Capítulo 57

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El día antes del caos.

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A pesar de todo, podían considerarse con suerte. El hecho de no estar solos en aquel conflicto los ayudaba a mantener las apariencias lo mejor posible cuando debían hacerlo. Sobre todo, dentro de ese lugar inocente al que llamaban instituto. Se rodeaban inevitablemente de otros amigos que los hacían sentir mejor por momentos, y por el otro lado, de profesores atentos hasta de la forma en que respiras. Todo para que al final del día ellos mismos retiren el celular de uno por solo atreverse a revisar la hora.

—¿Qué le dije, Lither? —exclamó la maestra desde el pizarrón.

Zack alzó la mirada al ser llamado por su apellido; al mismo tiempo se apresuró a guardar en su bolsillo su teléfono antes de que la mujer lo recogiera de sus manos. Cuando volvió a levantar la vista, ella ya se había acercado a su lugar y le extendía la palma abierta sin decir nada, pidiendo de forma pacífica que le fuera entregado el supuesto distractor.
Sin pelear, lo recibió de un molesto muchacho.

—Lo recoge el viernes a la salida. 

Cuando la maestra se dió la vuelta, Zack rodó los ojos, e incluso se atrevió a mostrar su dedo medio a espaldas de la mujer, provocando bajas risas en sus compañeros. Lo mencionado hacía referencia a una absurda regla que la escuela nunca hacía cumplir, tan solo bastaba con ir a subdirección al final de la jornada, pedir tu celular y listo. Era entregado sin importar el día que fuera.

Una vez el salón se quedó sin vigilancia, el bullicio de los demás alumnos en el aula comenzó a subir de manera gradual.

Con la intención de dormir, el joven recargó la cabeza de lado sobre sus brazos, acomodándose en la mesita de su silla, sin embargo, su paz no le duró mucho, recibiendo de pronto el golpe de una bola de papel en su cabello que lo irritó aún más. Abrió los ojos, dispuesto a matar al responsable con la mirada, siendo este Alexander.
Sentado a unos lugares de él, su amigo lo observaba dedicando lo que se pensaría era una sonrisa, solo que esta apenas se mantenía estable dándole la apariencia de una mueca temblorosa. Zack se encogió de hombros. No esperaba que el gesto significara algo, solo deseaba dejar tranquilo al otro y que no se preocupara por él. Alexander se volteó al ser llamado por un compañero del salón, dejando al moreno de nuevo solo en sus pensamientos.

Acomodó su barbilla sobre uno de sus brazos mientras el otro se extendía frente a él, permitiendo así que Zack apreciara –aunque con expresión aburrida– el movimiento de su mano simulando encender sus llamas sobre la palma. Curiosamente, creía que solo dejando salir el fuego a su libertad lograría sentirse mejor. El saber que seguía poseyendo ese algo para defenderse y proteger a los suyos cuando se ofrecieran como cerdos para el matadero era extrañamente reconfortante. Había estado practicando, pero honestamente su casa no era el lugar más confiable en esas circunstancias.
De pronto, advirtió de cierta silueta frente a él. Alzó la mirada encontrando a Alexander cruzado de brazos y con una sonrisa más genuina. Zack no rompió con el contacto visual, preguntando sin palabras qué se le ofrecía al mayor, –por ser amable al menos–.
Él permaneció de pie, sacó su teléfono y mostró la pantalla de este en una nota.

“Atento a lo que puedo hacer ahora, confía en mí”

Acto seguido, las luces en las lámparas del salón comenzaron a titilar a pesar de estar apagadas en un inicio. El espectáculo tomó por sorpresa a Zack, y por supuesto, a todos los presentes.

—¡Jodida escuela barata!

—¡Paguen la luz!

En cuestión de segundos, las luces volvieron a la normalidad. Habían carcajadas que aún no se calmaban, burlas a la escuela e incluso al propio director de la institución, no obstante eso no les incumbió a ninguno de los dos chicos que sabían lo que realmente pasaba, pues con orgullo se burlaban de que uno de ellos era el culpable del desperfecto.
En medio del ruido, Alexander aprovechó para hablar con total soltura.

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