39. Todo en su lugar.

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Camino rumbo al aula de historia con un papel en mis manos: la presentación de francés. Con la convivencia del fin de semana solo he tenido tiempo para estudiármela parte del domingo por la tarde y ayer lunes. No sé si ha sido suficiente. Quiero creer que sí, pero con una exposición oral nunca se sabe. Me siento nerviosa, e insegura. La tengo a segunda hora y aprovecho estos segundos para releer algunas líneas. Espero que todo vaya bien. El hecho de que se trate de un tema que me gusta me lo facilita bastante.
Tomo asiento al lado de Selene como siempre mientras los demás alumnos van llegando. No le quito ojo a la puerta hasta que entra el profesor y la cierra. No está. Louis no ha venido. Su asiento al lado de Michael está vacío. ¿Qué le habrá pasado? Creo que me lo esperaba. Suele llegar pronto al instituto, y no le había visto en el pasillo. Por un lado me preocupa ligeramente el motivo de su ausencia, pero por otro lado lo agradezco. Si no viene a clase significará que no me verá haciendo mi exposición de francés delante de toda la clase. Eso es un gran punto positivo, un gran alivio sobre todo.
El hombre inicia su explicación de primera hora con poco entusiasmo y varios bostezos.
Me aburro tanto que desconecto al cabo de media hora. Miro de reojo su asiento vacío y me inundo en pensamientos, y recuerdos.

Ha llegado el momento. No puedo escaquearme ni fingir gastroenteritis, a pesar de que tengo el estómago revuelto como si la tuviera.
La profesora pide voluntarios para empezar, sin embargo nadie se atreve, o bien porque no lo tienen bien preparado, o porque tienen tanto miedo como yo. Sin duda, no voy a ser la primera, bajo ningún concepto.

—¿Helena? Vamos, te veo con ganas.

«Mierda.» ¿Puede leerme el pensamiento? No. Si pudiera hacerlo, sabría perfectamente que las únicas ganas que tengo son de salir de aquí corriendo.

Me levanto sin más remedio. Cojo aire e intento relajarme. Me lo sé.

Preparo la presentación en el ordenador bajo tantas miradas. He traído fotografías para desviar la atención hacia ellas en lugar de a mí.
Me coloco, visualizo a la gente y me aseguro de que su hueco sigue vacío.
Entonces me presento y comienzo a hablar en francés sobre la historia de la música, hablando de varios estilos y sus respectivos representantes más importantes.
Todo va bien hasta que unos toques me interrumpen y tengo que parar.

—Perdón. ¿Puedo pasar?

Tiene que ser una broma. Cuando escucho su voz, cierro los ojos con fuerza, lamentando el momento tan oportuno en que ha decidido aparecer.

—Claro, Louis —le dice la profesora sin hacer preguntas sobre su retraso.

Veo como se cuela por los huecos entre las mesas, pasándose las manos por el pelo, y llega a su silla. Deja la mochila sobre la mesa y apoya los codos sobre ella, completamente dispuesto a escucharme. Es la primera vez que nos sostenemos la mirada desde el sábado por la noche.
Y soy consciente de que no le quitado la vista de encima, y él se ha dado cuenta. Pero me da igual. No tengo nada que perder, porque ya está perdido.

—Venga, Helena. Continúa.

Y de repente siento que estoy en blanco. No recuerdo por dónde me he quedado ni tampoco lo que seguía. Miro la foto que hay proyectada para intentar ubicarme.

—Eh...

Mierda. Mierda. Mierda.

—¿Puedo...? ¿Puedo mirar el papel? Es que no recuerdo...

—Sí, sí —me dice la profesora sin problema aparente.

Voy a mi sitio, completamente avergonzada, y leo hasta llegar por donde me quedé.

—Vale. Perdón.

—No pasa nada. Te han interrumpido, es normal que te hayas despistado.

Cuando creo que voy a seguir con la normalidad de antes, me doy cuenta de que estoy muy nerviosa. Sus ojos azules sobre mí no me ayudan en absoluto.

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