CAP. 84 SOMBRAS DEL PASADO: PRISIÓN DE OBSESIÓN

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- Ingrid, sé que dices que Arthur ya es pasado, pero... —la miró con ojos llenos de comprensión— algún día me contarás lo que realmente pasó entre ustedes. Porque desde hace semanas te veo tan... distante, como si estuvieras evitando enfrentar algo. Recuerdo esa noche, cuando llegaste a casa totalmente destrozada, y no quise presionarte entonces, pero sé que algo ocurrió. Algo que aún te afecta.

Ingrid apretó los labios. No quería hablar de eso. No quería volver a revivir esa noche. Había llegado a casa destrozada, después de verlo. Pero, ¿cómo podía explicárselo a su tío? Él no necesitaba cargar con sus problemas, ya tenía suficientes preocupaciones.

- No pasó nada, tío —insistió Ingrid, con una sonrisa forzada que no alcanzaba sus ojos— Estaba cansada, abrumada... Tú sabes cómo son las cosas con la organización, los estudios... Estoy ayudando a la señora María y a sus hijas con sus problemas. Todo eso me tiene un poco agotada. Pero de verdad, estoy bien.

Rafael la miró fijamente, viendo a través de sus mentiras. No podía forzarla a hablar, lo sabía, pero también sabía que Ingrid estaba ocultando algo grande. Había visto los temblores ocasionales en sus manos, los momentos en los que se quedaba mirando fijamente al vacío, como si algo invisible la persiguiera.

- Lo que sea que estés enfrentando, Ingrid, no tienes que hacerlo sola —dijo con suavidad, poniendo una mano sobre la de ella— Tú sabes que siempre estaré aquí para ti, ¿verdad? No importa lo que haya pasado o lo que pase.

Ingrid sintió un nudo en la garganta, y por un momento pensó en decirle la verdad. Pensó en contarle sobre las cartas de Mateo, sobre el miedo que sentía de que él volviera a aparecer en su vida. Pero la imagen de su tío preocupado, cargando con sus propios problemas y con los de ella, le hizo decidir lo contrario. No quería ser una carga para él.

- Gracias, tío —dijo finalmente, apretando su mano con suavidad— De verdad, gracias. Pero todo está bien. No tienes que preocuparte por mí.

Rafael suspiró, sabiendo que no podría sacar más de ella en ese momento. Pero la preocupación seguía ahí, persistente.

- Algún día me contarás, Ingrid —dijo finalmente— Algún día me dirás qué es lo que te pasa realmente. Y cuando ese día llegue, estaré aquí para escucharte.

Ingrid asintió, agradecida por sus palabras, pero sabiendo que no podía cumplir esa promesa aún. No mientras Mateo estuviera rondando en su mente. No mientras las cicatrices que él había dejado en su alma siguieran tan frescas.

Rafael la observó durante unos segundos más, notando cómo el silencio se instalaba nuevamente entre ellos. Luego, se levantó lentamente y se dirigió hacia la cocina, dejándola sola con sus pensamientos.

Ingrid miró hacia el vacío, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Intentó enfocarse en la fiesta de la organización, en las personas a las que estaba ayudando, en cualquier cosa que pudiera distraerla de lo que realmente la estaba consumiendo. Pero la carta seguía ahí, persistente, como un eco que no podía ignorar.

Cerró los ojos, intentando calmarse, pero las imágenes de Mateo comenzaron a invadir su mente. Los gritos, los golpes, la sensación de estar atrapada bajo su control. Sentía el temblor en sus manos volver, el miedo que creía haber dejado atrás. Pero no lo había hecho. Mateo seguía en su vida, de una manera u otra, y mientras esa carta existiera, él seguiría siendo una sombra que no podía ignorar.

Ingrid se llevó las manos al rostro, tratando de contener las lágrimas. No podía mostrar debilidad. No podía permitir que todo esto la rompiera otra vez. Pero sabía que no sería fácil. Y mientras su tío intentaba entenderla desde fuera, ella seguía luchando con sus propios demonios, sola.

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