CAP. 72 ECOS DE UNA TORMENTA INTERMINABLE

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Ingrid llegó a su casa y apenas cerró la puerta de su habitación, la tormenta interna estalló. Arrojó sus libros, derribó la lámpara, arrancó las cortinas. Todo lo que encontraba a su paso se convertía en un objeto para su rabia y desesperación. El espejo fue lo último en romperse, reflejando su rostro distorsionado por la angustia.

- Te perdoné todo, Arthur. ¡Todo! —gritaba, sin importarle si alguien la oía— Te perdoné cuando me lastimaste la primera vez, cuando desapareciste sin decir una palabra. Te perdoné cada humillación. Y cuando volviste, ¿qué hice? Te perdoné de nuevo. Siempre te he perdonado porque... —las lágrimas nublaban su vista— porque te amaba. Pero esta vez no, Arthur. Esta vez ya no.

Cayó de rodillas, sollozando. Cada palabra era una puñalada, cada recuerdo, un abismo.

- Suficiente. Suficiente de dolor, de miedo, de humillaciones. Te amé con todo mi ser y aun así, siempre fui la que sufrió. —Se abrazó a sí misma, temblando— Te rogué que te quedaras, te rogué que no me dejaras. Y tú... tú te alejaste. Me hiciste sentir que no valía nada.

Se quedó allí, en el suelo, sintiendo cómo su corazón se rompía una y otra vez. Sabía que debía dejarlo ir, pero la idea de una vida sin Arthur era más dolorosa que la presencia de sus constantes rechazos.

Arthur caminaba sin rumbo por las calles. El frío de la noche le calaba hasta los huesos, pero el verdadero frío estaba en su interior. Recordaba cada detalle de su última discusión con Ingrid, cada palabra que había pronunciado con la intención de alejarla. Sus propias palabras lo atormentaban.

- Nunca quise lastimarte, Ingrid —murmuraba, con la voz quebrada— Te amo tanto, pero... tengo miedo. Miedo de convertirme en mi padre, en tu verdugo.

Las sombras de su pasado lo perseguían. Su padre, un hombre violento y despiadado, lo había golpeado tantas veces que Arthur había perdido la cuenta. La noche de la fiesta, cuando encontró a Ingrid besándose con Mateo, sintió que su mundo se derrumbaba. En su ira y desesperación, había vuelto a casa solo para enfrentar a su padre, terminando inconsciente y luego en un psiquiátrico.

- Te extraño tanto, Ingrid —Los ojos de Ingrid, esos ojos color miel que siempre habían sido su refugio, estaban grabados en su memoria— Eres mi oxígeno, pero tengo miedo de asfixiarte.

Había pasado dos años con Alessia, lo había cuidado y apoyado, pero nunca había dejado de pensar en Ingrid. Cada día, cada noche, su corazón clamaba por ella, aunque sabía que debía mantenerse alejado para no lastimarla.

Ingrid levantó la mirada hacia el techo, como si buscara respuestas en el vacío.

- ¿Por qué, Arthur? ¿Por qué me hiciste esto? —Susurró— Te perdoné por todo, incluso cuando me humillaste. Pero ahora, siento que no tengo nada más que dar.

Se dejó caer sobre la cama, sintiendo cómo su cuerpo y su espíritu estaban agotados.

- Te amé más que a nada en este mundo, pero... ya no puedo más. No puedo seguir perdonándote cuando tú no eres capaz de perdonarte a ti mismo.

Arthur se detuvo en una esquina, sintiendo cómo las lágrimas se deslizaban por su rostro.

- Nunca te he olvidado, Ingrid. Ni por un solo momento. Pero... tengo miedo de ser como él. De ser alguien que te destruya en lugar de alguien que te ame. —Cerró los ojos, tratando de ahogar el dolor que sentía— Te alejé porque pensé que era lo mejor para ti, pero ahora... ahora me doy cuenta de que solo te hice más daño.

El miedo de convertirse en su padre, de ser violento y destructivo, lo había consumido. Y aunque amaba a Ingrid con todo su ser, el temor a lastimarla lo mantenía alejado.

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