¡Patética!

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La siguiente semana fue estresante. Pasé los primeros días investigando sobre los distintos tipos de tratamiento para un trauma o afección cognitiva.

El Dr. Sepúlveda se encargaba de evaluarlo, pero siempre rechazaba cada idea que proponía por considerarla predecible y que ya se habían utilizado.

¡Ese hombre sí que es un verdadero grano en el culo!

Era viernes, y debía llevarle mi último plan. Estaba con dudas, así que solo transcribí sobre el método de Afrontamiento para un paciente con posible trauma: el cual, consiste en enfrentar al paciente con su trauma. Puede ser letal si no se maneja bien, pero eso ayudaría mucho si se lleva con éxito, aparte que es imperativo que se descubra su causa, y por medio del Afrontamiento, se descubrirá la raíz del problema y en qué momento se ocasionó.

No estaba nada segura si era lo que buscaba, pero estaba cansada de cada uno de los rechazos que me dio, y uno de ellos fue en la cafetería, delante de todos los empleados. Fue tan abrumadora su forma de rebatirme, que solo apreté mis labios mientras mis ojos chispearon de rabia, ya que quise gritarle que él no era nadie para que me levantara la voz. Pero lo que causó más rechazo de su parte, fue la respuesta tan zagas que le dio Adrián.

—Si tanto le molesta el trabajo de investigación que lleva acabo la Dra. Cárdenas, ¿por qué no lo hace usted mismo y deja de ofenderla de esa forma? Recuerde que es una mujer, y merece respeto.

Aún recuerdo esas palabras vivaces que le propino Adrián a Javier. Toda la cafetería quedó en un silencio tan sepulcral, que a Javier no le quedó de otra que bufar algo mientras se giraba y se marchaba.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar esa mirada potente y fulminante que Javier le arrojó a Adrián. Fue como una clara muestra de que se había metido en la boca del lobo, y que pagaría por eso. Y junto con él, voy yo.

Salgo de la oficina y voy directo a la de Adrián, pero desisto al percatarme que luego de varios toques a su puerta, éste no salía.

Me voy en dirección hacia la otra ala de la clínica. Llego a los elevadores y subo. Al llegar al piso de las oficinas de alto rango, la secretaria me detiene informándome que el Dr. Sepúlveda no se encontraba en su oficina. Me aflijo, ya que quería salir de esta agonía rápido.

—Pero puedes encontrarlo en los salones de junta. Están al otro lado de la clínica —confiesa la secretaria en susurro—. Cuando está medio cabreado, le gusta retirarse de todos. Y le recomiendo que no vayas.

Sonrío con amabilidad por la información y abandono su escritorio.

Avanzo en dirección a los salones de junta, ya que en verdad estoy dispuesta a enfrentar a ese sujeto. Por meses me calé el mal genio de Fabián, y aun así, lo enfrenté ya casi a lo último, para que venga este don nadie a quererme pisar por ser nueva.

¡Eso ni de chiste!

La Daiana sumisa y temerosa murió, y ya es hora de dárselo a conocer al que venga con aires de superioridad y arrogancia.

Me fijo que hay que cruzar la parte trasera de la clínica y en verdad que el sitio es bastante apartado del resto de las instalaciones.

Entro a una especie de edificio casi abandonado, y logro leer el letrero casi oxidado ¨Área de juntas¨

¿Será el mismo salón de juntas?

Pues voy a averiguarlo.

Ingreso removiendo la puerta, la cual hace un ligero chirrido. Y avanzo por un pasillo casi desolado.

Esto sí que causa terror. Un edificio semi abandonado en las instalaciones de una clínica experimental psiquiátrica. Solo a mí y al pato Lucas se nos ocurre entrar a un sitio así en busca de un sujeto que, claramente, no me soporta.

¡Brillante, Daiana!

Visualizo varias puertas grandes, pero solo una esta semi abierta. Avanzo en su dirección tratando de ignorar ciertos sonidos de tuberías de vapor que se ciernen por el techo humedecido. Llego al umbral de la puerta, y antes de entrar, me quedo extrañada al visualizar a Adrián recostado de espalda al escritorio. Él no me determina, ya que su mirada brillante está centrada en algún punto frente a él que no logro ver.

Escucho un fuerte golpe junto con un bramido que lo hace respingar mientras baja sus manos de golpe y se sujeta del escritorio con fuerza. Acto seguido, la figura de un hombre imponente y alto se pega feroz mente a él, sosteniéndolo con una mano de su cuello mientras trata de que sus caras estén lo más juntas posible.

Me horrorizo al notar que se trata del Dr. Javier Sepúlveda, quien acaba de acorralar y agredir a mi amigo, el cual se nota más que aterrado por su feroz invasión... no lo pienso dos veces y me voy con fuerza a la puerta abriéndola de un fuerte manotazo, haciendo que Javier se separe de un brinco de Adrián.

— ¡Ni se le ocurra hacerle daño! ¿Me ha oído? —Grito furica.

Los nudillos de Javier se vuelven traslucidos mientras que su cara de sorpresa y asombro se ve envuelta en rabia y frustración. Avanzo un paso cuando, por accidente, mi vista viaja a un bulto en los pantalones de Javier que llaman mi atención...

— ¿Qué mierda...? —Bufa levantando su mano mientras me señala.

Una alarma en mi interior se enciende.

El hombre sacude su cabeza y se encamina en mi dirección, cabizbajo. Me esquiva y sale del aula. Mi mirada está perdida en los ventanales del salón ya que estoy procesando lo ocurrido y lo que vi...

Veo como Adrián lleva sus manos a su cabeza mientras la sacude ferozmente.

— ¡Daiana ¿Qué crees que haces acá?! —Se gira en mi dirección con sus ojos empañados y yo estoy en jaque.

—Yo... bueno, yo venía... él te tenia... y yo creí que...

Estaba nerviosa y confundida al mismo tiempo.

¿Fue real lo que vi o mi mente se lo inventó?

— ¡Carajo! —Grita molesto mientas se aparta del escritorio y me encara.

Mi mirada va a su rostro enrojecido, el cual se muestra frustrado y con ganas de reventar en llanto, pero enseguida baja a sus pantalones y me fijo qué lo que vi antes no era inventado, esto es real.

¡Adrián tiene una erección increíble, igual que Javier antes de salir!

Choco la palma de mi mano en la frente con fuerza. Adrián se gira dándome la espalda con las manos envolviendo su rostro y yo me quiero morir de la vergüenza.

—Perdón —logro gesticular antes de salir en carrera de aquel salón de porquería

¡¿Que hice?!

Tenía tanta rabia en contra del Dr. Sepúlveda por todo lo que me acribilló en la semana, que no logré notar lo que pasaba, y era obvio. Ellos tenían los labios rosándose para el momento en el que irrumpí como una loca haciéndomelas de heroína. Javier intentaba besar a Adrián, y éste, se le notaba que le quería corresponder.

¡Patética!

Eso es lo que soy.

Tu Amarga Esencia [Saga Esencia] [Libro •2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora