Capitulo 30 3/3

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Faye se me quedó mirando, como si estuviera más preocupada por mi estado de ánimo que por el suyo. Afuera ya había oscurecido por completo. Yo estaba sentada en plena oscuridad, mientras que ella era iluminada por el fuego, como si este fuera las candilejas de un teatro.

Me agarré una mano con otra, como en una convulsión.

—Sigue —susurré.

—Durante un par de años fue un infierno —comentó—. Dejé a la madre de Finn, me dediqué a caminar por ahí y hurtaba para sobrevivir, hasta que finalmente encontré a otros como yo, que habían experimentado lo mismo y me podían explicar por qué fracasaban mis intentos de suicidio. Una vez me arrojé desde un campanario, otra me clavé un chuchillo en pleno pecho, también tomé veneno. De nada servía. Así, me convencí de que nunca moriría ni envejecería.

Su rostro mostraba completa seriedad.

—Nuestra vida depende de la del ser humano con el que nacimos —expresó—. Si a la hora de su muerte estamos junto a la persona como su acompañante, nos vamos con él; o para decirlo mejor: nuestro ser humano se va con nosotros. Si este muere solo, nos quedamos para siempre de la misma edad, como la persona a nuestro cargo a la hora de su deceso. El nexo entre ese ser humano y nosotros se rompe.

De nuevo, Faye colocó su mano sobre el pecho.

—El tirón interno que experimenté en los escasos instantes en que Finn y yo nos separamos no regresó luego de su muerte. En vez de eso ahora hay algo así como un agujero.

Faye se puso de pie. Fue al fregadero, llenó el vaso y agarró otro de la alacena. Esta vez estiré la mano para tomarlo cuando ella regresó. Sentía la garganta sumamente reseca.

—Al cabo de setenta y cinco años aterricé en Londres —Faye prosiguió su narración—. Me había acostumbrado a ir siempre con mi caballete, en busca de un motivo que pintar. De hecho, estaba pintando a una chica vendedora de pescado cuando se me acercó un hombre preguntándome si pintaba por encargo.

—¿Mi bisabuelo?

—No —respondió, negando con la cabeza—. Era el editor de Ambrose. Tenía una estrecha amistad con él y quería un retrato de este y de tu bisabuelo, quien como crítico literario había influido mucho en los inicios de Ambrose.

Me acordé de lo que había contado Tyger. Él había estado allí y todavía no lograba entenderlo.

—Acepté —continuó Faye—. Necesité dos días para completar el retrato. Los dos posaron en la glorieta del jardín de tu bisabuelo, y por deseo de Reed, su amante también estuvo presente. Capté de inmediato la relación entre Ambrose y Emily.

Esta vez, la sonrisa de Faye tenía algo de socarrona.

—Naturalmente, sus dedos no se cruzaban en la realidad —explicó—, pero era muy claro a quién pertenecía el corazón de Emily. Y era notorio que Ambrose estaba desgarrado por sus propios sentimientos: amaba a la mujer de su amigo y benefactor. Eso fue lo que yo plasmé como un pequeño detalle a la imagen. No sé si tu bisabuelo lo notó. El caso es que resultó la razón por la que Ambrose y Emily dijeron la verdad.

Faye bebió otro trago de agua.

—Seis o siete años después encontré a Ambrose en la calle. Fue por pura casualidad. Su aspecto era espantoso, y de inmediato noté que carecía de acompañante. Me lancé a la búsqueda y al poco tiempo encontré a Morton. Lo puse en antecedente, pero llegamos demasiado tarde. Ambrose murió solo, y Morton se quedó.

Tardé un segundo en comprender que ese Morton que acabada de citar Faye era mi maestro de inglés, al que ella conocía desde hacía casi cien años.

—Morton regresó conmigo luego de haber encontrado a Ambrose —prosiguió Faye—. Al comienzo me ocupé de él, pero después nuestros caminos se separaron. Morton se dedicó a viajar; no estaba mucho tiempo en un lugar, y a mí me pasó más o menos lo mismo. Luego de haber viajado bastante por todo el mundo, aterricé aquí. Siempre ha habido una relación mutua entre Morton y yo.

Faye se detuvo. El fuego llameaba detrás de su espalda, mientras que el resto de la estancia se encontraba en profunda oscuridad.

—Cuando llegaste acá en noviembre, él me llamó y me contó que eras una de sus alumnas —la voz de Faye vino acompañada de una sonrisa—, una alumna peculiar, según se expresó. Añadió que tú eres la bisnieta de William, y que un día... llegaste sola a la escuela.

Entendí enseguida a qué se refería Faye.

—Él lo vio —susurré.

Ahora aquello tenía sentido: las constantes miradas de soslayo de Tyger desde esa noche de octubre, que fue con lo que todo esto comenzó; sus enigmáticas observaciones, la elección de sus lecturas, que cada vez trazaban un círculo más estrecho en torno a mí; el fragmento del libro de Jean-Paul Sartre sobre la segunda oportunidad; el correspondiente cuento corto de Lovell, hasta la tarea que Tyger nos impuso hasta poco antes de mi viaje: el controvertido diálogo sobre la frase Se muere siempre demasiado pronto. Me vino un escalofrío de angustia al pensar ahora sobre todo aquello.

—Sí —corroboró Faye—. Él vio que a ti te faltaba algo, o para decirlo mejor, quién te faltaba. Y entonces se lanzó en su busca. Encontró a Lucian y lo acogió.

Faye se detuvo. Frunció fuertemente el ceño y su mirada se volvió airada.

—Morton supo que era su deber ayudarte a ti y a Lucian; pero, al mismo tiempo, atisbó de repente la oportunidad de vengarse —Faye sacudió la cabeza—. Eso no lo comprenderé nunca y, aunque viva toda la eternidad, como supuestamente ocurrirá, nunca entenderé por qué la culpa se hereda, por qué pervive a través de generaciones que nada pueden hacer para remediarlo.

Rechazó ese pensamiento como si se tratara de un feo insecto y regresó a Tyger.

—Hizo, por así decir, lo mínimo; quizá porque le resultaba más fácil tener a su lado a Lucian que a ti. Le dio un techo, y con ello una base que le permitiría construir una especie de vida y estar cerca de él. Pero Morton no le aclaró nada a Lucian. Su sed de venganza lo llevó a estar siempre posponiendo, y para Lucian fue demasiado tarde.

Traté de respirar, pero solo lo conseguí con esfuerzo. Todas las preguntas estaban respondidas, menos la última. Cerré los ojos.

—¿Sabes dónde está Lucian o no?

Mientras Faye callaba fui abriendo de nuevo los ojos, con toda lentitud. Por primera vez una profunda compasión apareció en la mirada de Faye. Su rostro pálido mostraba dulzura. Me causaba dolor verla. De golpe, todo me causó pesadamente.

—No —respondió Faye—. Ni Morton ni yo sabemos dónde se encuentra. Esta fue una de las razones por las que no te expliqué todo esto recientemente en la playa. Estabas tan afectada que tuve miedo de que no pudieras resistirlo.

¿Una de las razones?

—¿Es esto cierto? —mi voz había perdido toda tonalidad.

¿Cómo podía haber visto lo que yo podía o no aguantar? Este desconocimiento había sido, pues, lo que hizo que ella me dejara perder los estribos.

—Lo siento —dijo escuetamente.

Seguro que lo sentía, pero en ese momento entendí que su amistad con Montor Tyger iba mucho más allá de lo que yo alguna vez podría imaginar.

Continuara...

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora