CAP. 97 ESQUIRLAS DE CELOS Y PINTURA

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La luz del sol entraba por las ventanas, bañando el lugar en un resplandor suave, a la habitación de Diego, pero nada de eso importaba cuando Ginebra irrumpió por la puerta, su mirada furiosa buscando a Diego. Allí estaba él, cerca de la ventana de pie, mirando lo que había afuera, Parecía tan tranquilo, pero esa calma no iba a durar mucho.

- ¡Diego! —gritó Ginebra, caminando con pasos rápidos hacia él, su voz aguda, resonando en el espacio sagrado.

Diego suspiró al verla. Sabía lo que venía, lo que había venido soportando durante meses, y ya estaba harto. Pero Ginebra no parecía tener la más mínima intención de detenerse. Sus ojos brillaban con rabia cuando se plantó frente a él.

- ¿Qué demonios hacías con Ingrid en la fiesta, y de paso ignoraste mis llamadas, mensajes todo el fin de semana, que carajos te pasa? —preguntó, cruzándose de brazos, exigiendo una respuesta inmediata.

- No estoy para tus escenas, Ginebra. —La voz de Diego era calma, pero en sus palabras había una advertencia que ella ignoró por completo.

- ¡Claro que lo estás! —replicó Ginebra, dando un paso más cerca de él— Quiero saber por qué fuiste detrás de ella, por qué últimamente hablas con ella, y por qué, Diego, ¿por qué sigues defendiéndola después de lo que le hizo a mi hermano?

Diego la miró, intentando mantener la compostura, pero sentía la presión de cada palabra de Ginebra como un peso insoportable. Ella siempre traía a colación lo mismo, una y otra vez.

- Ginebra... —comenzó él, pero ella lo interrumpió, el veneno destilando en cada palabra —No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo. Ingrid lo destruyó. Lo echó como si fuera basura y después, como si fuera poco, ¡se besó con ese idiota, Mateo! ¡Justo en frente de él! ¿Tienes idea de lo que eso le afecto a mi hermano?

Diego apretó la mandíbula, recordando aquel día. Sabía lo que había pasado, pero también sabía que la historia era mucho más complicada de lo que Ginebra quería admitir.

- Y tú... —continuó ella, señalándolo con un dedo acusador— ¡Tú estás ahí, hablando con ella como si nada! ¡Como si Ingrid no hubiera destrozado a Arthur!

- Talvez no todo es lo que parece...

- ¿Qué tratas de decir, Diego? ¿Que lo que vimos ese día no fue real? ¿Que fue forzado? ¡No me hagas reír!

Diego cerró los ojos por un momento, intentando encontrar la calma que Ginebra parecía empeñada en destruir. Sabía que no iba a ser fácil, pero estaba decidido a no dejarse arrastrar por su furia.

- Lo que trato de decir, Ginebra —respondió con firmeza— es que ya basta. Ya ha pasado suficiente tiempo, y durante esos dos años que tu hermano desapareció, no hemos hecho más que lastimar a Ingrid, aislarla de todos lados. Y no solo eso... tú hiciste algo muy cruel... y sabes de qué hablo de Mateo

Los ojos de Ginebra se entrecerraron peligrosamente.

- ¿De qué hablas, Diego? —espetó, su tono cada vez más venenoso— ¿Qué insinúas? ¿Estás sugiriendo que esto es culpa mía? ¡Hice lo que debía hacer! ¡Le mostré a Mateo la verdad!

Diego la miró, sintiendo una mezcla de lástima y cansancio.

- No, Ginebra. Le entregaste a Ingrid a su torturador —dijo, sus palabras cortantes, afiladas como cuchillos.

Ginebra retrocedió un paso, como si la hubiera abofeteado.

- ¡No digas tonterías, Diego! —exclamó, su voz temblando— Solo le mostré a Mateo lo que Ingrid estaba haciendo. Él tenía derecho a saber cómo su adorada novia lo traicionaba mientras él no estaba. ¡Era lo correcto!

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