61. Vas a perdonarme.

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Él rema sentado en mitad de la tabla, y yo le dificulto la tarea estando pegada a su cuerpo como un pulpo. Le rodeo por detrás con los brazos apoyando la cabeza en su espalda. Se está muy bien aquí, y a pesar de que mantengo los ojos cerrados, creo que ya estamos regresando a la orilla. El relajante silencio empieza a transformarse en un murmullo lejano de personas y niños jugando.

—¿Ya ha pasado la hora y media? —murmuro sin mover un solo músculo, porque siento que no tengo fuerzas ni ganas de hacerlo.

—¿Se te ha hecho corto?

—Sí.

—Aún quedan unos minutos.

Eso me consuela un poco, aunque solo se trate de cinco, o dos. Los que sean.

Para de remar y dejamos de movernos. Levanto la cabeza para comprobar que efectivamente nos encontramos mucho más cerca de la playa. Solo unos metros nos separan de la realidad. Puede parecer exagerado, pero la sensación de haber estado solos los dos en medio del mar sin nadie que nos viera y sin ningún otro sonido que nuestras voces ha sido completamente mágica.

Deja el remo a un lado y me coge las manos haciendo que lo suelte. Gira sobre sí mismo para colocarse frente a mí. Sus labios forman una fina línea, sus ojos no dejan de escrutar los míos y sus manos van directamente a mi pelo. Le gusta apartarme los mechones de la cara, colocarme el pelo detrás de los hombros y quedarse enredando sus dedos en él. Y a mí me gusta que lo haga. Me hace cosquillas, y me produce escalofríos por todo el cuerpo.

—Yo debería estar estudiando... —digo, para romper el momento romántico. Así soy yo.

Forma una sonrisa ladeada mientras continúa entretenido con mis mechones.

—Ven mañana a mi casa y estudiamos juntos.

—Vale —accedo de inmediato. Apenas he dejado que termine la oración, y creo que se me ha notado muy entusiasmada porque conserva la sonrisilla en su cara.

—Vaya... Pensé que ibas a decir que no, o que hubiera tenido que insistir más.

El caso es que yo también habría creído lo mismo. Ahora es cuando me tomo dos segundos para pensarlo y dudo de que pueda conseguir concentración para estudiar a su lado, sin embargo quiero estar con él mañana también.

—Pero vamos a estudiar en serio —advierto.

—Claro. Sí, por supuesto.

—No sé si hablas con seriedad, o no. En realidad, nunca lo sé —confieso. Siempre está con bromas y con ironías, lo que hace complicado identificar su intención.

—Esta vez, con seriedad.

Pero sigue sonriendo. Esto es imposible.

—Sabes... Venir a la playa y no mojarse es como no venir a la playa.

Se quita la camiseta con un movimiento muy rápido, lo que apenas me permite tres segundos para verle, y cuando me doy cuenta ya estoy gritando.

—¡No! —exclamo, pero es tarde.

Es tarde porque ya está tirando de mí hacia el agua. Caemos los dos a la vez y juro que si fuera otra clase de persona con mucha más fuerza física le daría un guantazo, y no me arrepentiría de nada.

Salgo a la superficie pataleando como un niño que no sabe nadar y empiezo a toser debido al agua que me ha entrado por la nariz. Tengo el pelo mojado, el neopreno mojado, la única ropa interior que he traído mojada, la cara mojada y probablemente el rímel corrido por ella. Me paso la mano por los ojos y los abro luego para encontrarme con su cara frente a mí. Sonríe a la vez que se sacude el pelo, esta vez empapado y pegado en su cara. Lo aparta de su frente quedándole la cara totalmente al descubierto. Tenía ganas de gritar, de pegarle, pero viéndole se me ha olvidado todo.

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