46. ¿Hola?

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Llego justa de tiempo, básicamente porque se me han pegado las sábanas como buen lunes después de vacaciones que es. Pongo el móvil en silencio y me guardo los auriculares en el bolsillo de la sudadera. Ni siquiera tuve los minutos suficientes para vestirme como hubiera querido, y ahora, a escasos metros de atravesar la puerta del instituto, me peino el pelo con los dedos mirándome a través de la pantalla del móvil. Cuando termino, lo guardo también, suspiro y continúo andando. A quién voy a engañar... Estoy muy nerviosa, ansiosa. Llevo con dolor de barriga desde que he salido de casa, y todavía no se me pasa. Y no lo hará hasta que le vea otra vez, después de dos semanas sin saber absolutamente nada de él. Lo último que conservo de él es aquel mensaje que me envió cuando estaba en el hospital preguntándome por mi padre. Yo le mentí diciendo que todo iba bien, y ahí terminó. Durante quince días he estado pensando en el 24 de diciembre. Cada noche al irme a dormir, ese día viene a mi cabeza constantemente. Y me he preguntando cientos de veces cuál era su maldita intención por lo que hizo. No soy capaz de entenderlo. ¿Quería reírse de mí y hacerme sentir mal durante dos semanas? Si era ese su objetivo, lo ha conseguido. No veo otra razón por la que aparezca y desaparezca, se acerque y se aleje, me bese y me ignore... Que simplemente sea un capullo es una posibilidad.
Lo que sé es que me tiene completamente loca. Solo pienso en él y en lo que siento... y me deprimo, me pongo a llorar a veces, y me lleno de impotencia. Es culpa mía, también lo sé, pero yo solo quería intentarlo por una vez, y por lo que estoy viendo, no me está saliendo nada bien.

Entro por fin y decido dejar de darle vueltas al menos por un minuto.
Empiezo a divisar caras conocidas por los pasillos, algunos de clase con los que no tengo mucha confianza me sonríen en forma de saludo y yo trato de devolvérselos. Me topo con las chicas, le sonrío a Selene y le digo hola, y sigo de largo ignorando a las otras dos. En un segundo fugaz en que mi mirada se ha cruzado con la de Carlota, he notado un vago intento de sonrisa por su parte, pero no me he quedado a comprobarlo. Las sonrisas hipócritas me sobran.

Bajo al piso inferior y me dirijo a la cafetería para pedir al menos un zumo. Salí tan rapido de casa que me olvidé de desayunar, y ahora tengo hambre. Por suerte, guardo algunas monedas en la mochila, así que las saco y le digo buenos días a la mujer que lleva detrás de este mostrador desde que empecé el instituto, cuando solo tenía doce años. Aún recuerdo el primer día... Tenía el mismo dolor de barriga que ahora de los nervios. Me daba mucho miedo el instituto, sobre todo por los adolescentes mayores que podían reírse de mí. Ya han transcurrido casi seis años, y hoy soy yo la adolescente mayor que puede reirse de los más pequeños.

—Un zumo, por favor.

—¿Sabor? —me pregunta muy sonriente, como si no fueran las ocho y media de la mañana de un lunes.

—Me da igual —le digo encogiéndome de hombros.

Me da una botella pequeña de zumo de piña, se lo pago y se despide de mí sabiéndose mi nombre.
Salgo de la cafetería y comienzo a andar por el pasillo manteniendo una lucha con el zumo, la cartera y las monedas del cambio. Sujeto la botella fría bajo el brazo y abro la pequeña cremallera con cierta dificultad. Se atasca, lo que me hace retrasarme unos segundos.
De pronto siento la presencia de dos personas que se acercan por el pasillo en mi dirección, lo que me hace levantar la cabeza. El estómago me da un vuelco cuando veo que uno de ellos es Louis. De la impresión, las monedas terminan cayendo al suelo. Oculto mi vergüenza agachándome rápidamente para recogerlas y me pongo de pie otra vez. Todo esto bajo su mirada azul. Pasa por mi lado, presionando los labios en un intento de sonrisa y murmura un “hola” contenido, muy contenido.
No me da tiempo a contestarle, solo permanezco en el sitio notando cómo se aleja. Abro la boca con incredulidad y me planteo seriamente seguirlo.

¿Hola? ¿¡Hola!?

No sé si estoy cabreada y tengo ganas de ir a pegarle, o si solo quiero llevarme las manos a la cara y llorar horas y horas.
Cojo aire, mientras me pellizco el puente de la nariz en un intento de calmarme.
Cuando lo consigo, reanudo el paso y lanzo la botella de zumo a la papelera más cercana. Se me ha quitado el hambre. ¿Cómo puede tener los... las narices de saludarme como si fuera una obligación, un compromiso, y ya está?

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