La oficina de Tyger es un cuarto pequeño, de estilo antiguo, con librero, un sillón acolchado y un escritorio oscuro, detrás del cual se sentó mi maestro de inglés. El lugar olía a tabaco frío.
Tyger llenó una taza de té, prendió un puro y se arrellanó. Yo contuve la respiración para quitarme el hipo que me había venido cuando, entre los murmullos de mis compañeros, salí del aula siguiendo a Tyger. El hipo seguramente se debió a que, durante el resto de la clase de inglés, mi pulmón se había concentrado solo en la inhalación, mientras que la exhalación había funcionado por sí sola en pequeños y dolorosos impulsos.
Coloqué el grabado sobre la mesa.
—¿Qué hace usted aquí? —le apremié—. ¿Qué significa este manuscrito? ¿Por qué lo ha leído ante la clase? ¿Por qué precisamente este episodio? ¿Qué sabe usted...?
Necesité aire, y el hipo se soltó otra vez, de modo que apenas si logré expresar las últimas palabras.
—¿Qué sabe usted de mí?
Tyger sorbió él té y miró divertido cómo cruzaba los brazos.
—Vayamos frase por frase —dijo—. ¿Quieres saber por qué estoy aquí? Bien, digamos simplemente: tu pequeñez desempeña en esto un papel no insignificante del todo. Por lo que se refiere al manuscrito —sonrió levemente—, encontré el lugar y la ocasión apropiados. Lo que sé de ti —de nuevo sorbió el té— lo trataremos después. Como veo, hiciste la tarea y, además, has encontrado una bonita obra de arte.
Tyger giró la imagen de manera que yo la veía cabeza abajo.
—¿Por qué tienes esto?
Reprimí un nuevo hipo y señalé al hombre rubio del grabado.
—Usted sabe quién es —le contesté—. Usted conoce la historia que se desenvolvió entre los dos hombres.
—Oh, sí —respondió—. La conozco. El rubio es William y el de cabello oscuro se llama Ambrose. Ambos podrían haber sido buenos amigos; de hecho, lo fueron al principio. A Ambrose le encantaba escribir buenas historias y a William le gustaba leer buenas historias.
Tyger se rascó, cavilante, el labio superior.
—Tu bisabuelo se sentía en extremo atraído por las historias de Ambrose, y participó en su fama de manera un tanto esencial, puesto que sus primeras críticas fueron auténticos himnos laudatorios con los que hizo que la obra de Ambrose fuera conocida por un vasto público, hasta que se interpuso entre ambos otro amor.
Tyger señaló a la mujer.
—Ambrose se enamoró de la prometida de William, y la prometida de William se enamoró de Ambrose —Tyger señaló los dedos entrecruzados de ambos, diminuto detalle que yo no había notado en un principio—. Cuando se hizo este retrato el asunto aún era un secreto, pero pronto ninguno de los dos pudo callarlo. Sabían que ambos estaban hechos el uno para el otro. Hicieron lo que era lo correcto: ir con William y contarle la verdad. Emily rompió su compromiso y se casó con Ambrose.
Tyger me sonrió.
—Como dijo el poeta alemán Heine tan hermosamente: "Es una vieja historia que siempre sigue siendo nueva y, a quien le pasa, el corazón se le parte en dos".
—Entonces es cierto —dije. El hipo se me había pasado y había recobrado la voz de nuevo—. Mi bisabuelo criticó acerbamente las obras de Ambrose por pura venganza.
—Venganza... —ahora era Tyger quien inhaló fuertemente y yo pensé que esta era la primera reacción espontánea que había presenciado de él—... ¿Venganza de qué? Ambrose no se la quitó. William la había perdido mucho antes. Las personas no son propiedad de nadie. Ambrose y Emily hicieron caso a sus sentimientos. Pero lo que tu bisabuelo hizo fue un crimen. Echó por el suelo la obra de Ambrose por un solo motivo: para destruirlo. Tu bisabuelo era un embustero, un estafador y un descarado y cobarde asesino —los ojos azules de Tyger se veían fríos como cristales de hielo.
Mi corazón latía a toda velocidad.
—¿De dónde sabe usted esto? —le pregunté—. Y, sobre todo, ¿por qué lo altera a usted tan terriblemente? ¿Está emparentado con Ambrose Lovell?
Tyger soltó una voluta de humo. Su rostro no mostraba emoción alguna, pero las venillas de su frente pulsaban y palpitaban. De repente, me pareció que esa frialdad se despedazaba. Algo en él comenzó a encenderse; pero no era odio, era otra cosa que le quemaba y le carcomía y lo impulsaba a contarme la verdad contra su propia voluntad.
—Emparentado —repitió— no es necesariamente la expresión correcta. Podría decirse más bien que estoy ligado a Ambrose Lovell. Sí, creo que dicho así cuadra mejor. Ambrose Lovell y yo estuvimos muy vinculados.
—¿Qué quiere decir? ¿Qué significa? ¿Usted fue amigo de Lovell? —pregunté, y al momento supe que eso había sido un disparate, pues no podían haber sido amigos; la edad de Tyger era difícil de estimar, y su pelo entrecano engañaba: a mitad de los cuarenta, finales de los sesenta. Podía considerar posible cualquier edad intermedia, pero Ambrose Lovell se quitó la vida en 1928, a los cuarenta y siete años, si lo recordaba bien.
—Éramos más que amigos —repuso Tyger—. Ambrose Lovell era mi hombre.
No entendí lo que quería decir. Pero entonces me topé con su mirada y vi cómo se apagaba el irónico fulgor de sus ojos. Tyger me mostró un nuevo rostro, del que se habían desvanecido la ironía, la arrogancia y la superioridad; habían desaparecido como los colores de una imagen. Su aspecto era tan pálido, vacío y hueco como la superficie de sus palmas, que ahora arrastraba lentamente hacia mí sobre la mesa. Eran manos sin líneas, manos sin huellas, manos sin una historia propia.
Eran manos como las de Lucian.
Sobre el tejado del edificio escolar volaba un helicóptero. Su poderoso y retumbante ronroneo atravesó mi cabeza, e hizo que mis pensamientos se arremolinaran en el cálido polvo sobre una calle en verano. El ronroneo se apaciguó, el polvo se posó, lenta y silenciosamente, y se fue repartiendo de nuevo; y cuando todo se calmó, encontré las palabras:
—¿Quién es usted? —bisbiseé—. ¿Qué es usted?
Con toda lentitud regresó la vida al rostro de Tyger. Sus mejillas recobraron el color, las venas de su frente volvieron a pulsar y a sus ojos regresó su frío brillo.
Retiró las manos de la mesa, prendió el puro (que también se había apagado), echó un par de bocanadas y se reclinó en el sillón.
—Hagamos un pequeño experimento —dijo.
Tomó el teléfono y marcó. Por el auricular sonó la voz de una mujer. Tyger le suplicó que viniera a su despacho. Colgó, tomó la taza de té, de nuevo se reclinó en el sillón y comenzó a revolver la cuchara en la taza.
Cuando se abrió la puerta, Tyger tenía la mirada fija. La había dirigido hacia mí, pero parecía que me atravesaba. Era la misma expresión que tenía el rostro de Lucian cuando aquella tarde llegó al bar en que yo estaba con Spatz y Janne. Era como ocurre con los niños que se tapan los ojos con las manos con la seria convicción de que desaparecen para todos los demás.
Una mujer regordeta entró:
—Yes please? (Sí, ¿qué desea?) —miró el sillón donde estaba sentado Tyger. Luego arrugó la frente y me miró. Su rostro se volvió cada vez más confuso. Me observaba y yo veía que trataba de correlacionar la voz que había escuchado por teléfono conmigo, cosa que no lograba. Meneó la cabeza:
Continuara...
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...