Junto al mostrador comenzó a tocar un conjunto: un dueto de cantantes con atuendos sexies entonaron, como un pequeño tributo, la canción Lovelight del grupo Abba, y las luces de la tienda, que hasta ese momento se habían mantenido en una cómoda penumbra, se prendieron del todo. Centenares de lámparas de diseñador se robaron unas a otras el show; lámparas de pared, de pie, de mesa, colgantes y de todos los tamaños y formas. Las deslumbrantes luces se clavaron en mis nervios, y la cantidad de gente tampoco mejoraba las cosas. En todo ese tiempo la tienda, un gigantesco loft con piso tipo empedrado y techo alto, se había ido llenando de gente hasta quedar más que atestada.
Apretando los dientes, serpenteaba por la multitud. Ya solo por mi atuendo había ganado tres veces más. Los zapatos me apretaban, la ropa me raspaba y un calvo con traje mil rayas miró sin recato alguno dentro demi escote, mientras tomaba de mi bandeja huevos marmoleados, albondiguillas chinas y brochetas de camarón. De lo que me daban ganas era de estrellarle la bandeja en la calva. "Si existiera el limbo, tipos como este estarían en primera fila", pensé con repugnancia.
—¿Qué tanto mira? ¿Tiene que ver contigo? —me susurró al oído la pequeña mesera pelirroja cuando nos cruzamos.
Furiosa, iba a decirle que no con la cabeza, cuando advertí que no estaba mirando al pelón sino en otra dirección.
Y allí estaba de nuevo: aquella rara sensación de tranquilidad, en lo hondo de mi interior. Lo sentí antes de verlo a él.
Estaba apoyado en una de las paredes de un rincón al fondo de la tienda.De inmediato reconocí el rostro pálido y el pelo negro.
Ahora vi que era joven, quizás un poco mayor que Sebastián, pero no mucho. Cerca de él no había nadie. La gran lámpara de pie que estaba a su izquierda tenía forma de árbol, y las luces, que eran como docenas de diminutas hojas de vidrio blanco, colgaban de ramas y ramitos metálicos.
Y mientras los demás invitados iban de un lado para otro gesticulando o se metían algo de comer en la boca, la actitud del otro era de calma, como si posara para un pintor invisible. Tampoco su mirada se movía: se dirigía exclusivamente hacia mí, como si en esa tienda no hubiera nadie más que yo.
—¿Quién es ese? —musitó mi colega—. Para nada tiene aspecto de invitado. Dios, parece que lo hubieran desguazado ) —y soltó una risita—. Pero es algo sexy. ¿Cómo llego aquí?
Quise decir algo, pero las palabras no me salieron de la garganta. Era pequeño, casi sutil, pero de una forma y maneras felinas. Su cabello profundamente negro estaba un poco desordenado; sus rasgos eran muy angulosos. Llevaba un suéter negro que tenía una rotura en el codo, y los desgastados jeans apenas si le llegaban a la cadera. Pero desguazado no era la palabra adecuada. Se veía extraño. De otro modo.
Mi mirada se deslizó de nuevo hacia su pequeño rostro. Seguía mirándome de hito en hito. No podía distinguir si sus ojos eran castaños o azules, pero desde donde estaba podía advertir las hondas sombras bajo ellos. Sus pómulos eran protuberantes y, de repente, me pasó por la cabeza una tonta encuesta que habíamos encontrado Suse y yo en internet: "Hey,chicas, ¿les parece sexies los jóvenes de mejillas huesudas?"
En este caso, sí.
Pero no tenía nada que ver con su aspecto ¿o sí? También su apariencia,pero esto era otra cosa, una intensidad rara y casi febril, una inquietud que irradiaba, aunque no se moviera de su lugar. Hasta ahora había sentido frío por el cansancio; ahora sentía calor.
Las dos chicas de la Banda cantaban Everything around you is lovelight;you're shining like a star in the night. Won't let you out of my sight... y el extraño transformó la comisura de los labios en una sonrisa irónica.
—Oye, pequeña, se me antoja un dátil envuelto en tocino
Me encogí toda; el calvo estaba de nuevo frente a mí y me bloqueaba la visión. Mi colega, mientras, se había zambullo en medio de la gente. El repugnante tipo tomo el dátil de mi bandeja y lo dejó caer bien a propósito en mi escote.
—¡Caramba, cuanto lo siento! Puedo...
El calvo iba a extender su gordinflón dedo, cuando se detuvo en seco en su movimiento.
Una mano lo había agarrado por la nuca. Pertenecía al extraño joven. Estaba detrás, pegado al calvo. Los negros cabellos le caían por delante dela frente y no pude ver su rostro.
—Deja en paz a la chica, no te vaya a pasar algo.
La vos del joven era débil, áspera, casi ronca, como si no la hubiera usado desde hacía mucho tiempo. Y tenía una tonalidad baja y peligrosa.
El pelón buscó aire y esta vez dejé caer la bandeja. Esta cayó al suelo con estrepito y una invitada lanzó un grito agudo. En segundos. El papá de Sebastián estaba presente.
De golpe, el tumulto reinó por doquier y, cuando recobré el sentido, el extraño había desaparecido sin dejar rastro.
La banda había comenzado a interpretar otra canción, y luego el gerente de la tienda pronunció un discurso: "Respetables invitados, es para mí un honor saludarles hoy... bla, bla, bla..."
De alguna manera, la noche me seguía a todas partes y cuando, poco después de las diez, me dio el aire fresco, las piernas apenas podían sostenerme por el agotamiento.
En el bolsillo llevaba un billete de cien euros que el padre de Sebastián me había dado como compensación por el pequeño incidente con el calvo, a quien, desde luego, no hubo necesidad de expulsar de la fiesta...
—¿Quiere un taxi? —una mano se posó sobre mi hombro.
Esta vez fui yo quien gritó. Junto a mí estaba Sebastián y, sonriendo,retiraba sus claros cabellos de la frente. Mi susto fue mayor que la sorpresa de ver aquí a mi ex novio.
—¡Estás loco al escabullirte así! ¿Quieres matarme?
Su sonrisa se agrandó.
—Al contrario. Me llamaron para que te salvara. Mi padre me habló hace un momento para pedirme que te lleve a casa y así no te secuestren hombres extraños. Así que, vamos. Súbete.
Sebastián me pasó el casco y, poco después, me senté detrás de él en la Vespa. Rodeé su torso con mis brazos y descansé la cabeza en su espalda.Bajo el casco de Sebastián asomaban sus cabellos, haciéndome cosquillasen la nariz. Me mantuve tan apretada como pude, pero la sensación de vacío había regresado, tan fuerte como la noche anterior. Era como si me hubieran hecho un agujero en el pecho.
—Hey, Becks, ¿debo preocuparme? De veras no te ves bien —dijo Sebastián cuando llegamos a la puerta de mi casa y me disponía a despedirme. Apretó sus manos sobre mis mejillas y sentí sus dedos como si fueran de hielo; el contacto pareció asustarlo tanto como a mí.
—Estás ardiendo —dijo, y me miró preocupado—. ¿Tienes fiebre?
Sin decir palabra, moví la cabeza. Detrás de nosotros se estacionó un coche y sus faros iluminaron el rostro de Sebastián. Era la primera vez que volvíamos a vernos tan de cerca. Su mirada me escudriñaba y supe que buscaba otra cosa. Se la habría dado con gusto, pero no podía, al menos después de lo que había pasado hoy.
Mi ventana estaba oscura y de nuevo me inundó el pánico de pies a cabeza, con suavidad, casi sin que lo tocara, pero bastó para dejarme decir algo, que era terriblemente injusto.
—¿Sebastián?
—Mmm
—¿Duermes conmigo esta noche?
Continuara...
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...