71. Pídeme que me quede.

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Va a dejarme. En dos semanas va a dejarme. Ya solo le tengo a él, y dentro de catorce días tampoco.

Las ideas se ordenan en mi cabeza de pronto. Todo tiene sentido ahora. Sabe que se iba a ir desde hace tiempo, lo sabía desde el principio, y por ese motivo se comportaba de aquella forma tan cambiante.

-Helena -llama mi atención otra vez, pero su voz me llega lejana. Sigo en shock, inmóvil y pensando a toda velocidad.

-Vas a dejarme... -susurro.

¿Cómo es que no estoy llorando? Ni una sola lágrima corre por mi cara, y ese hecho me extraña.

-¿No vas a volver? -pregunto, mirándole. Sus ojos están dolidos, y yo estoy rota por dentro, pero soy incapaz de manifestarlo. Parece como si se me hubiera paralizado todo el cuerpo.

-Vamos a hablar, ¿vale?

Está nervioso, lo noto en su voz.

-Eso significa que no vas a volver -puntualizo.

Quedan dos semanas para despedirme de la única persona que me da vida ahora mismo. El que iba a ser mi mejor verano, se va a convertir en el peor de ellos. No le volveré a ver, no le volveré a besar, no volverá a abrazarme, no volveré a escuchar su voz ni su risa, no volveré a ver el color de sus ojos, ni tampoco volveré a escucharle tocar una de mis canciones. Nada de eso volverá a pasar. Me siento estúpida. Me siento engañada. Pero, sobre todo, me siento incompleta.
¿Cuándo narices pensaba decírmelo? ¿Cuando estuviera en el avión, a través de un mensaje? ¿Con una llamada quizá? O el día anterior, o la misma mañana antes de coger el vuelo. Si yo ahora no hubiera empezado la conversación... ¿no me lo habría dicho?
A pesar de sentirme como una mierda, no soy capaz de enfadarme con él, ni siquiera conmigo misma por haberme permitido sentir tanto.

Ya estoy llorando. Me escuecen los ojos, y no puedo aguantarme más. Me acerco a él y le rodeo la espalda con mis brazos. Me apoyo con delicadeza en su pecho e inspiro profundamente. Es como si todo estuviera ocurriendo a cámara lenta. Mis mejillas se llenan de lágrimas, pero silenciosas.

-¿Por qué no me lo habías dicho? -consigo preguntar, con la voz quebrada. Qué ridícula soy.

Solo escucho mis sollozos, y el latido de mi corazón, debilitado y sin fuerzas. Su confesión acaba de dejarme vacía, como si me hubieran arrancado todos los órganos de golpe, y solo hubiera quedado el exterior, que se abraza a él como si se tratara de su único suministro para vivir.

Y no me contesta, por lo que me armo de valor y energías para coger aire, soltarlo despacio y separarme de él. Quiero estar sola.

-Helena, por favor, tenemos que hablar -me suplica, viendo que mi intención es seguir andando sin él.

-No me apetece hablar -digo, secándome las lagrimas, y mentalizándome de que debo ser fuerte-. Ahora no, por favor.

Llego incluso a sonreír mínimamente para que no se preocupe por mí, y me doy la vuelta apartando mi vista de su rostro. Empiezo a caminar por la acera de camino a mi casa, pero escucho que sigue detrás de mí para alcanzarme. Vuelvo a suplicarle que necesito un momento en solitario, que hablaremos si quiere pero no ahora y me deja ir con una expresión de impotencia.
Que no pretenda fingir que está peor que yo, cuando él lo sabía y yo acabo de enterarme.

Cuando ya avanzo unas calles, suficientemente lejos del punto en que lo he dejado, empiezo a llorar de nuevo, y esta vez no mantengo el silencio. Esta vez me libero plenamente, entre sollozos y lágrimas que bajan interminablemente por mis mejillas.
Cómo no fui capaz de darme cuenta... Algo le retenía, algo le impedía actuar con libertad... Eso lo supe desde el inicio, pero no imaginé que se tratara de esto. Pensé en personas, no en un proyecto futuro. Siempre... siempre que le hablaba de la universidad y de los estudios posteriores, lo notaba extraño. Nunca me hablaba con claridad sobre lo que iba a hacer... y a mí no se me pasó por la cabeza los motivos.

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