Epílogo.

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Fabián.

Camino por los pasajes de un sendero vacío al aire libre, que me lleva a un destino del cual nunca voy a acostumbrarme, pero que no dejo de visitar todos los días, en especial hoy, que se cumple el fatídico aniversario.

Camino divisando a lo lejos la estructura que se construyó en su honor, y que cada vez que veo, me oprime el pecho con locura.

Hoy se cumple un año de su partida y aun no logro superarlo. Siempre vuelven a mi mente todo lo ocurrido y es un martirio constante. Cada día. Cada hora. Cada minuto. Cada segundo, vivo su muerte como el primer día, y ese será mi castigo desde ahora hasta que muera.

Llego a su mausoleo y distingo a la mujer esculpida en piedra caliza, que sostiene en sus brazos un bebé, y que de su espalda salen hermosas alas de ángel. Distingo la foto en su lápida y mi corazón se comprime al ver su radiante sonrisa. Mi Daiana.

Sostengo en mis brazos el enorme ramo que compré y que acomodo en las demás rosas que le he traído cada día de todo este año. Aparto las marchitas y coloco agua en los floreros. Quito los envoltorios de chocolates ya dañados y picoteados por los animales y distingo la imagen del eco de mi bebé y evito sollozar de nuevo.

Cada día es un sufrimiento constante.

Termino de limpiar y ordenar su lapida y vuelvo a leer por millonésima vez su epitafio.

Te recordaremos eternamente, Daiana Sagrario Cárdenas Duque. Tu muerte solo fue el despertar de una vida llena de recuerdos para tu madre, tu pareja y tus amigos más cercanos. Ésta no es una despedida para siempre, solo es momentánea hasta que todos nos reunamos contigo en los Reinos del Señor.

28/07/2003.

20/01/2024.

Me siento frente a la lápida y limpio las letras, su foto, y también la de su padre.

Daniela pidió que fuera enterrada en el hueco que estaba destinada para ella, y que ahora usa su hija.

Dejo chocolates nuevos en su ornamenta y destapo uno para mí y comienzo a comerlo. No me gusta el chocolate, pero lo hago porque así siento que ella me acompaña. Saboreo lo que ella debería estar saboreando ahora, y como cada día, me quiebro en llanto sin saber que más hacer.

He hablado por horas, le he puesto música, le he cantado también, me he acostado por horas en la tierra encima de ella y le he leído libros enteros. Los libros que ella amaba y que leía de J.J. Benítez, y ahora solo me hace sufrir en silencio, mayormente ahora, que apenas se cumple un año de su muerte. Un año de mucho que van a venir que he tratado de frenar, pero que Javier impide.

Comencé con sesiones de terapia psicológica con Javier, porque sé que Daiana hubiera querido eso, pero lo único que ha cambia ha sido mi condición.

Por lo demás sigo igual. El dolor no me abandona y siento que cada día es peor, por lo que intenté reunirme con ella y mi hijo, pero Sergio me descubrió y desde ese día, ninguno me deja solo.

Ya he dejado el pensamiento de suicidio a un lado, pero aun así, siempre me vigilan y yo los odio por eso.

Veo llegar a Andrea y Sergio, quienes quedaron en reunirse hoy para darle un presente y agradezco que no trajeran a su bebé.

No puedo ver a ningún niño que ronde la edad de la que hubiera tenido el mío, porque comienzo a hiperventilar y sufro de ataques de pánico.

A esta fecha, todavía no conozco a su hijo, Víctor, y realmente no quiero hacerlo.

Tu Amarga Esencia [Saga Esencia] [Libro •2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora