¡No puede estar aquí!

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Ya estamos a miércoles y no hemos visto ni una sola vez al Dr. Sepúlveda en la clínica. Nos informaron que está de reposo por un malestar que le atacó, y yo ya me siento culpable por lo ocurrido. Decidí no comentarle nada a Adrián para no generar pánico, porque aun no comprendo lo que pasó.

Me encuentro en la oficina firmando el acuerdo de confidencialidad frente al abogado de la clínica, el Sr. Ernesto Smith, y por sus siglas ya deduje que no se trata del misterioso A.L. (Alexaider Lhisemberg) a quien aún no he conocido en persona para agradecer su obsequio y la confianza que ha depositado en mí junto con el Dr. Roa.

Termino de firmar todo y el abogado, el cual es un hombre moreno oscuro sin cabello y algo chaparro, me sonríe con cordialidad certificando cada papel. Me levanto para abrirle la puerta ya que se está por marchar. Al despedirlo, veo como la puerta de la oficina de enfrente –la de Adrián– se abre dejando ver al rubio con una sonrisa.

Sale de su oficina y corre deprisa a la mía. Lo dejo entrar dándole un abrazo junto con un gran beso en su mejilla.

—No creo que pueda acompañarte a almorzar —confiesa el rubio con un tono afligido—, la Dra. Helena me pidió que le ayudara a tomar nota con uno de los pacientes que atiende.

Nos ubicamos en los sofás y me quedo extrañada.

— ¿Pacientes que tienen que ver con la investigación que nos asignaron?

—Si, desde que comenzamos la semana he asistido a las entrevistas que llevó a cabo con los dos pacientes con el síndrome. Es interesante ese trastorno tan poco común…

— ¿Es decir que ya están avanzando con la investigaciones? —Se me colocan las mejillas coloradas por la molestia.

—Si, bueno, imagino que nos dejaran una semana a ti y otra a mí.

Me calmo, ya que tiene razón. Puede que sea una semana él en la práctica, y una yo.

— ¿Cómo crees que siga Javier? —Inquiere jugueteando con sus dedos—. Me preocupa que se sienta muy mal, ya sabes, con eso de que vive solo y nadie lo puede ayudar.

—Hierba mala nunca muere.

Se carcajea pero a mí me corroe la conciencia por no decirle nada.

— ¿Y si voy a su departamento con una sopita caliente para que coma algo? Puede que tenga hambre y que no haya tomado algo casero que lo haga mejorar, y si probaras las sopas que preparo… ¡uff! Son milagrosas.

—No considero que sea buena idea —suelto sin mirarlo.

— ¿Por qué no? Somos colegas y es bueno ayudar a tus colegas —suspiro fuertemente tratando de disminuir la presión. Tamborileo con los dedos en el reposar de madera del sofá sin mirarlo—. Hay algo que me estas ocultando, lo siento desde hace días —fulmina, y yo sigo sin mirarlo—. ¡Oye! ¿Qué es lo que pasa?

Suspiro nuevamente cerrando los ojos con fuerza mientras vuelvo mis manos puños.

—Javier no ha venido a trabajar por algo que ocurrió el lunes.

Abro un ojo y lo observo con cara de dolor.

— ¡¿Será que me cuentas ya?! —Se desespera.

Me relajo hundiéndome en el sofá para tratar de tomar valor.

—El lunes, luego de que nos despedimos, Javier se detuvo en la parada y me pidió que subiera a su coche para hablar sobre un tema que debía aclararme.

Levanto mi mirada a él y lo observo atónito con sus ojos fijos en mí.

— ¡¿Y?!

—Es difícil de contarlo, pero comenzamos a discutir por lo ocurrido…

Tu Amarga Esencia [Saga Esencia] [Libro •2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora