Capítulo 64

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¿De quién es la culpa?


(...)

Llegaron a la conclusión de que la noche sería difícil, sobre todo porque aparentemente Alexander no sólo había roto los focos en la Casa Mayor, sino que también había provocado que en parte del vecindario, varias de las casas se quedaran sin electricidad, entre ellas, las de Lucas y Evander. El par arribó tras una larga caminata al hogar del primero, quien apretó con sus manos las correas de su mochila, sabiendo que no había nadie para recibirlo. En ese preciso momento, odiaba la idea de quedarse solo. Antes de que avanzara resignado, la voz del chico a su lado se alzó sobre los dos.

—¿Quieres... ir a la mía? —ofreció, brindándole una corta sonrisa.

No lo pensaron dos veces y reanudaron la caminata, avanzando unos metros más hasta llegar a la única puerta café de la cuadra. Evander sacó las llaves de su bolsillo y abrió, tratando de no hacer rechinar la madera o de generar cualquier otro ruido que pudiera molestarlo. Entraron con prisa debido a las nubes que comenzaban a acumularse en el cielo, dando prevista a una noche oscura o llena de lluvia.

—Ya llegué pa' —anunció en voz alta, sin ánimos.

—¿Alguien comió la tarta equivocada? —se burló el adulto, saliendo de la cocina.

Una vez reparó en los recién llegados, el amo de casa enfocó a Lucas tras su hijo, disculpándose de inmediato por las palabras que había usado a pesar de que el joven ya las conociera, había momentos incluso en que el mismo Lucas las usaba en contra de Evander, como una broma extra dentro de las ya comunes en ellos. «Si es una cosa familiar, la robaré», dijo alguna vez.

—Bien, ahora lávense las manos —ordenó el padre tras una corta plática, haciendo una seña con la mano como ahuyentándolos —, les aviso cuando esté la comida. Sin luz no se puede calentar nada.

—Iremos arriba —dijo el hijo en respuesta, evitando hacer un comentario acerca de la última frase.

Poco después, hicieron su camino al segundo piso, entraron a la habitación de Evander y cerraron la puerta, dejando escapar cada uno un suspiro de alivio. Enseguida, Lucas se sentó en la cama tras abandonar su mochila en una esquina del cuarto, para luego abrazarse a sí mismo y frotar la parte de sus brazos que cargaban los rasguños, molestos en cada segundo que pasó en la conversación con el hombre de la planta baja.

—¿Qué tan malos son?

Lucas lo miró con desdén mientras el otro aún bajaba su mochila al suelo. Alzó de la misma forma una sonrisa burlona en sus labios, tratando de esconder cualquier evidencia en su rostro que pudiera delatarlo, sin embargo, no lo logró.

—Supongo que no tan malo como una bala en... —Su voz terminó por desvanecerse y sus labios formaron una línea, apartando la vista, avergonzado y temeroso.

Evander tragó en seco. Palabras de aquel tipo en el lugar incorrecto podrían desatar otra pelea igual a la de esa mañana. Entendía quizá el humor amargo que el chico frente a él expresaba. No quería decir que le pareciera correcto. Lucas insistió, contestando en serio la pregunta.

—Malos... Duelen sin que ni siquiera los toque.

—¿Puedo ver?

El aludido tardó unos segundos, pero aceptó. Se remangó hasta el codo en ambos brazos, dejando expuesta cada herida con su respectiva marca roja alrededor. En cierto punto de la piel, las líneas se desvanecían y se hacían casi invisibles, dando un aspecto maltratado y reseco a sus extremidades.

Experimento CDonde viven las historias. Descúbrelo ahora