44. Deberías irte.

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La tela de su camiseta pegada a mi nariz desprende un olor que me obliga a permanecer en esa posición por minutos, no sé cuántos, pero más de los que nunca hubiera imaginado. Solo escucho el latido de su corazón, y el mío propio que palpita con cierta rapidez, aunque ni se asemeja la velocidad a como suele ponerse cuando se me acerca. No podría estar alterada cuando me siento totalmente al contrario. Nunca he hecho meditación, pero imagino que se parecerá mucho a mi estado ahora mismo.
Creo que me dice algo en un susurro, pero no consigo oirle. Solo detecto un murmullo que me saca del adormecimiento gradualmente.

-Ey... -Esta vez sí lo escucho perfectamente, por lo que levanto la cabeza, desganada, y veo que me da el móvil-. Te ha sonado.

Retiro un brazo de su hombro para cogerlo y empiezo a leer:

Voy a pasar aquí toda la noche. Cuidado con Neal. Brenda irá a recogerlo temprano para llevárselo a casa. Si por alguna casualidad le entra fiebre o le ocurre algo, avísanos enseguida.

No menciona a papá ni su estado en ningún momento, así que imagino que no habrá ningún cambio. Le contesto con un vale y unas buenas noches, dentro de lo que cabe, y salgo del chat.

-¿Alguna novedad? -me pregunta, despacio y en voz baja. Parece como si él también estuviera adormilado.

Niego con la cabeza, muy cerca de su cara, tanto que me deja aturdida. Reacciono mirando la hora. Dieciséis minutos faltan para que sea la una de la mañana.

-Deberías irte -le suelto de pronto, manifestando mis repentinos pensamientos-. Es tarde. ¿Qué pensarán tus padres?

-No saben que he salido -confiesa, sin quitarme el ojo de encima mientras me separo de una vez de él y me pongo de pie.

Trago saliva, miro al suelo y luego a él. Le agradezco que no convierta la situación en algo más extraño de lo que ya es para mí, porque se levanta decidido y le veo dispuesto a despedirse.

Se me forma un nudo en la garganta con solo pensar en que se va, en que saldrá por la puerta y, siendo realistas, nadie me garantiza que lo de esta noche vuelva a repetirse.

-Te agradezco por haberme acompañado sin tener por qué haberlo hecho.

Tenía que darle las gracias una vez más. No se imagina cuánto de grandes y valiosas son esas gracias.
Pienso por un momento que responderá, pero por su gesto de sonrisa amable adivino que no abrirá la boca. En lugar de eso, da un pequeño suspiro y se pasa los dedos por el flequillo. Le noto incómodo.

-Espero que se mejore -dice, y estas sí que son sus últimas palabras, de la noche y a saber hasta cuándo.

Camina hacia la puerta y yo le sigo de cerca, mordiéndome la piel de los labios. Esta es la despedida.

Cuando ya pisa la acera, se gira para mirarme y sonreírme de forma muy sutil, casi imperceptible. Su rostro, mitad en la oscuridad y mitad iluminado por la luz del salón, me parece más especial que nunca. Su algo especial y mágico, aquello que tiene pero que desconozco al mismo tiempo, ha aumentado de valor. Ya no solo es guapo, ni misterioso, ni inteligente, ni bromista... Además de eso, es el chico que, posiblemente, me haya enamorado, y eso sí que tiene que tratarse de magia de verdad.

-Adiós -murmuro, incapaz de soportar el silencio. El peor silencio, el último.

Y, sin decir nada ni hacer nada, me mira por última vez con sus azules ojos que me encantaron desde el principio, y echa a andar, perdiéndose en la oscuridad de la calle.
Me quedo en la puerta, observándole hasta que dobla la esquina y no vuelvo a verle.

Inspiro aire profundamente, y me resigno. Él no lo ha dicho, ni yo tampoco, pero lo he sentido. He sentido que lo que ha ocurrido aquí, 24 de diciembre, quedará aquí y no volverá a repetirse. Lo he visto en sus ojos, y una parte de mí lo tenía claro.

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