7. Ábrete un poco.

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El timbre suena. Historia acaba. Después de que el profesor le haya llamado la atención a Karen por no entregar la primera tarea, está que echa humo. Discute con Naia por el pasillo sobre el tema, mientras que yo me he ido desviando de forma cautelosa. No tengo ganas de escucharla.

Me siento en un banco, sola. Coloco el cartapacio sobre mis rodillas y veo adolescentes pasar de un lado a otro cargados con libros y mochilas. No le quito ojo a la puerta de la sala de profesores por si aparece el de literatura y me despisto.
Los de mi clase también se sientan en los bancos libres, pero ellos están en grupitos, yo estoy sola.

-¡Ey! -Se desliza por el banco hasta quedarse a mi lado, muy cerca, tanto que nuestras piernas se rozan y me muevo de forma disimulada para alejarme aunque solo sea un centímetro.

La soledad ha durado poco.

-¿Por qué estás sola? -me pregunta Joel.

-Porque estaba esperándote.

Sonríe y me dan ganas de reír por las caras que pone. A veces es adorable, y a veces es idiota adorable.

-Y yo estaba buscándote. -Mete las manos en sus bolsillos y se recuesta en el respaldo con total comodidad. Como si estuviera en el sofá de su casa.

-¿Sí? ¿Para qué? -continúo la conversación, pero sin mirarle a la cara.

No podría mantener la vista en su mirada verde. Es tan guapo que me intimida. No entiendo a Carlota, ni tampoco a Karen, ni a medio instituto que considera a Michael como el más guapo. Miro a Michael y veo lo típico, lo que todas las chicas buscan y quieren. Un físico perfecto, una cara de Instagram. De esas cuentas que publican fotos de Barbies y Kens que hacen que tu autoestima quede por los suelos. Esas personas que han venido al mundo con suerte y se llevan miles y miles de me gusta por sus caras bonitas.
Ese es Michael para mí. Ni una sola imperfección, siempre vestido de tiendas pijas, con deportivas de marca, y el tupé que desafía la ley de la gravedad tras el ritual mañanero de dejar en él medio bote de laca. Y a la vez veo una personalidad monótona, apegado a su grupo de amigos y despegado de los demás.

Y luego miro al chico que tengo a mi lado, que sonríe. Siempre sonríe. Siempre está feliz y despreocupado. Bromea con todos, habla con todos, responde en clase aunque a veces no tenga idea de lo que dice, y nos reímos.

-Helena.

Sacudo la cabeza y reacciono. ¿Cuánto tiempo llevo abstraída?

-¿Qué? -parpadeo y veo a Joel mirándome.

-¿En qué estabas pensando? Deberías haberte visto...

Oigo su risa y acabo sonriendo. Qué vergüenza.

-Pensaba en las clases.

-Mentirosa... Tenías cara de pensar en un chico. Si pensabas en mí, puedes decirlo. Estamos en confianza.

-No, idiota.

Vuelve a estar muy cerca de mí. Mueve su pierna constantemente, rozando con la mía. Oigo un bostezo por su parte.

-Lo que daría por estar durmiendo.

No sé lo que daría él, pero de seguro yo daría lo que fuese.
No contesto. Guardo silencio unos segundos. No entiendo por qué se acerca a mí, por qué se sienta conmigo, por qué me habla...
De todas formas, no me quejo. Já, como para quejarme... Me siento... especial cuando lo hace. Ningún chico guapo se interesa por hablarme. Mejor dicho... ningún chico. Solo él.

-¿Esas tres no son tus amigas?

Levanto la cabeza y busco a las tres a las que se refiere. Carlota, Naia y Karen cuchillean entre ellas mirando en nuestra dirección. Hablan de nosotros, de él conmigo. Solo hay que verles las caras.

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