Me quedé toda la noche con él.
Primero le hablé a Suse y luego a Janne, a quien le dije que pasaría la noche con Suse. Janne aceptó y pareció, también está vez, que no sospechaba nada, y si manifestara alguna suspicacia, Suse me cubriría. Esta no me hizo ninguna pregunta, por lo que estuve infinitamente agradecida. Se contentó con que le diera la dirección, "solo por si acaso", dijo, y le aseguré que lo primero que haría por la mañana sería llamarla. Los cortos minutos empleados en telefonear fueron los únicos en que Lucian y yo estuvimos separados. Yo entré en su habitación y él se quedó en el corredor. Luego nos pegamos el uno al otro como siameses.
Nos acostamos en su cama, tan cerca el uno del otro cuanto nos fue posible, y por el lado de mi cuerpo que tocaba al suyo fluía una cálida corriente continua.
La mano izquierda de Lucian estaba abierta sobre la mía, mientras que yo, con las yemas de los dedos de la otra mano, investigaba la lisura sin imperfecciones de su palma. Estaba completamente fascinada por cómo sesentía: cual si fuera seda o mármol, como una indescriptible hoja de papel.
Tardamos un rato en encontrar de nuevo las palabras.
—¿Cuándo supiste... que eras diferente —susurré—. ¿Lo notaste enseguida? Después que bajo el puente...
—No —me interrumpió—. Al principio no sospeché nada. Solo me di cuenta por la mesera del Diner, donde ustedes siempre van al mediodía. Cuando me ponía los platos, noté las líneas de su mano. Eran bastante profundas; casi me parecieron cicatrices, y yo debo haber estado muy asombrado porque me preguntó si leía las manos. Lo dijo bromeando y dejó abierta la mano un momento frente al plato, encima del mostrador. Quizá quería flirtear, no sé. Lo único que recuerdo es que en un primer momento pensé que ella tenía algo anormal, pero luego comencé a mirarlas manos de otras personas, y pronto caí en la cuenta de que el anormal era yo.
Pensé de nuevo en la tarde de Falkensteiner Ufer. Lucian también había mirado mis manos.
—Quizá... —comenté— es un defecto genético, una tara hereditaria o algo así.
—¿Una tara? —sus dedos se cerraron en torno a los míos—. Entonces me gustaría saber de quién la he heredado. El propietario del bar en el que trabajo me deja usar su computadora y he buscado en internet, pero nunca he encontrado a una persona sin líneas en las manos ni huellas dactilares —rió por lo bajo—. Quizá mis padres son extraterrestres. Se lo podría plantear a tu madre, cuando la visite de nuevo.
Espantada, le miré.
—Lo que no me he propuesto en serio —agregó.
—¿Y lo de marcharte?
Apreté mi mano en torno a su muñeca y me di cuenta de lo mucho que seguía temiendo que se levantara y se despidiera de nuevo.
—No me voy —dijo y me rodeó con el brazo—. No sin ti, en dado caso. Si eso ocurriera, ¿nos fugaríamos juntos? ¿Qué tal Río de Janeiro?
¿Había sido él siempre tan bello? Conteniendo el aliento contemplé su cara con su pequeña nariz, los pronunciados pómulos, las largas y oscuras pestañas y los ojos de un azul nocturno, hasta que me miró de hito en hito.
—¿Qué pasa? —le pregunté—. ¿Por qué siempre me miras tanto?
Arrugó la frente:
—Tú también tienes algo diferente.
Tragué saliva.
—¿Qué quieres decir?
Se encogió de hombros y luego meneó la cabeza:
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...