despedirse de él, Faina aún era una bebé y Dolores tuvo que ir a reconocer su cuerpo tras el incendio que se produjo por error en el restaurante donde trabajaba. El dueño la citó para concederle una indemnización. Visitó una última vez el lugar y de allí solo se llevó más dolor, un vendedor ambulante le contó que aún recordaba los gritos de su esposo y que se encontraba triste por no haber podido ayudarlo.

Dolores imaginó los gritos de auxilio, de dolor y no pudo volver a dormir con tranquilidad durante unos meses.

—Si estas pidiendo mi opinión para mudarnos, no es buena idea —dijo la nieta zanjando el tema. Dolores se quedó con las ganas de confesar el tema que la aquejaba, pero mejor dejó por la paz el asunto. No sería agradable confesar la verdad de Isabela, la que ella creía que ninguno de sus dos nietos sabía, estaba equivocada con la mayor.

Volvieron a su hogar cuando casi había anochecido. Solo Rayco tenía cosas que contar.

Las mayores entraron a casa en silencio, Faina fue directo a la habitación en busca de su celular, esperando encontrar un mensaje de Deo. Dolores preparó la cena y avisó que ya volvía, iría a casa de Cecilia ya que esta la llamaba, supuestamente.

La vecina de enfrente la recibió sorprendida y la invitó a pasar, le ofreció una silla y se dirigió a encender la estufa, le preguntó qué pasaba mientras llenaba la tetera de agua.

—Necesito que me ayudes a vender mi casa.

Pronto, el aroma del café envolvió las cuatro paredes y la conversación de las señoras.

Pronto, el aroma del café envolvió las cuatro paredes y la conversación de las señoras

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Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora