Capitulo 17 2/3

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—¡Wow! —rió—. Parece que hay mucha furia ahí. Espera un poco y te traigo algo de comer.

—¡Ni hablar! —tomé su mano—. Sin mí no vas a ningún lado —lo dije enserio.

—Como quieras —me guiñó un ojo—. ¿Tienes ganas de un picnic?

Arrugué la frente, interrogando. Me llevó a la cocina. Era muy grande y con instalaciones modernas, con mucho cromo, madera clara y un gigantesco refrigerador, que estaba bien surtido. Había un bar con un considerable conjunto de botellas de whisky, y en el alfeizar de la ventana, unas plantas anquilosadas.

Lucian tomó del refrigerador queso, pan, aceitunas, un grueso salami, un vaso de pepinillos en vinagre y, por último, una botella de champaña, que a todas vistas era bastante cara.

—Oye —le dije—. ¿Todo esto es tuyo o de tu...?

—¿De mi qué? —sonrió y tomó cubiertos, un plato y dos vasos de la vitrina—. ¿No te puedes librar de esa fantasía, verdad?

Le di un codazo en el costado.

—Pero no sueltas prenda, ¿verdad? ¿Dónde está tu misterioso anfitrión? ¿Y ese nombre de la placa de la entrada? ¿Es una empresa o qué?

—No tengo idea —repuso—. Y mi anfitrión viene en camino. Llegará de un momento a otro.

Regresamos al cuarto, juntamos tanto las provisiones como un saco de dormir y unas cobijas de lana en una gran mochila y, para mi asombro, abrió la ventana.

—Ponte la chaqueta —me dijo—. En el restaurante podría estar fresco. No tienes vértigo.

Me lo dijo sin preguntar; no obstante, accedí. Luego, detrás de Lucian, que se había puesto su saco de cuero y la mochila, salté desde la ventana al aire libre.

Tuve que agarrarme del marco un momento. Justo debajo del alero, donde me encontraba, se veía directamente hacia abajo. El frío aire nocturno medio en la cara y Lucian se rió de mí con ojos avispados.

—¿Listos? —me tomó la mano y me llevó hasta la esquina, donde una cornisa llana llevaba a la vivienda vecina. El edificio sobresalía unos dos buenos metros por arriba de la casa en la que vivía Lucian. Una angosta escalera de incendios pegada a la fachada llevaba a la parte superior.

Con agilidad felina subió los peldaños, y una vez que estuvo arriba me hizo una señal.

—No pienses —me gritó—. Solo sube hasta mí.

Tomé aliento y luego trepé hasta arriba, aunque sin ninguna habilidad gatuna.

El aliento se nos convertía en blancas nubes, mas no sentí el frío. Las cinco o seis casas cuyos tejados cruzamos tenían la misma altura y estaban unidas unas con otras, pero solo me atreví a mirar hacia abajo cuando Lucian se detuvo.

Habíamos llegado al extremo de la casa. Frente a nosotros, en la calle que atravesaba, se encontraba el legendario hotel Atlantis, que el próximo año iba a celebrar su centésimo aniversario. Lo había visto muchas veces; desde abajo, claro. Su tejado de pizarra estaba coronado por dos estatuas, sentadas espalda contra espalda entre un estilizado globo terráqueo. Este se encontraba iluminado con una brillante luz plateada, mientras que los rostros de las pétreas mujeres destellaban una digna impasibilidad.

—Para un globo aerostático me falta bastante dinero —dijo Lucian—, pero todo esto no está mal, ¿no crees?

No podía negarlo. Muda, observé la ciudad nocturna a nuestros pies. Desde aquí se podía mirar en todas la direcciones. Ante nosotros se divisaban las lagunas Bineálster y Aussenáster, separadas por el puente Kennedy de varios carriles, con sus diminutos coches. Por allá la estación Dammtor, en medio de la noche, campeaba la esbelta punta de la torre de la TV con sus destellos rojos; detrás de nosotros estaban la estación principal y el Palacio De Bellas Artes. Reconocí la iglesia de San Nicolás, cuya torre más alta parecía una tiara papal, y la iglesia de Hamburger Michael, cuyos cuatrocientos peldaños subí una vez con mi padre en un lluvioso domingo, y habríamos hecho bien en haber evitado todo aquello.

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora