CAP. 52 ECOS DEL TIC-TAC: EL ABISMO DE INGRID

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En casa de Ingrid, la atmósfera era pesada, cargada de temor y desesperación. Ingrid, en su habitación, estaba luchando contra los demonios que la carta había desatado en su mente. Las palabras crueles y amenazantes de Mateo resonaban en su cabeza como un eco sin fin. Cada "tic-tac" parecía acercarla más al abismo del terror.

En su frenesí, comenzó a tirar todo lo que encontraba a su alrededor. Los libros volaron por la habitación, las lámparas se estrellaron contra las paredes, y la ropa fue arrancada de los armarios y lanzada al suelo. Su respiración era entrecortada, y las lágrimas corrían por su rostro sin cesar.

- ¡No, no puede ser! —gritaba, entre sollozos— ¡Él no está aquí! ¡No puede estar aquí!

Desde la cocina, la empleada, escuchaba los ruidos provenientes del cuarto de Ingrid. Los golpes y los gritos llenaron la casa, haciéndola sentir una creciente preocupación. Finalmente, no pudo soportarlo más y llamó a Rafael.

- ¿Rafael? —dijo con voz temblorosa cuando él contestó— Ingrid... Ingrid está muy mal. Hay muchos ruidos y gritos. Creo que algo terrible está pasando.

Rafael, que seguía en la reunión, se tensó al escuchar esto. Se levantó de inmediato, interrumpiendo a los demás.

- Perdón, pero tengo que irme —dijo con urgencia

Todos en la sala lo miraron con preocupación mientras salía rápidamente. Los murmullos comenzaron a llenar el ambiente, y sus amigos se preguntaban qué estaba ocurriendo.

- ¿Qué está pasando? —preguntó Diego, frunciendo el ceño.

- ¿Algo le habrá pasado a Ingrid? —murmuró Luisa, mirando a Ximena y Emma.

Ginebra, por su parte, no pudo ocultar una sonrisa de satisfacción. El sufrimiento de Ingrid solo aumentaba su felicidad por la relación de Arthur y Olivia.

- Seguramente es algún drama más de Ingrid —dijo Ginebra con desdén, retomando la celebración— Vamos a seguir con nuestra fiesta.

Mientras tanto, Rafael conducía rápidamente hacia la casa de Ingrid, su mente llena de preocupación. Al llegar, se apresuró a entrar y subió las escaleras de dos en dos, siguiendo los sonidos de la destrucción que provenían del cuarto de Ingrid.

Cuando abrió la puerta, encontró a Ingrid en el suelo, rodeada de objetos rotos y desparramados. Ella estaba acurrucada en un rincón, temblando y murmurando para sí misma.

- Ingrid, soy yo, Rafael —dijo suavemente, acercándose a ella.

Ingrid levantó la mirada, sus ojos llenos de pánico.

- Está cerca, Rafael —susurró— Viene por mí. Lo sé. Lo siento.

Rafael se arrodilló a su lado, intentando calmarla.

- Tranquila, Ingrid. Estoy aquí. No dejaré que te haga daño.

Ingrid negó con la cabeza, su cuerpo convulsionando con sollozos.

- No puedes detenerlo. Él... él siempre encuentra la manera. No puedo escapar.

Rafael la abrazó con fuerza, tratando de transmitirle seguridad.

- No estás sola, Ingrid. Vamos a superar esto juntos. No voy a permitir que te haga daño.

Ingrid se aferró a él, como si su vida dependiera de ello. Las palabras de la carta seguían resonando en su mente, el "tic-tac" que anunciaba la proximidad del peligro.

En la carta, Mateo había escrito con una caligrafía temblorosa pero clara:

- Pronto estaremos juntos de nuevo. No puedes huir de mí para siempre. Tic-tac, tic-tac, cada segundo que pasa me acerco más. Eres mía, Ingrid, y siempre lo serás. Nadie más puede tenerte. El reloj está corriendo, y pronto te encontraré. Tic-tac, tic-tac. Estoy más cerca de lo que crees.

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