73. Te quiero, Helena.

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Echo la cabeza hacia detrás, dejando que caiga sobre la almohada, y respiro profundamente en silencio, sin hacer el más mínimo ruido. Trato de no exteriorizar cómo me siento todo lo posible, evitando así que él se sienta peor de lo que ya se siente, y se sentirá cuando en breve salga por la puerta de su casa y no vuelva a verle jamás. No quiero que se preocupe por mí, quiero que lo haga por él y por su vida, no por la mía. Ya le he dicho que no le acompañaré. Tampoco quiero una estúpida despedida de aeropuerto.

Dejo caer mis manos sobre su espalda, procurando que las yemas de mis dedos toquen su piel con suavidad y no con la vehemencia que me gustaría. Deslizo los dedos hacia arriba y hacia abajo, hasta donde me permite la longitud de mis brazos, mientras que sufro por su respiración cálida en mi cuello y su latido acelerado.

Se ha acabado. Se va hoy.

La ropa de su armario y de sus cajones ha acabado dentro de unas maletas ahora colocadas junto a la puerta, preparadas para ser cogidas y arrastradas hacia otro país.

Aprieto mis dedos en su piel con un poco más de fuerza, cerrando los ojos y manteniendo una dura lucha contra ellos, contra las lágrimas. No voy a llorar más, joder. Estoy harta.

Él se mueve sobre mí, acercándose más todavía a mi cuello si es posible y permanece en silencio. Entonces yo deslizo mis manos por el suyo hasta que llego al pelo. Mis dedos se hunden en él lentamente, haciéndome disfrutar del contacto. Le acaricio durante un rato, peinando y despeinando su flequillo. Me relajo mientras lo hago, tratando de no pensar en nada, de dejar la mente totalmente en blanco, hasta que unas gotas se resbalan despacio por mi cuello.

No me puedo creer que esté llorando aquí, delante de mí.

Por favor... no... Que deje de llorar porque me está matando.

-Louis... -susurro, muy bajito, temiendo verle, temiendo por su dolor.

No me contesta. Pienso que quizá no quiere que le vea, sin embargo vuelvo a susurrar su nombre, haciéndome la idea de que posiblemente será una de las últimas veces que lo pronuncie en su presencia.
Finalmente levanta un poco la cabeza, porque mis manos le obligan, y veo que efectivamente eran lágrimas. No hay nada más doloroso que esto, que verle así, sabiendo que soy la única persona que lo ha visto llorar. Tal y como me dijo en aquel cuestionario, nadie lo había hecho, hasta ahora.
Le seco las lágrimas con los dedos, le acaricio con toda la ternura que soy capaz de mostrar, y junto mis labios con los suyos. Saben tan bien. Me gustan tanto... como no me van a gustar otros en la vida.

Me aparto de su boca, pero no de su cara. Permanezco pegada a él mientras nuestras narices se tocan.

-Tienes una oportunidad enorme -susurro-. Aprovéchala.

Antes de que vuelva a caer sobre mi pecho, vuelvo a hablar, esta vez para decirle que debo irme. Aunque lo que más desee ahora mismo sea quedarme con él, atarme a él si hace falta para que no se suba a ese avión, debo ser adulta por una vez, actuar con madurez y no como la adolescente enamorada y sin cordura que llevo en el interior. Sé que ahora me siento como si no fuera ni tuviera nada ni a nadie, pero eso cambiará cuando entre en razón y me dé cuenta de que lo mejor que pudo pasar fue dejarlo ir.

Tengo que irme de su casa antes de que sus padres regresen, se lo repito, y por fin asiente con la cabeza y se levanta dejándome libre. Se viste con rapidez, aunque no lo miro, sí lo escucho, y sale de la habitación, dejándome aquí sola.

Me pongo la ropa, cojo el móvil y me quedo en el borde de la cama deshecha, mirando a mi alrededor. Quiero memorizar esta cama y esta habitación para almacenarlo junto con los demás recuerdos. Sus maletas siguen ahí, en una esquina, y parece que se compadecen de mí.

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