Capitulo 28 2/3

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—¿Estaba aquí el señor Tyger? Me acaba de llamar.

Las palabras se me atoraron en el cuello. La secretaria lanzó una risita.

—Regreso luego —y salió del cuarto con paso vacilante.

Tyger aguardó a que cerrara la puerta.

—¿No es bonito? ¡Y tan práctico!

—¿Quién es usted? —dije, tratando de atenerme a mi pregunta. Esta vez me contestó:

—Ahora —dijo, y su sonrisa se volvió triste— yo soy como un acompañante fracasado. Alguien que no lo ha logrado.

—¿Quién no ha logrado qué?

De repente, en la cabeza se me formó una imagen: el Tyger que en el entierro de la actriz de Hamburgo había estado bajo un árbol y había aplaudido.

—Salvar a mis hombres —completó la frase—. No he logrado salvar a mis hombres. A Ambrose Lovell se le ha adjudicado el descanso eterno y a mí, la vida eterna. Y, para responder a tu pregunta de antes, yo soy algo así como el Dorian Gray de la novela de Oscar Wilde —durante un momento regresó a señorear su sonrisa, al tiempo que añadía—:...quizá no tan bien parecido.

No lo soltaba de mis ojos:

—Cuénteme su historia —le insté, y mi voz tuvo un sonido de chirrido que no supe a qué atribuir. Me imaginé un cuchillo afilado que hubiera estado en la mano de Tyger y ahora estuviera en la mía.

—Cuénteme su historia —repetí—, de principio a fin.

La mirada de Tyger me tocó en la médula, pero no aparté la vista.

—En el principio —respondió al cabo Tyger—, nace el hombre. Pero no solo. Con todo hombre viene un segundo ser al mundo, que le acompaña. Desde el nacimiento... hasta la muerte.

Tyger lanzó otra voluta de humo y siguió con la mirada la silenciosa danza de la misma en el aire hasta que el humo se disolvió. Ahora quedaba en el cuarto solo el acre olor.

—¿Se refiere usted a algo así como... un ángel?

La pregunta había llegado a mi boca, pero la sentí como si no la hubiera planteado yo.

Tyger torció el rostro, como si le hubiera ofendido.

—Por desgracia, tengo que decepcionarte, corazoncito —insinuó—. Los seres de los que hablo no se elevan con poderosas alas en la anchura infinita. Para ser honesto, nunca aletean ni llevan blancos vestidos de ballet, ni deslumbran a los terrestres con su resplandeciente faz. Tampoco se mueven por los lugares para, con invisibles manos, recoger a los mocosos que se caen de los árboles ni transmiten luminosos mensajes como aquellos con los que condimentan sus perspectivas diarias los chiflados del esoterismo. Si te interesa ese tipo de seres, mejor inscríbete en un seminario de angelología.

Le obsequié solamente la compensación de una diminuta pausa. Luego de nuevo arremetí:

—Ya he captado cabalmente lo que estos seres no hacen —expresé lentamente—. Ahora queda la pregunta: ¿qué hacen?

—Estamos ahí —repuso Tyger. Mi reacción pareció agradarle. Muy comprensiblemente cambió el pronombre personal—. Estamos cerca de la persona con la que hemos llegado a este mundo. A donde vaya, vamos nosotros. Eso es todo. Nada más. Al menos no hasta donde me acuerdo.

Tyger se sirvió otro té.

—¿Seguro no quieres uno? —me dijo en plan de tertulia—. Earl Grey, un auténtico clásico inglés, aunque los delicados frutos de la bergamota fueron importados de Calabria, al sur de Italia. ¿Dónde nos habíamos quedado?

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora