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—Ponte tu gorra—Faina señaló un clavo colgado en la pared

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—Ponte tu gorra—Faina señaló un clavo colgado en la pared.

Su hermano corrió por su desgastada gorra y en un santiamén estaba de nuevo al lado de ella, se mostraba muy entusiasmado y ansioso por salir.

—¡Mucho cuidado, Faina! —advirtió su abuela desde la habitación.

Se despidieron de la adulta y salieron de casa.

Anduvieron caminando por los vecindarios, a Ray se le ocurrió cantar juntos, lo que hizo más ameno y corto el paseo.

Faina esperaba su turno en una corta fila mientras su hermano trepaba una resbaladilla. Le gritó que no se le ocurriera aventarse de cabeza, porque como se cayera, le saldría un enorme chichón y volverían a casa.

Pidió un cono de nieve de chocolate para el menor, como le había prometido unas semanas antes y otro de fresa para sí misma.

Se sentaron en una banca y degustaron el postre apreciando el atardecer a la misma vez que la hermana mayor trataba de hallarle sentido a los chistes de Ray.

—¡Faina, Faina, el último, lo juro!

—A ver... —dice rendida en la fila del puesto para comprar otro helado, Rayco es insaciable.

—¿Qué le dice una mosca a otra mosca?

—No lo sé, no hablo idioma mosca —obvia.

—Zzzz —respondió el menor.

De regreso a casa, cruzaron una cancha y el buen observador de Ray notó una pelota abandonada. No les importó que estuviera pinchada y sin aire, ambos jugarían hasta que anocheciera.

—¿Esa pelota carece de aire?

Su cuerpo recordó primero aquella voz y su piel se erizo.

—Sí —respondió Ray a la defensiva, agarró la pelota y la apretó contra su pecho.

La multitud de adolescentes que llegó lo intimidaron.

Faina apenas los notó, se dedicó a observar a Deo.

—¿Por qué utilizan una pelota pinchada? —indagó él.

—Mi hermano la ha encontrado tirada —respondió Faina—. Se sentía muy sola, así que estamos haciéndole compañía un rato.

—¿Hermano? —se situó a su lado. Faina asintió y Deo estiró el puño hacía Ray—. Soy Deo.

Rayco dudó por un momento antes de devolverle el saludo. No pasaron más de cinco minutos cuando ya se había ganado su confianza y del equipo del cual era entrenador.

Faina columpiaba sus pies desde la banca en la que se encontraba sentada y veía con ternura a su hermanito acoplarse al equipo. Todos esos chicos eran, por mucho, más grandes que él. Tenía de salvador a Deo, que varias veces evitó que la pelota le rebotara en la cabeza; el menor ni enterado en todas las ocasiones.

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora