—Te aviso después, ¿vale?
Asiento con la cabeza mínimamente. Es la hora de la despedida, de que él se quede en su casa y yo continúe por la acera hasta llegar a la mía. Y no quiero. No quiero regresar a mi casa, a mi vida, tras haber caminado durante unos veinte minutos a su lado. Nunca antes se me había hecho el camino tan corto y llevadero, con sus bromas, sus ocurrencias espontáneas y las veces en las que me ha cogido la mano o se ha acercado a mí más de la cuenta.
—¿Cómo voy a tener que vestirme? —pregunto en un intento de alargar más el tiempo en su compañía.
—Todavía no lo sé —admite—. Pero la ropa es lo de menos.
—¿Puedo llevar ropa de calle normal?
—Sí, claro. A no ser que quieras ponerte aquel vestido blanco que llevaste en el bautizo.
Mi reacción es de clara sorpresa. No me esperaba esa asociación, ni mucho menos que lo recordara... No ha transcurrido tanto desde entonces, pero me da la impresión de que ocurrió hace mucho más. Y, ahora que lo menciona, ese vestido sigue casi intacto en un lugar de mi armario. Dudo que vuelva a utilizarlo. Aún no se me ha olvidado la vergüenza que tuve que pasar cada vez que alguien me miraba el escote, él incluido.
—Yo... preferiría no llevarlo, siendo sincera.
Sus labios curvan una disimulada sonrisa. Se lleva la mano a la nuca y luego alborota su flequillo. Es curioso que deslize la mano por su pelo sin ningún cuidado y el resultado sea incluso mejor de lo que estaba antes. Le veo más adorable con el pelo algo más despeinado.
—A mí me gustaba, siendo sincero.
Sonrío por su intento de imitación, y ya nos quedamos sin nada que decir.
Es bastante obvio que ninguno de los dos quiere entrar en casa y acabar con la conversación.
Se lleva las manos a los bolsillos de la sudadera y da un paso al frente acabando con la distancia que nos separa.—No quieres irte, ¿verdad?
—Verdad —digo, sonriendo con timidez.
Me deja sin respiración, literalmente.
Pega su frente a la mía y nuestras narices comienzan a rozarse. Y, por una vez en mi vida, le rodeo el cuello con los brazos y tomo la iniciativa de juntar mis labios con los suyos.
A pesar de mi valentía, el beso es lento y tímido, lo que consigue sacarme de quicio. Echo de menos sus manos y le obligo a sacarlas de los bolsillos y a colocarlas alrededor de mi cintura. Siento su sonrisa en mis labios cuando lo hago, y me hace sonreír a mí. Tal y como lo esperaba, sus brazos acaban rodeándome con más fuerza y el beso acaba en un abrazo.Solo escucho mi latido acelerado, y solo siento su cuerpo protegiendo el mío.
Es de locos que tenga la necesidad tan grande de pasarme la vida así, con él, de no querer soltarle aún sabiendo que nos volveremos a ver dentro de unas pocas horas.
Algo dentro de mí me aconseja que lo aproveche al máximo, como si cada día fuera el último.
***
Entro en casa como si se tratara de una tortura, una cárcel, y lo único que me consuela es que en solo dos horas cruzaré la puerta otra vez con el fin de pasar un buen rato fuera de aquí. Nunca antes me había sentido tan oprimida, y asfixiada incluso, bajo este techo. Supongo que tampoco nunca antes había conocido otra vida que no fuera aquí.
Hoy los niños no están. Lo averiguo desde que camino hasta la mitad del pasillo y no corren hacia mí y me engullen a preguntas. En lugar de eso, escucho voces en la cocina: mi madre, Diego y Ángela.
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Pide un deseo
Fanfic"Creo que estoy caracterizada por ser el diario de todo el mundo, sin tener uno propio. Si lo tuviera, lo poco que habría de contar, no sería de interés ni de agrado ni para mí misma." [TERMINADA]