Kurama llegó a una isla que, aunque pequeña para él, sería gigantesca para cualquier humano. Para una criatura de 1 kilómetro y 600 metros de largo como Kurama, esta isla solo podría albergar tres de él a la vez, lo que la hacía parecer diminuta en su percepción. Al aterrizar, trató de utilizar su habilidad de percepción, pero para su sorpresa, no funcionaba. Intentó de nuevo, una y otra vez, pero sin éxito. Kurama quedó sin palabras.
Inquieto, comenzó a mover su energía y, de repente, se detuvo en seco al darse cuenta de algo inquietante. —¿Tengo... huesos? —se preguntó en voz alta.
Para la mayoría, esa pregunta sería absurda. ¿Qué criatura no tiene huesos? Pero para Kurama, un ser compuesto puramente de energía y chakra, esto era inaudito. Durante toda su existencia, su cuerpo había sido una manifestación física de chakra; no tenía esqueleto, solo energía pura. La revelación le resultó tan sorprendente que comenzó a mover su energía de nuevo, confirmando lo que ya temía: ahora poseía huesos.
—¡¿Cómo es posible?! —pensó con incredulidad.
El hecho de tener huesos lo hacía cuestionarse cuándo y cómo había ocurrido este cambio. ¿Había perdido su capacidad de encogerse? Su mente estaba llena de preguntas. Sabía que en su forma habitual de chakra, había sido capaz de compactarse fácilmente, pero ahora... su cráneo, que antes era solo chakra condensado, estaba lleno de huesos. Reflexionando, recordó a la viejita que lo había transformado en su forma humana antes de su viaje. Esa transformación, pensó, debía ser la clave.
—Cuando me transformé en humano, obtuve huesos... y parece que se han mantenido en mi forma de zorro —se dijo a sí mismo.
Era un pensamiento desconcertante. El poder de aquella viejita era incomprensible, más allá de lo que podía imaginar. Kurama solo pudo susurrar en su mente una palabra: "Asombroso".
Con la mente todavía aturdida, intentó usar su habilidad de encogerse. Tan pronto como lo intentó, un dolor agudo recorrió su cuerpo, obligándolo a detenerse de inmediato. Casi gritó por el dolor. Respiró profundo, resignado.
—Perdí mi habilidad —murmuró con seriedad, su expresión endurecida.
La capacidad de encogerse había dependido de su naturaleza como un ser de chakra puro, que podía condensar su cuerpo sin límites. Pero ahora, con un esqueleto, compactarse hasta el tamaño de un ser pequeño solo significaría romperse los huesos y morir. Kurama levantó su pata, decidido a probar algo más. Intentó usar el Rasengan, una técnica que siempre había dominado... pero no pasó nada.
Se quedó estupefacto, mirando su pata sin poder creerlo.
—Oh mierda... —murmuró, su voz llena de alarma—. Algo anda muy, muy mal.
Kurama, frustrado, intentó usar cada habilidad que conocía: desde jutsus de fuego, que normalmente no usaba debido a su lentitud, hasta jutsus de viento. Luego, trató de invocar el chakra natural, pero aunque sintió algo leve, pronto se dio cuenta de que no surtía efecto. Era como si el chakra no existiera en este mundo. Confundido, se preguntó:
—Si no hay chakra, ¿qué es esta energía que siento en mi cuerpo?
Tras meditarlo, llegó a la conclusión de que lo que estaba manipulando no era chakra, sino haki. Kurama frunció el ceño, pensativo. Decidió probar su técnica más confiable, la que había usado durante 900 años: absorción de chakra.
A su alrededor, una energía invisible para todos excepto para él comenzó a salir de su cuerpo. La dirigió hacia el árbol más grande que podía ver a su alrededor. Al principio, nada ocurrió. Pero con paciencia, persistió durante tres horas hasta que finalmente absorbió el haki del árbol. Frunció el ceño aún más. Tres horas para absorber un simple árbol. No le quedó otra opción que admitirlo: estaba en serios problemas.
Ya no tenía sus habilidades clásicas, ni su capacidad de encogerse para pasar desapercibido. Su chakra natural era inútil y su habilidad de absorber chakra parecía extremadamente limitada. Todo lo que le quedaba era su enorme tamaño y su capacidad para absorber energía, aunque esta última estaba prácticamente inhabilitada.
De repente, una idea lo golpeó como un rayo. —¡Mierda! —exclamó—. ¡Tengo un kilómetro y 600 metros de tamaño! ¿Qué me preocupa?
Recordó que su pata, por sí sola, pesaba cientos de toneladas, y si atacaba con todo su peso, sería capaz de generar un impacto equivalente a cientos de miles de toneladas. Recuperó su confianza, como si nada de lo anterior le hubiera importado. Mirando el cielo, con una ferocidad renovada, dijo:
—Yo, Kurama, dominaré este mundo igual que lo hice con el de Naruto. Demostraré que no necesito ayuda externa, solo tiempo y entrenamiento.
Kurama comenzó a explorar la isla, analizando cada rincón con gran detalle, como si perder alguna pista pudiera costarle la vida. Finalmente, llegó a un volcán y frunció el ceño al observarlo con detenimiento. El volcán no estaba en erupción, pero de alguna manera estaba concentrando todo su calor en un punto específico. De repente, una pequeña cosa salió volando del cráter.
Kurama no perdió la oportunidad. Corrió en la dirección de lo que había sido expulsado, y cuando lo alcanzó, rió con una mezcla de euforia e incredulidad. Allí, en medio de un charco de fuego, vio un objeto pequeño del tamaño de un mango, de color rojo, con formas de llamas. Lo reconoció de inmediato.
—La Mera Mera no Mi... —murmuró, fascinado. La fruta del diablo tipo Logia de fuego.
Una sonrisa amplia se dibujó en su rostro. Kurama siempre había pensado que tenía la suerte de un protagonista. Ahora, con la Mera Mera no Mi en sus manos, se sentía como un ser destinado a la grandeza, alguien capaz de destruir planetas con solo pensarlo.
Sin pensarlo dos veces, tomó la fruta del diablo y se la comió.
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¡KURAMA SOY INVENCIBLE EN VARIOS MUNDOS¡
FantasySan, un pobre diablo con mala suerte, transmigró al cuerpo de Kurama, pero no a cualquier Kurama, sino al ¡Kurama recién creado! Plácidamente pensó: "Tengo 800 años para fortalecerme y conocer a Hashirama y Madara. Estoy seguro de que podré ¡derrota...