60. No es la primera vez.

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Permanezco con los ojos cerrados, disfrutando de la música pero sobre todo de él. Mi cabeza descansa ligeramente sobre su hombro y su mano en mi pierna. Lleva un rato jugueteando con los rotos de mi pantalón vaquero sin decir una sola palabra, quizá porque no quiere interrumpir la música. Estoy tan bien aquí que no quiero que el trayecto acabe. Me da igual adónde vayamos o qué hagamos, porque estando a su lado me doy cuenta de que eso es lo de menos. Me gusta mucho, muchísimo, y ninguna sensación se asemeja a la que experimento con él.

-¿Has traído biquini? -Rompe el silencio y prometo que he estado a punto de pegar una salto en el asiento.

-¿Qué...? -pregunto con cautela, quitándome el auricular para asegurarme de que me ha preguntado por un biquini.

Retiro la cabeza de su hombro y me quedo mirándole, muy de cerca. Su mano en mi pierna presiona ligeramente y sonríe con mucha malicia, aunque una malicia adorable en conjunto con su cara.

-¿¡Vamos a la playa!? -exclamo.

Espero, por lo más sagrado del mundo, que se esté quedando conmigo. No puede estar hablándome en serio. No voy a la playa desde el verano pasado, lo que significa que tengo la piel más blanca que la de una monja. Llevo meses sin ver el sol con fundamento. Además, ¡claro que no he traído biquini! Tampoco es que tenga una gran colección de ellos en el cajón... Si no me equivoco, hay dos mezclados con la ropa interior, y ni siquiera sé si todavía me sirven. Creo que me han crecido las tetas un poco desde entonces. Todo eso sumado a la vergüenza que me da que me vean en biquini... ¡de locos!

-Louis -digo, con seriedad-, dime que no vamos a la pla...

-Vamos a la playa.

¡Mierda!

-Pero no para lo que se suele hacer en una playa.

¿Eh?

Creo que comprende mi cara de póquer porque enseguida trata de calmarme.

-Tranquila, Helena, si no quieres que te vea en biquini, no lo haré.

-¡Es que no lo he traído! -protesto, por la falta de comunicación. Podría habérmelo dicho. ¿Qué le costaba?

-No te hace falta, no te preocupes -insiste con su tono calmado y me sonríe, demasiado.

El autobús para y él me coge la mano para indicar que ya hemos llegado. Cojo mi bolso y salgo detrás de él, sin que nuestras manos se separen. Me siento bien cuando me da la mano, y mejor aún cuando lo hace en el instituto o cuando hay gente. Se acerca a mí sin importarle los demás y me hace sentir que solo estamos nosotros dos aunque hayan treinta personas más en clase, o cientos en todo el instituto.

Sí estamos en la maldita playa. No la veo debido a los edificios, pero la huelo. Estamos a unos cuantos metros de ella y ya casi puedo sentir el salitre en el pelo y la arena pegada hasta en partes insospechadas.

-Que sepas que haberme traído aquí es lo peor que hubieras podido hacer -digo, empezando a caminar a su lado-. De todos los planes posibles, este se encuentra en el penúltimo puesto de la lista.

-¿Cuál es el último?

-Una fiesta adolescente.

Suelta una carcajada que me hace sonreír.

-A mí tampoco me gustan las fiestas adolescentes.

-¿Ah, no? -Toda una sorpresa-. No lo parece.

-¿Por qué no? -pregunta.

-Por tus amigos... tu forma de ser. No sé, no me pareces el típico chico que se queda en casa un viernes.

-No me quedo en casa -puntualiza-. Salgo contigo.

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