CAP. 51 ECOS DE TRAICIÓN: LA OSCURA CELEBRACIÓN DE ARTHUR Y EL TEMOR DE INGRID

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Diego y Ginebra estaban, en el salón de la organización, esperando a los demás. La atmósfera estaba cargada de tensión no resuelta desde la noche anterior.

- ¿Sabes, Diego? —comenzó Ginebra, rompiendo el silencio— Arthur no debió tratar a Ingrid así en la piscina. Ella no tenía la culpa.

Diego, quien había estado mirando al horizonte, se volvió hacia Ginebra con una expresión seria.

- Estoy de acuerdo. Todos nos hemos pasado con Ingrid. Ella necesita ayuda, no más problemas —dijo Diego, sus ojos reflejando preocupación.

Ginebra frunció el ceño, irritada.

- ¿Cómo puedes decir eso? Ingrid siempre ha sido una molestia. Se supone que deberías estar de parte de mi hermano.

Diego se levantó de su asiento, claramente enfadado.

- Soy amigo de Arthur, pero no puedo justificar lo que hizo. Ingrid es una mujer y merece ser tratada con respeto. Nadie merece ser maltratado de esa manera.

Ginebra se levantó, también, su rostro rojo de ira.

- ¿A ti te gustaría que te trataran así? —gritó Diego, su voz resonando en la terraza—. Ingrid cometió errores, sí, pero no merece el trato que le damos. Cuando Arthur desapareció, todos la dejamos sola. Ella lo amaba, y nosotros la humillamos y culpamos por todo. ¿Alguna vez te has puesto en su lugar?

Ginebra, con los ojos llenos de furia, respondió con sarcasmo.

- Ella es la razón por la que Arthur desapareció. Todo es culpa de Ingrid.

Diego negó con la cabeza, sus ojos llenos de determinación.

- No, Ginebra. No podemos seguir culpándola por todo. Ingrid no tiene la culpa de nuestras acciones. Durante estos dos años, la hemos tratado como basura, y ella nunca se defendió porque trató de entender nuestro dolor. Pero eso no justifica nuestro comportamiento.

Ingrid estaba en su cuarto, sentada en la cama, con su computadora portátil abierta frente a ella. Acababa de ver el video de Arthur y Olivia, y la imagen de Arthur, su antiguo amor, feliz con otra chica, la destrozó por dentro. Cerró la computadora con manos temblorosas, sintiéndose completamente vulnerable y sola.

- ¿Por qué? —murmuró Ingrid, las lágrimas deslizándose por sus mejillas— ¿Por qué tiene que ser así? Todo el mundo sigue adelante menos yo. ¿Por qué no puedo olvidarlo?

Se levantó y empezó a caminar por el cuarto, abrazándose a sí misma, tratando de calmar el dolor que sentía en su pecho.

- Pensé que las cosas mejorarían... que encontraría la paz —sollozó— Pero no... siempre hay algo que me recuerda lo mucho que he perdido.

De repente, escuchó un toque en la puerta. Era Clara, la empleada que su tío Rafael había contratado para cuidar de ella.

- Señorita Ingrid, ¿puedo pasar? —preguntó Clara desde el otro lado de la puerta.

Ingrid se secó las lágrimas rápidamente y abrió la puerta.

- ¿Qué pasa, Clara? —preguntó Ingrid, tratando de sonar normal.

Clara le extendió un sobre.

- Le llegó esto. Pensé que querría verlo de inmediato.

Ingrid tomó el sobre con manos temblorosas.

- Gracias, Clara. Puedes retirarte.

Clara asintió y salió del cuarto, dejando a Ingrid sola con la carta. Ingrid se sentó en la cama, mirando el sobre con temor.

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