CAP. 96 SOMBRAS DEL SILENCIO: EL ECO DE LA TRAICIÓN

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El amanecer en la casa de Rafael era distinto esta vez. La luz del sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas, pero en lugar de traer calma, solo acentuaba el caos interno que Rafael sentía. Sentado en su despacho, con ojeras profundas y una expresión de desesperación que no había mostrado en años, mantenía el teléfono pegado a su oreja. Nadie contestaba. La incertidumbre lo consumía.

Marta, la empleada, entró al despacho con una bandeja de café.

- Señor Rafael, no ha dormido nada. Debería descansar — le sugirió con suavidad.

Rafael alzó la mirada, sus ojos brillando de cansancio y ansiedad.

- Voy a descansar cuando ella aparezca — replicó secamente, rechazando el café que la mujer le ofrecía. Se levantó, caminando nerviosamente por la habitación. — Es ilógico... Ingrid no desaparece así. Siempre avisa, siempre está en contacto.

Cada minuto que pasaba sin noticias de su sobrina hacía que las dudas crecieran en su mente. La noche anterior, en la fiesta del aniversario de su organización, Ingrid había estado, en apariencia, tranquila. No había señales de lo que estaba por venir, ninguna advertencia de que algo estuviera mal. Pero luego, de un momento a otro, había desaparecido. Y ahora, después de buscarla por todas partes, no tenía ni una pista.

- Algo ha pasado... algo que no vi — murmuró para sí, con la voz rota. — Ingrid no estaba bien últimamente... y lo peor es que no me di cuenta antes — Sus pensamientos lo abrumaban. Recordaba cómo Ingrid había estado más callada, más distante, como si algo oscuro la acechara. — ¿Qué es lo que me perdí? — se preguntaba una y otra vez.

El sonido de la puerta del despacho abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Era Sara, su amiga psicóloga, quien había llegado tras recibir su llamada llena de desesperación.

- Rafael, ¿qué pasó? Me preocupé mucho cuando me llamaste anoche — dijo Sara, con voz suave y comprensiva, mientras dejaba su bolso en una silla y lo observaba atentamente.

- Ingrid ha desaparecido — contestó Rafael con frialdad, sin apartar la mirada del suelo.

Sara frunció el ceño, sorprendida.

- ¿Qué dices? ¿Desaparecido cómo? Tal vez se fue con sus amigos y no quiso preocuparnos.

- No, Sara. No. Ingrid no desaparece así — replicó Rafael con una intensidad que lo sorprendió a él mismo. — Algo le pasó. Nunca se va sin avisar. Anoche la busqué en cada rincón donde ella podría estar y nada, ¡nada!

Sara suspiró, intentando ser la voz de la razón.

- Sé que estás muy preocupado, pero quizás esto sea algo temporal. Tal vez...

- ¡No entiendes! — Rafael la interrumpió, alzando la voz. — Últimamente, ella ha estado actuando de forma extraña. Estaba superando todo lo de Mateo, ¡o eso pensé! Y ahora... parece que ha vuelto a tener miedo, un miedo que no lograba entender. Se asustaba por cualquier ruido, temblaba cuando alguien pasaba cerca. Pensé que era por lo de Arthur, que la situación con él la había desestabilizado, pero... ahora sé que hay algo más. Algo que no vi al principio no quise molestarla, no quise atosigarla con mis preguntas, por eso deje que cuando está lista para contarme lo que sucede, solo espere, le di su espacio, su tiempo, ahora veo que hice mal.

Sara lo miró con preocupación, su mente ya trabajando para tratar de entender qué podría estar pasando.

- ¿A qué te refieres? ¿Por qué crees que es algo más que lo de Arthur?

Rafael se llevó las manos al rostro, frotando sus ojos cansados.

- Porque esto va más allá de un simple desamor. Es como si... como si ella estuviera asustada de algo... de alguien. Algo la está consumiendo. Y no puede ser Arthur, porque él ya no tiene ese poder sobre ella, ¿verdad? Pero... ¿Y si...?

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