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Eran recurrentes las noches en las que nos hacíamos compañía

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Eran recurrentes las noches en las que nos hacíamos compañía. Y era increíble que no supiéramos mucho del otro. Sobre todo yo, que apenas sabía su apellido, pero que no me contaba nada.

Algunas ocasiones me sentía muy tentado por preguntar algo, una pregunta simple y que fuera de respuesta sencilla para no presionarla, no quería conocer toda su vida en unos minutos, solo algo minúsculo. Finalmente desistía y me concentraba en dejarme inundar del placer.

Y aunque no sabíamos prácticamente nada del otro, poco a poco, el tiempo juntos se fue haciendo más largo. Alena ocupaba la mayoría de mis horas libres y juro que lo gozaba, no había ninguna queja de mi parte.

Mis salidas con otras personas estaban canceladas rotundamente, ya no deseaba a nadie más que no fuera ella. Porque si lo intentaba, su rostro aparecía en la cara de las demás y no podía sacarla de mi cabeza. Así que lo mejor era solo recurrir a Alena.

Siempre supuse, por alguna estúpida razón, que ella creó esa misma exclusividad para mí.

Sus pasos me indicaron que abandonó la habitación, se dejaron de escuchar a medio pasillo. Me ocupé de hacer el nudo de la corbata con cuidado.

—Nunca me has hablado de este amiguito perruno.

Abrocho el reloj en el camino para llegar a donde Alena. En sus manos sostiene el portarretrato en la que aparecemos Kala y yo una década atrás.

«Nunca te he hablado de nada importante», pienso entusiasmado por haber dado ese primer paso.

—Mi buen amigo, ya era muy viejo cuando nos hicieron la fotografía.

—¿Lo extrañas? —vuelve a colocar el cuadro de madera sobre la mesa decorativa y da media vuelta, su vista se centra en la corbata, la acomoda mejor. Sus manos pasan por mi saco desde el pecho y bajan, terminándolas dejando caer sus brazos a los costados.

—Cada día.

—¿Por qué no has adoptado un cachorro? —preguntó, creí que lo hizo con genuina curiosidad.

—Quiero evitar el sufrimiento que viví con Kala. Aunque... hay veces que lo pienso, son muy leales.

—Te ves muy atractivo... en la fotografía y ahora —dice con sus ojos brillosos y una sonrisa lujuriosa—. Bueno, se hace tarde, vamos.

Me quedo anonadado de pie viendo el recuerdo.

Kala fue mi mejor amigo desde que me encontraba en el vientre.

No le bastó con solo ser mi compañero, me salvó la vida.

—Mi madre me contó que cuando era un bebé ocho meses, mientras me buscaba ropa aprovechando que se suponía que me encontraba durmiendo, en un cortísimo tiempo en el que ella no me veía desperté y gatee a la orilla de la cama en silencio. Se percató de ello cuando Kala brincó al colchón, era un perro enorme por lo que provocó mucho ruido. Mi madre, al darse la vuelta, encontró a Kala tirando de mi ropa a unos cuantos centímetros del límite del borde.

Contorneo la silueta de Kala con el dedo, lo que me pone nostálgico por su ausencia.

Alcé la vista para ver la reacción enternecida esperada de su parte, sin embargo, ella no estaba.

Kala también me salvó la vida un millón de veces cuando me encontraba deprimido, en el suelo de mi habitación a punto de ahogarme en llanto en los momentos más difíciles de mi vida. Solo su compañía me lograba consolar y sobre todo, salvar.

Y ya no está aquí para darme otra oportunidad. 

¿Qué los entristeció más? Lo sé, la pregunta es muy obvia

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¿Qué los entristeció más? Lo sé, la pregunta es muy obvia. Pobre de Kala. 

Días nubladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora