CAP. 89 FRAGMENTOS DE DESDÉN: LA CAÍDA DEL AMOR

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Ingrid estaba completamente devastada. Las palabras de Arthur estaban destruyendo todo lo que quedaba de su fortaleza.

- No tienes idea de lo que estás diciendo —intentó defenderse—. No soy así. No estoy manipulando a nadie.

Arthur frunció el ceño.

- Sí, lo estás. Cada acción tuya está diseñada para atraer lástima. Eres una carga para todos, Ingrid. Y ahora incluso Diego está atrapado en tu red de mentiras. ¿Realmente pensaste que podrías engañar a alguien que conoce la verdad sobre ti?

Ingrid se encogió, el dolor y la humillación eran demasiado para soportar. Arthur, sin piedad, la tomó del brazo y la arrastró hacia el pasillo, alejándola de la fiesta y la música ensordecedora. Ella lo siguió, temblando de miedo y dolor.

Una vez en el pasillo, Arthur empujó a Ingrid contra la pared con una fuerza que la hizo tambalear. La oscuridad y el silencio del pasillo contrastaban con el bullicio de la fiesta, intensificando la sensación de aislamiento.

- ¿Qué pasa, Ingrid? —dijo con voz cortante— ¿Pensabas que podrías salir de esto ilesa? Pensé que podrías ser fuerte, pero claramente no es así. Eres una fachada frágil, y todo lo que has mostrado es una mentira.

Ingrid intentó mantenerse erguida, pero el impacto de las palabras de Arthur la debilitaba cada vez más. Su respiración se volvió irregular, y su cuerpo temblaba de dolor.

- Arthur, por favor, —imploró—. Ya es suficiente. No puedo soportar más.

Arthur se inclinó hacia ella, sus ojos llenos de desdén y frialdad.

- ¿No puedes soportar más? ¿Qué sabes tú de soportar? No me hagas reír. ¿Acaso esperas que te trate con delicadeza? Estás acostumbrada a que todos te consientan, pero yo no soy uno de esos.

Ingrid se desmoronó, cayendo de rodillas en el suelo del pasillo.

- No sé qué te pasó —dijo, entre sollozos— ¿Dónde está el hombre que amaba? El hombre que solía ser... ¿Dónde está él?

Arthur se acercó más, su rostro a solo unos centímetros del de Ingrid.

- Ese hombre nunca existió —dijo con frialdad— Siempre he sido así. Tú solo te cegaste pensando que había algo en mí que podía salvarte. Pero la verdad es que yo solo sentía lástima por ti. No confundas amor con lástima. Lo que siento por ti es lástima, nada más.

Ingrid lo miró, desesperada y rota.

- Tú no eres así, Arthur —dijo con voz rota—. No sé qué te ha pasado, pero esto no es quien eres realmente.

Arthur se rio con amargura, la risa llena de cinismo.

- Este siempre fui yo. Simplemente, tú te negabas a verlo. Te cegaste pensando que había algo en mí que podía salvarte. Lo que siento por ti es lástima, no amor. No hay nada más que eso.

Ingrid lloraba desconsoladamente, sintiendo que todo en ella se estaba desmoronando.

- Por favor... —dijo, apenas entendiendo sus propias palabras—. Déjame ir, no quiero seguir sufriendo así.

Arthur empujó a Ingrid contra la pared nuevamente, su cuerpo temblaba de ira contenida. Su rostro estaba marcado por una furia que no podía controlar, una mezcla de celos, resentimiento y dolor.

- Dime, Ingrid —empezó, su voz tensa y cargada de veneno— ¿Qué le viste a Mateo? ¿Dime qué le viste al imbécil de Mateo? ¿Qué le viste a ese desgraciado? ¿Qué demonios te hizo pensar que valía la pena? Él te maltrataba, te pegaba, te humillaba. Te hizo sentir menos que nada, hacía lo que quería contigo. Y cuando yo intenté darte mi amor, mi cariño, tú me despreciaste. ¡Me despreciaste! Ingrid.

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