27. ¿Una convivencia?

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Aprovecho los últimos minutos del recreo para ir hasta la cafetería y comprar una botella de agua. Alexa ha recogido su material de dibujo para acompañarme.
Durante el camino vamos en silencio, y entonces recuerdo que se muda, que es real. Que serán los últimos tres meses con ella (un poco menos de tres, siendo exactos), y luego no la veré más en el recreo, en los cambios de hora... Ya no dibujará en su zona apartada de césped, ni se sentará conmigo en los bancos por la mañana. No haremos nada de eso. Ella empezará en un instituto nuevo en el que no conocerá a nadie, y yo seguiré en este en el que creía conocer a la gente pero ya me he dado cuenta de que no. Estaremos casi en la misma situación.
La miro de reojo, y creo que puede estar pensando en lo mismo que yo. Esto es lo que tienen los silencios, nuestros peores pensamientos aparecen en nuestra cabeza.

—Una botella de agua fría, por favor.

Me apoyo en la barra unos segundos hasta que la mujer me da lo que le pido. Esta mujer siempre sonríe, transmite felicidad cada día.
Le doy las gracias y me doy la vuelta, encontrándome a Carlota, Naia y Selene sentadas en una mesa hablando con normalidad.
Un poco más al fondo están los chicos. Joel no me ha visto, pero Louis ha levantado la cabeza y me ha mirado desde la distancia unos segundos. Espero una sonrisa por su parte, pero no llega. Simplemente se limita a mirar y luego a desviar la vista.
Sigo un poco más a la derecha... y veo a Karen. Está sola, completamente sola en la mesa. Pasa el rato con su móvil y da sorbos a un vaso cada cierto tiempo.

—Ey —me llama Alexa—. Vámonos de aquí.

—Espera... —le digo y, tras un suspiro, empiezo a andar hasta Karen.

Quizá tengo demasiada compasión, demasiado corazón... Pero no puedo ver a nadie en soledad, porque sé lo que se siente, y más aún tratándose de una persona a la que consideré amiga durante varios años. Si yo también lo fui para ella, nunca lo sabré.

—Karen.

—¿Qué quieres?

Desde que oigo su tono, una alarma en mi cabeza me dice que me vaya, que pierdo el tiempo. Sin embargo, insisto.

—No lo sé —admito. No quiero nada. Solo quería que no estuviese sola—. ¿De verdad quieres estar así?

—Déjame, anda.

—Oye... Yo tengo motivos para hacerlo, pero ¿tú? Entiendo que estés enfadada por lo de Michael, pero tampoco puedes obligar...

—Cállate, Helena. —Deja el móvil a un lado y me mira con esos ojos marrones que me han dado un poco de miedo en ocasiones—. Esto tenía que pasar algún día. Si no hubiese sido por lo de Michael, habría sido por cualquier otra cosa. Me he hartado, no las soporto más. Una se cree modelo profesional y restriega sus putos novios cada vez que le surge la oportunidad. Y la otra... La otra habla de mierdas que no me interesan y me las tengo que tragar cuando ninguna de ellas se ha preocupado por mis problemas, que los tengo. Además de ser tan ingenua como para hacernos creer que no le gusta Joel. Y lo peor de todo: se piensa que tiene posibilidades. He llegado al límite, Helena. Ahora, déjame en paz. Mejor sola que con mala compañía.

Me lo ha soltado todo de sopetón, como una descarga que necesitaba vomitar. Se ha quedado a gusto, desde luego que sí.

No digo ni una palabra, ha sido suficiente. Me marcho y regreso con Alexandra.

—¿Qué te ha dicho? —me pregunta.

—Pues... —alargo y resoplo.

—Que te den, ¿no?

—Básicamente —afirmo y termino sonriendo, como ella.

—No seas tan buena. La bondad solo trae problemas.

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