2.12

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—Tú y yo, sí somos clichés

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—Tú y yo, sí somos clichés.

—¿Por qué?

—Nos parecemos mucho. Somos cobardes.

—¿Y yo por qué? —le pregunté con un tono burlón.

Me ofreció su mano justo cuando se ponía de pie. Entrelazo nuestros dedos. El hielo se sintió cálido. Me miró fijamente hasta colocar su cabeza al lado de la mía.

—Dime que no la quieres, que no mueres por buscarla —susurró en mi oído con un tono seductor—. Dime que no sigue lastimando este corazón —mi respiración se agitó cuando coloco la palma de su mano en el órgano mencionado y la subió lentamente—. Júrate a ti mismo que ya no la amas.

Relamí mis labios cuando con su pulgar los delineó.

—Detente, no puedo.

Mi cuerpo se heló repentinamente justo cuando se alejó.

—Correr, volar —regresó a su sitio—. Cobarde, valiente. Sanar, huir. Da igual lo que hagas, nada nunca será suficiente para quien lo vea de fuera.

Colocó los codos sobre la mesa, entrelazó sus dedos y recargó su cabeza sobre ellos.

—¿Qué tratas de decir?

—Estoy convencida de que intentar borrar no es vivir.

Me limité a carraspear la garganta.

—Se ve que quieres sanar. Respétate a ti mismo, empieza por ahí, por favor.

—Dime, ¿tu corazón está roto?

No había música, no había nadie, no había luces de colores parpadeando.

Movió su cabeza de arriba abajo, apenas fue perceptible el movimiento.

—¿Cómo un corazón roto ayuda a curar otro corazón roto?

—Le aconseja lo que sabe que el otro ya sabe perfectamente pero se niega a escucharse.

—¿Por qué no se escuchó a sí mismo?

De haber sido un examen, ella pasaba con diez.

—Miedo, miedo de ser su propio destructor.

—Si te prometo no fallarme tan gacho, una vez más, ¿harás lo mismo tú?

—¿Quieres jurarlo por el meñique? —preguntó ofreciéndomelo.

—Deberías sacarle el dedo a la vida, ¿sabes? y besarte a ese amor complicado —dije a la vez que cerramos el trato.

Ella, la desconocida, se rio, por primera vez en toda la noche.

—Déjame decirte que para ser un buen aconsejador, eres un idiota —asentí y sonreí sarcásticamente—. Dejaste a ir a esa chica.

Miré en aquella mesa de chicas, la supuesta amiga interesada en mí, estaba ya acompañada.

—Yo solo permaneceré esta noche a tu lado.

—Tu tiempo es más valioso, llámame idiota si quieres, pero no me quiero arrepentir otra vez.

La observé con una sonrisa ladina. Fue tan interesante aquella noche.  

  

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Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora