Durante algunas noches seguidas Faina soñaba con alguien, no podía reconocer su cara con claridad pero sí su voz, era como una melodía para su corazón. Se relajaba cada vez que lo escuchaba hablar y su momento favorito era cuando reía.
Esa noche, en la que al fin iba a distinguir su rostro, tuvo que despertar. Corrió por la escoba que se encontraba a una corta distancia para usarla de arma, se acercó a la puerta principal despacio pensando en asomarse por la ventana pero la tomaría desprevenida la persona si lograba entrar.
La puerta se abrió de sopetón y una mujer entró arrastrándose apoyada del marco. Faina se relajó, dejó caer el palo de la escoba sobre la pared.
—Mamá, cuidado —su garganta ardió y fue notorio en su voz, pronunciar esas palabras la torturaban.
—Cierra... —no logró acabar la oración, levantó y dejó caer el brazo, desganada.
Era evidente que podía vomitar en cualquier momento.
Faina pasó por su lado y se impregnó del mal olor de su madre, quitó la llave que no despegó de la cerradura y evitó respirar lo menos posible. Desprendía una mezcla de alcohol, sudor y otras cosas más de las que no quería enterarse .
Aunque la situación era ya como una tradición, siempre llegaba a la luz del día por lo que no pudo imaginar nunca que sería su progenitora quien la despertaría de tan angustiante manera siendo la madrugada.
En su mente, Faina la interrogaba con preguntas y su madre, como cordero asustado respondía que salía a trabajar arduamente por su familia y que por fin, ya no iba a irse de nuevo.
Pero solo se quedaba ahí, en sus pensamientos.
Isabel desaparecería al siguiente día, sin ser una buena hija y menos una buena madre.
Se desplomó en el sillón cayendo sobre la manta de Faina, lugar que ocupaba antes de haberla despertado. Su estómago revoloteo, asqueado. Luego de aquella noche iba a tener que lavarla; sabrá Dios con quienes y en dónde se metió su madre, cuantas veces se baño, se aseo y cambio de ropa.
Pensó en quitarle su almohada antes de dirigirse a la cama con su hermano pero en su lugar, la colocó bajo la cabeza de su madre, con el pensamiento de que así dormiría cómoda.
—Buenas noches, mamá. Descansa.
El silencio y un ronquido fue su respuesta.
Era momento de conocer a Isabel, sé que no fue agradable, lo siento ):
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Días nublados
Short StoryHay momentos en la vida que nunca entenderemos por qué nos ocurren, como: ¿por qué perdí mi suéter favorito? ¿por qué se cayó mi comida al suelo? ¿por qué el semáforo tardó tanto en cambiar? ¿por qué el chofer del autobús no me esperó si estaba apre...