Capitulo 6 2/3

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—Querida, ha sido bastante emocionante —me dijo Suse camino a casa—.¿Viste las manos de Tyger?

Sí las había visto. Temblaban, y la exposición también me llegó al alma, sobre todo después de que Sebastián mencionó el papel del crítico.  

Cuando Lovell se ahorcó del tubo de la cortina tenía más o menos la misma edad que mi padre tenía ahora. 

Estaba muy contenta de haberle hecho caso a Janne a cerca de no mostrarle el libro a Tyger. Y a Sebastián mejor no le había contado nada al respecto. Me propuse, por otro lado, echarle un vistazo al libro en cuanto tuviera oportunidad. 

Por la tarde, Dino nos llevó a su desvencijado Opel hasta el metro, para que pudiéramos hacer las compras para la fiesta de cumpleaños de Suse al día siguiente. Ella se veía totalmente trastornada, y río a carcajada limpia cuando Dino metió un paquete de condones en el carrito de compras de una señora mayor. Yo no logré reírme en realidad, cosa que Suse captó de inmediato. De vez en cuando me enviaba una mirada suspicaz, pero no mencionó nada, y yo tampoco dije nada al respecto. 

Me apegué a mi propósito del domingo y dejé de mirar por todas partes al ir por la calle. También me había abstenido de observar por mi ventana, lo mismo que el comedor, de frente a la escuela y en cualquier otra parte en busca del joven; pero no lograba desterrarlo de mi cabeza. Su rostro aparecía una y otra vez ante mi ojo interior; una y otra vez sentía su mirada sobre mí y la punta de sus dedos en mi dije. Y cada vez que esto ocurría, me preguntaba dónde diablos se había metido la vieja Rebecca, la cual habría, sin más, desechado toda esa insensatez. 

De acuerdo con el servicio meteorológico, el domingo sería el día más caluroso de octubre y, en efecto, el barómetro estaba en los 20°C al mediodía, Cuando Suse y yo cortábamos los tomates para la ensalada. Así que cuando regrese a casa a cambiarme para la fiesta, Spatz se preparaba para ir al teatro. 

—Si al menos hubieras hablado, Desdé mona —decía con dulzura—, no tendría que ir hoy al trabajo. 

—¿Cómo? 

Spatz sonrió. 

—La protagonista olvidó el texto como trece veces. En el café del teatro, luego de la función, uno de los espectadores dijo que también deberían de haber llamado al escenario a la apuntadora. Dime, ¿sabes dónde se metió Janne? 

Negué con la cabeza. 

En la mesa de la cocina encontramos una notita y un pequeño paquete. "Tengo una consulta. Regresaré como a las ocho. Lobita, que te diviertas en el cumpleaños. El paquetito es para Suse. Abrázala fuerte de mi parte y no regreses demasiado tarde a la casa, ¿de acuerdo? Besitos para ti y para Spatz. Mamájanne"

Miré de un lado a otro. ¿Qué no regresara demasiado tarde a casa? ¿Qué significaba eso? Janne sabía que podía confiar en mí. Nunca necesitó imponerme ningún reglamento, ni siquiera cuando era más pequeña. 

Luego de que Spatz se despidiera, me puse unos pantalones cargo y un suéter rojo de cuello alto, apretujé una chaqueta, unos calcetines gruesos y una cobija de lana en mi bolso de colgar y salí; Sebastián ya me esperaba. Cuando lo vi en una postura relajada, de pie, recargado en el farol, las manos en los bolsillos de sus desgastados jeans, una torcida sonrisa en sus labios, se me tensaron las extremidades. Sebastián no se parecía al joven lo más mínimo, al contrario pero, a pesar de ello, me quedé tiesa por un momento.  

  Sebastián frunció el ceño por un momento. 

—¿Todo bien? 

 —Sí, todo bien. Fantástico —al intentar sonreír, sentí como si mis labios estuvieran apretados por una fuerte banda elástica.

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora