CAP. 58 OBSESIÓN Y CELOS BAJO EL TICTAC DE LA DESESPERACIÓN

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Mateo estaba encerrado en la habitación oscura, el sonido constante del tic-tac del reloj en la pared marcaba el ritmo de su desesperación. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, y su obsesión por Ingrid solo crecía. No había ventanas ni luz natural, solo la luz tenue de una lámpara parpadeante en una esquina.

En la pared frente a él, Mateo había colgado fotos de Ingrid, intercaladas con recortes de periódicos y notas que había escrito con su propia mano. Su mirada estaba fija en una foto reciente de Ingrid, una en la que ella sonreía, ajena a su tormento.

- Tic-tac, tic-tac —murmuraba Mateo, su voz temblando con un tono casi enfermizo. Cada palabra estaba impregnada de una desesperación palpable— Muy pronto estaremos juntos, mi amor.

Mientras hablaba, Mateo sostenía una foto de Ingrid con una mano, acariciando la imagen con una mezcla de ternura y furia. Sus dedos se movían lentamente sobre la foto, como si pudiera tocarla a través de la imagen.

- No puedo esperar más —continuó, su voz susurrante— El tiempo se está acabando. Pronto, todo volverá a ser como antes.

El tic-tac del reloj se volvía cada vez más fuerte en su mente, cada segundo marcando el ritmo de su obsesión. Mateo estaba atrapado en su propia creación, sin salida y sin escape, pero convencido de que, a pesar de todo, Ingrid debía regresar a él.

Sus pensamientos se entrelazaban con una desesperación creciente mientras se sentaba en el suelo, rodeado de recuerdos de Ingrid. Su mente estaba envuelta en una vorágine de ansiedad, pero su determinación no flaqueaba. No podía permitirse siquiera imaginar que ella no regresaría.

- Tic-tac, tic-tac —repetía una y otra vez— Muy pronto, mi amor, estarás de vuelta conmigo.

Mateo estaba completamente consumido por su obsesión, y el tiempo se convertía en su peor enemigo. Mientras el reloj seguía su curso implacable, Mateo se aferraba a la idea de que su amor por Ingrid debía prevalecer, sin importar cuán oscura y desesperada se volviera su realidad.

Finalmente, la semana del campamento llegó. El grupo de amigos avanzaba hacia el lugar del campamento, cargados con mochilas y equipamiento. La caminata había sido larga, y la noche se acercaba rápidamente. Rafael, el tío de Ingrid, encabezaba la marcha, animado a pesar del cansancio.

- ¡Vamos, chicos! ¡Estamos casi allí! —gritó Rafael, tratando de mantener el ánimo.

Alessia, visiblemente agotada y desorientada, se quejaba mientras intentaba mantener el ritmo.

- ¡Ay, no puedo más! ¡Me voy a morir de agotamiento! —exclamó Alessia, mirando dramáticamente hacia el horizonte— ¡Miren mis pestañas, están a punto de caerse!

Diego, que caminaba junto a Ginebra, trataba de animarla.

- Vamos, Alessia, es solo un poco más. —le dijo Diego con una sonrisa— ¡Cuando lleguemos, tendrás toda la comida que quieras!

Ginebra, que estaba al lado de Diego, aprovechó para hacerle un comentario a su pareja.

- ¿Cómo estás, amor? —le preguntó— Parece que te están matando estos senderos.

- Estoy bien —respondió Diego— Solo espero que podamos llegar pronto.

Mientras tanto, Christian se acercó a Ingrid, ayudándola con una de sus bolsas. La conversación entre ellos fluía fácilmente.

- ¿Te ayudo con eso? —ofreció Christian, con una sonrisa amable.

- Oh, gracias, Christian. —respondió Ingrid— Agradezco mucho tu ayuda.

- Querida, me han hablado mucho de ti —continuó Christian— Eres una de las razones por las que me uní a esta organización. Dicen que eres increíble, que siempre te preocupas por los demás.

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