Adrián Reinosa.
El cómo terminé en el departamento del Dr. Sepúlveda, es uno de los misterios de mi existir.
El solo saber que alguien lo había logrado lastimar, me hizo lanzar todo razonamiento por el retrete.
Mis pies se movían por inercia al dirigirme a su residencia. Logré prepararle un consomé de pollo por si en verdad estuviera enfermo, pero en el fondo solo quería verlo.
No sé cómo entré a la torre. Creo que un repartidor de pizza estaba ingresando, y yo me escabullí tras él. Ya luego averigüe su apartamento al ver salir un niño de uno de ellos y preguntarle si su vecino era él y en que apartamento vivía, a lo que el niño, con algo de desconfianza, asintió señalando una de las puertas y luego se marchó.
Estuve, aproximadamente, veinte minutos dudando si tocar o largarme con el consomé, ya que soy algo cobarde y no sabía que decirle. Al tener el valor de, por fin, tocar el timbre, no esperaba que me invitara a pasar, lo cual me hizo casi saltar de la felicidad e ingresar con rapidez.
Y ahora que estoy dentro de su hogar, no dejo de admirar cada detalle del mismo.
Es el típico departamento de soltero con su lámpara de lava en la mesita de noche y sus sofás de cuero negro con cojines blancos y paredes contrastando.
Al cerrar la puerta, me giro y lo veo avanzar en mi dirección, cabizbajo, pero solo pasa de largo tumbándose en uno de los sofás colocando su antebrazo en su rostro para tapar sus ojos mientras que con el otro se masajeaba el área de su entrepierna, la cual detallo minuciosamente...
Mi incomodidad me gana haciéndome girar con las mejillas encendidas en fuego.
—Si gusta, puedo calentar el consomé —logro balbucear con la lengua queriéndome dejar en ridículo—. Debe estar frio a estas alturas y...
—Has lo que quieras —bufa al soltar una exhalación potente.
Asiento reiteradas veces caminando hacia la cocina.
¡Bien! Podré alimentarlo mientras me encuentre aquí.
Me enredo por un momento, pero luego de varios minutos, ya me he familiarizado con la cocina. Ya he montado una pequeña olla con el caldo y he montado un té de limoncillo que deberá beber luego de que coma.
Javier no se ha movido ni un centímetro de donde está, pero logro sentir su mirada cada que piensa que me he descuidado. Es cómico sorprenderlo en eso, por ello trato de no mirarlo.
—Ya está lista la sopa —hablo con emoción al acomodar el plato junto con una cuchara y el té en una bandeja—. Siéntese, por favor, doctor.
Camino con la bandeja en su dirección pero él no se mueve.
Me giro a la mesa y deposito la bandeja con cuidado. Si espero a que despierte se enfriara, pero si lo despierto puede que se moleste. Me giro y lo observo nuevamente. Sigue con el antebrazo cubriendo la parte superior de su rostro, y su otra mano posada en su ingle. Intento no mirarlo, pero me es imposible no notar la exagerada erección que se le remarca entre la toalla que lleva puesta, y a eso se le suma su abdomen cuadriculado y su torso pronunciado y brillante que invita a...
— ¿Qué tanto es lo que miras? —Me sobresalto al escucharlo gruñir.
—Solo pensé que dormía, y me debatía en despertarlo o no.
Quita su antebrazo del rostro y se sienta en el sofá. Voy en dirección a la bandeja y se la coloco en su regazo con sumo cuidado. No lo miro pero tal cercanía me coloca el corazón a millón.
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Tu Amarga Esencia [Saga Esencia] [Libro •2]
RomanceDaiana Cárdenas es ahora una psicóloga certificada. Se ha graduado con honores de la universidad y ha encontrado trabajo en una prestigiosa clínica experimental. Su vida, a un año de la separación rotunda y forzada con Fabián Aristiguieta, se ha vue...