CAP. 101 EL SILENCIO QUE QUEMA

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Ingrid estaba bajo el agua caliente de la regadera, pero no podía sentir el calor en su piel. Sus lágrimas se mezclaban con las gotas de agua que caían sobre su rostro, arrastrando la suciedad invisible que sentía sobre ella. Cerró los ojos, pero las imágenes no la abandonaban. Todo lo que Mateo le había hecho. Las palabras crueles, los golpes, las amenazas. Una sensación de asco la invadía, como si su propio cuerpo le perteneciera a otro, como si estuviera atrapada en una pesadilla interminable. ¿Cómo había llegado a este punto?

Mientras el agua corría sobre su piel, se llevó las manos a la cara, cubriéndose los ojos. Sollozaba, silenciosa, para que nadie la escuchara, para que el monstruo que la vigilaba no supiera cuánto dolor sentía. Rafael, pensó. Su tío debía estar preocupado, pero no podía buscarlo, no podía arriesgarse a que él se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. Si alguien se enteraba, Mateo la castigaría. Él siempre la encontraba, siempre sabía todo.

Su corazón dio un vuelco cuando escuchó un ruido. El sonido de la puerta del baño abriéndose hizo que sus músculos se tensaran. Un pánico helado se apoderó de ella, sus piernas comenzaron a temblar y su respiración se volvió entrecortada. Y entonces escuchó la voz que tanto temía.

- Ingrid, mi amor, ¿dónde estás? —La voz de Mateo resonó desde el pasillo, y el eco de sus pasos hacía que cada centímetro de su cuerpo se estremeciera.

Ingrid se llevó una mano a la boca, tratando de contener el llanto y la desesperación. Sabía que no podía ignorarlo, pero su cuerpo se negaba a moverse.

- Ingrid —dijo Mateo, con un tono más severo— No me hagas enojar. ¿Dónde estás?

Su corazón latía con tanta fuerza que sentía que se iba a desmayar. Con la voz rota, apenas audible, respondió:

- Estoy en la ducha...

Hubo un silencio que le pareció eterno. Luego, el sonido de sus pasos se acercó más.

- Sal de una vez. Tienes que comer.

Ingrid temblaba, sus piernas parecían gelatina. Sabía lo que pasaría si no obedecía. Apagó el agua, sus manos apenas podían sostener la toalla con la que cubrió su cuerpo desnudo. Abrió la puerta del baño con cautela, y ahí estaba él. Mateo la observaba con una sonrisa que pretendía ser cariñosa, pero en sus ojos no había nada más que posesión. Se acercó lentamente, como un depredador que acecha a su presa, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la tomó de la barbilla, forzándola a mirarlo.

- Mi amor... —dijo en un susurro, antes de inclinarse para besarla. Ingrid apartó la cara, pero Mateo la sujetó más fuerte. El beso fue invasivo, duro, y cuando la mordió en el labio inferior, ella soltó un gemido ahogado de dolor.

- Vamos, tienes que comer. —Su voz era suave, pero había una amenaza clara detrás de sus palabras.

- No tengo hambre, —dijo Ingrid, su voz temblorosa, apenas un susurro.

La bofetada llegó tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar. El golpe fue fuerte y resonó en la habitación, haciendo que su cabeza girara por el impacto. El dolor ardía en su mejilla, pero no tuvo tiempo de procesarlo antes de que él la sujetara del cuello, apretando lo suficiente como para asustarla, pero sin dejar marcas visibles.

- Te dije que comieras. —Mateo le susurró al oído, apretando más— No me hagas repetirlo, Ingrid. Tienes que comer bien, porque esta noche te necesito... activa.

El terror que sintió al escuchar esas palabras fue paralizante. Mateo la soltó y la guio a la mesa, donde había un plato de comida esperando. Ingrid apenas podía respirar de los nervios. Su estómago estaba revuelto, y la idea de comer le resultaba imposible, pero sabía que no tenía opción.

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