El primer ser humano con quien volví a hablar después de doce semanas y tres días fue mi hermana pequeña.
Me había quitado los audífonos de las orejas cuando escuché unos gemiditos delante de mi puerta. La canción del correo de Sebastián corría de manera continua en mi iPod, y la laptop que me había regalado papá estaba abierta sobre mi escritorio. Todos los correos de mis amigos estaban abiertos y la esponja de la felicidad de Spatz se encontraba sobre mi regazo. Mi papá siguió las indicaciones de Spatz y había dejado su regalo de Navidad en la cama. Esto ocurrió el día anterior a mi internamiento en la clínica.
Esta mañana me habían dado de alta y pasé mi cumpleaños número diecisiete en este cuarto, que por primera vez contemplaba con plena conciencia. Era una linda alcoba con muebles claros, una alta y amplia cama con dosel, baño contiguo, un vestidor y una ventana con vista al mar. En una mesa junto al sofá había un jarrón con girasoles. Por allí se agrupaba una montaña de envoltorios y paquetes. Todo el día estuve sentada frente a mi escritorio y me la pasé mirando primero el mar y luego la pantalla.
Al final, el mar ya no era visible y mi cumpleaños se pasó corriendo. Delante de mi puerta, se escuchó de nuevo el gemidito, y esta vez lo oí con toda claridad.
—¿Quién? —el sonido de mi propia voz me sobrecogió.
El cuello me raspaba, era una sensación extraña; ¿era yo quien hablaba? Intenté de nuevo.
—¿Quién?
Las ventanas estaban abiertas y en el árbol que daba a la mía susurraban suavemente las hojas. Salvo ese no había ningún otro ruido de afuera. La casa, en torno a la cual se ceñía en una curva una calle con palmeras, estaba rodeada de un enorme terreno. Mi padre me había contado una vez que la casa fue un regalo de bodas del padre de Michelle, que era un conocido arquitecto. Nunca me envió fotos. Su vida en Los Ángeles permanecía como algo abstracto.
El gemido se hizo más fuerte. Fui a la puerta, empujé suavemente la manija hacia abajo y vi a mi hermanita.
Se encontraba sobre el piso, encogida, formando una bola diminuta. Llevaba un camisón blanco y sus rizos rubios estaban húmedos de sudor. Dormía, y era claro que soñaba. Junto a ella había un pequeño pastel con diecisiete velitas que ya se habían consumido. Esa imagen me afectó de manera extraña, más que todos los correos de mis amigos.
Val parecía un ángel que hubiera caído del cielo. Me incliné sobre ella, le toqué suavemente el hombro y, como no se despertaba, la levanté, la llevé a mi cuarto y la coloqué en la cama.
—¡Hey! —susurré cuando recuperé el aliento. Val no pesaba, pero hacía mucho que yo no había cargado otra cosa que no fuera el peso de mi cuerpo—. ¿Hey?, ¿sueñas? ¡Despierta! ¿Sueñas...?
Val abrió los ojos.
—¿Puedes hablar?
Asentí. Solo eso. Por lo visto también podía oír.
Oír correctamente, no como a través de algodón.
Val me miró incrédula.
—Otra vez. Di algo otra vez.
—Hola —dije—. Tenías una pesadilla.
Val bostezó con toda la boca y dejó ver toda una hilera de dientes blancos y puntiagudos.
—Ya lo sé —su voz era de timbre alto y tenía algo como un sonido cantarín—. A menudo tengo pesadillas.
—¿De qué?
—De monstruos.
—¿Te quieren comer?
—No —se restregó los ojos. Eran grandes y de color azul marino, con pestañas largas y tupidas—. Yo me los quiero comer. Son monstruos muy pequeños y me tienen miedo, y cuando empiezan a temblar yo también siento temor. ¿No es tonto tener miedo de una misma?
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...