30. Huele a ti.

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Entro rápidamente dirigiéndome a mi habitación. Dejo la chaqueta en la cama, junto a la mochila, y voy a la cocina. Saludo a mi madre y enseguida ayudo a colocar los platos en la mesa antes de que ella me lo ordene. Mis sobrinos ayudan con los cubiertos y las servilletas.
Cuando termino, vuelvo a mi cuarto para ver el mensaje que me ha llegado. Estoy emocionada, por algo tan simple como un WhatsApp sobre una chaqueta. Solo ha escrito «Sí, gracias». Le pregunto si no le hace falta antes y espero a que me conteste.
Mientras, cojo la chaqueta. Me coloco frente al espejo y me la pongo. Es inevitable.
Me queda un poco ancha. Le doy una vuelta a las mangas y la ajusto dejándola abierta. Me acerco el cuello a la nariz para oler de nuevo el perfume.

—Helena.

¡Joder! Pego un pequeño salto en el sitio. He sentido un paro cardíaco por un segundo.

—A comer —me dice mi madre desde la puerta.

Asiento con la cabeza, rezando para que se vaya de una vez y no se percate de que llevo una chaqueta que no es mía y que es de dos tallas más grande.
Cuando la veo desaparecer, asoma la cabeza de nuevo.

«Mierda».

Me quedo petrificada junto al espejo.

—Luego vamos a ir a hacer la compra. Te quedas tú con los niños.

Ni siquiera es una pregunta, es una orden.

—Vale... —le digo.

Me mira y frunce el ceño al ver la prenda de ropa. Y, por suerte, no hace ninguna pregunta.

Suelto aire y me la quito a toda velocidad.

No, tranquila. Puedes llevarla el lunes.

La posibilidad de llevársela antes queda totalmente descartada. Antes de que pueda contestar, me llega otro mensaje.

¿Eran tus sobrinos?

Quiere seguir hablando, y me siento como una niña de tres años que da saltitos de felicidad. Le respondo inmediatamente que sí.

Eres una tía muy joven. Tienes suerte.

No creas que siempre es suerte... Muchas veces me toca cuidarlos.

—¡¡Helena!!

—¡Ya voy! —exclamo en voz alta para que me escuche.

—¡Se enfría la comida!

Pongo los ojos en blanco y salgo de la aplicación, no obstante me llevo el móvil conmigo hasta la mesa.

Desmenuzo el pescado de forma minuciosa en busca de cualquier mínima espina, aun cuando mi madre me ha informado claramente que este tipo de pescado ya se compra limpio.

Me llega un mensaje por lo que saco el móvil del bolsillo y lo leo:

No está mal. Así practicas para el futuro.

Para el futuro... Cuando se supone que voy a tener hijos. Eso está por verse. Queda mucho para el futuro. Al ritmo que voy, viviré sola cuidando a un gato.

Tecleo en la pantalla para responderle. Cuando acabo, intento conectarme en la conversación de mi hermana y mi madre.

—Oye, ¿sabes? Sabes... Tenía... Tenía... Tenía los ojos de color azul —Lucas tartamudea con la boca llena de comida hasta que finalmente logra pronunciar la frase.

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