Capítulo 23: El Apoyo

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Alexia se encontraba en el vestuario, sentada en uno de los bancos con la cabeza entre las manos. Había terminado otro arduo entrenamiento, pero su lesión seguía molestándola. A pesar de haber vuelto al campo de fútbol, no se sentía tan fuerte como antes. La rehabilitación era un proceso lento y doloroso que la ponía al borde de sus límites físicos y emocionales. Además, la reciente llegada de su rival al equipo solo había empeorado las cosas. Sentía que estaba bajo constante escrutinio, y la presión aumentaba con cada día que pasaba. Cada movimiento, cada jugada, eran observados minuciosamente no solo por los entrenadores, sino también por los medios y los aficionados que cuestionaban su rendimiento.

Alexia se miró al espejo del vestuario. Su reflejo le devolvió una imagen de cansancio y frustración. La sombra de la jugadora invencible que una vez fue parecía cada vez más lejana. Sabía que todos esperaban que volviera a ser la estrella indiscutible del equipo, pero el peso de esas expectativas le resultaba abrumador. No era solo el dolor físico; era también el peso emocional de no poder cumplir con sus propios estándares.

Después de la sesión, Alexia decidió que necesitaba un respiro. Tomó su bolso y se dirigió hacia su coche, pensando en la comodidad del hogar y el apoyo de su familia. El viaje hasta la casa de su madre fue corto, pero le dio tiempo para reflexionar sobre todo lo que estaba ocurriendo. Necesitaba hablar con ellos, desahogarse y recibir su consejo, como lo había hecho tantas veces antes en momentos de crisis. Mientras conducía, los recuerdos de su infancia y adolescencia volvieron a su mente: los partidos en el barrio, los sacrificios de su madre para llevarla a los entrenamientos, y las palabras de aliento de su hermana Alba, siempre a su lado.

Al llegar, fue recibida por el cálido abrazo de su madre, Eli, y la sonrisa reconfortante de su hermana Alba. La casa estaba llena de la energía vibrante de su familia y amigos, como siempre, un refugio de amor y comprensión que le permitía recargar fuerzas. La calidez del hogar contrastaba con la frialdad del campo de entrenamiento, donde la competitividad y la presión eran el pan de cada día.

—¡Alexia! ¿Cómo estás? —preguntó su madre, preocupada por la evidente tensión en el rostro de su hija. Alexia intentó mantener la compostura, pero el nudo en su garganta delataba lo contrario.

—He tenido mejores días, mamá —respondió Alexia, tratando de esbozar una sonrisa, pero sin mucho éxito. Sus palabras fueron sinceras y pesadas, cargadas con el cansancio acumulado de las últimas semanas.

Se sentaron en el comedor, un espacio familiar donde habían compartido innumerables cenas y conversaciones. Clara, la madre de Alexia, sirvió una taza de té para su hija, siguiendo la vieja tradición familiar para calmar los nervios. Alexia tomó la taza entre sus manos y se dejó llevar por el aroma reconfortante del té, una mezcla de manzanilla y miel que siempre conseguía relajarla un poco.

Alba se sentó frente a ella, con la mirada atenta, lista para escuchar.

—Cuéntanos qué está pasando —dijo Alba, su voz llena de preocupación y empatía. Alba siempre había sido el soporte emocional de Alexia, y esta vez no sería la excepción.

Alexia suspiró profundamente y comenzó a relatar los eventos de las últimas semanas: el regreso a los entrenamientos, la lucha constante con su lesión, y la tensión con su excompañera y rival, cuya presencia en el equipo parecía una constante amenaza a su propio lugar.

—Es como si todo estuviera en mi contra —dijo Alexia, sintiendo que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos—. Me duele la pierna todo el tiempo, y tenerla a ella ahí solo lo hace peor. Es como si cada error mío fuera una victoria para ella. Siento que estoy fallando, no solo al equipo, sino a mí misma.

Eli tomó la mano de Alexia y la apretó con ternura. No necesitaba decir mucho; su presencia y su gesto de apoyo ya decían todo.

—Alexia, has pasado por mucho y siempre has salido adelante. Esta no será la excepción. Tu cuerpo necesita tiempo para sanar completamente, y eso es algo que no puedes apresurar. Lo más importante ahora es tu salud. Tú no eres solo la jugadora que todos admiran, eres mucho más que eso, y es hora de que te lo recuerdes a ti misma —le dijo su madre con suavidad, con ese tono de voz que siempre lograba calmar los miedos de Alexia.

Alba asintió, añadiendo con firmeza:

—Y respecto a tu rival, recuerda que no puedes controlar lo que ella haga, pero sí cómo respondes tú. Eres una jugadora excepcional y una persona aún mejor. No dejes que ella te haga dudar de ti misma. La competencia es parte del juego, pero tu valor no depende de cómo te compares con los demás.

Alexia asintió, sintiendo un poco de alivio al escuchar las palabras de su familia. Siempre habían sido su pilar, su fuente de fortaleza en los momentos difíciles. Recordó tantas veces que había caído y se había levantado gracias a ellos, y aunque esta vez sentía que la caída había sido más dura, sabía que también saldría adelante.

—Gracias, de verdad. Necesitaba escuchar eso —dijo Alexia, con una pequeña sonrisa que empezaba a reflejar la luz de esperanza que tanto necesitaba. Eli y Alba, que habían estado escuchando en silencio, se acercaron y la abrazaron con fuerza, transmitiéndole el calor y el apoyo incondicional que solo su familia podía darle.

—Eres nuestra reina, Alexia. Siempre lo has sido —dijo Alba, mirándola con admiración, como si estuviera viendo a una campeona que no solo brillaba en el campo, sino también en la vida.

—Sí, y volverás a ser la mejor en el campo. Lo sabemos —agregó Eli, con la certeza de quien conoce a su hija mejor que nadie. Ese momento íntimo con su familia renovó la determinación de Alexia de seguir adelante.

Con el apoyo incondicional de su familia, Alexia comenzó a sentirse un poco más fuerte. Sabía que no podía resolver todos sus problemas de inmediato, pero tenía la determinación y el amor de sus seres queridos para seguir adelante. Los días siguientes fueron intensos. Alexia se dedicó a sus entrenamientos con renovada energía, aunque siempre con cautela para no agravar su lesión. Cada ejercicio, cada movimiento en el gimnasio, era una batalla contra sus propios límites. Sabía que no podía permitirse retroceder.

Durante una práctica particularmente dura, su rival hizo una jugada que casi provoca una lesión adicional en Alexia. El choque fue inesperado y brusco, y por un momento el dolor en su pierna volvió con una intensidad que la dejó paralizada. Todos en el campo contuvieron la respiración, temiendo lo peor. Alexia logró mantenerse de pie, aunque la mirada de su rival fue un recordatorio de la competitividad sin tregua que existía entre ellas.

Después del entrenamiento, Alexia fue a la sala de fisioterapia para tratar su pierna. Mientras estaba allí, recostada en la camilla con las luces frías del techo sobre ella, recibió un mensaje de su madre.

—¿Cómo va todo? ¿Cómo te sientes hoy?

Alexia sonrió al ver el mensaje. Aunque las cosas seguían siendo difíciles, saber que su familia estaba con ella en cada paso del camino le daba fuerzas. En ese momento, recordó las palabras de su madre y su hermana. No estaba sola en esto. Podía sentir el apoyo de todos aquellos que la amaban y creían en ella, incluso en los momentos en que ella misma dudaba.

—Sigo adelante, mamá. Poco a poco —respondió Alexia, sintiendo un poco más de esperanza. Cada día era una nueva oportunidad de mejorar, de demostrar que, aunque no estuviera en su mejor momento, su espíritu seguía siendo inquebrantable.

Con el pasar de los días, Alexia comenzó a ver mejoras en su condición física. Sus sesiones de fisioterapia, combinadas con el cuidado y apoyo de su familia, estaban dando frutos. A pesar de la presencia constante de su rival, Alexia aprendió a concentrarse en su propio juego y en su recuperación. Se dio cuenta de que no podía controlar la actitud de los demás, pero sí podía decidir cómo responder y cómo enfocarse en su propio progreso.

En paralelo, Emma también luchaba por superar sus propios desafíos en el automovilismo. Ambas amigas sabían que sus caminos no serían fáciles, pero el apoyo mutuo y el de sus seres queridos les daba la fuerza necesaria para seguir adelante. Compartían sus frustraciones y triunfos, encontrando en su amistad un refugio seguro donde podían ser ellas mismas sin las máscaras que el mundo del deporte profesional a menudo les obligaba a usar.

La temporada avanzaba, y tanto en la pista como en el campo, Alexia y Emma enfrentaban sus desafíos con valentía. Sabían que, sin importar lo que ocurriera, tenían el respaldo de quienes más importaban en sus vidas: sus familias y entre ellas mismas, un vínculo que, a pesar de las dificultades, seguía fortaleciéndose cada día.

El apoyo de la familia había sido crucial para Alexia, permitiéndole enfrentar sus problemas con una renovada perspectiva. Aunque su camino hacia la recuperación seguía siendo complicado, ahora sabía que tenía la fortaleza necesaria para seguir adelante. Estaba lista para enfrentar cualquier obstáculo, porque no estaba sola. Su familia siempre estaría allí, en cada victoria y en cada derrota, recordándole que, más allá de ser una gran futbolista, era una persona amada y valorada.

Pistas Cruzadas - Alexia Putellas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora