—Tengo que darle algo a tu hermano. De la escuela. ¿Me dejas entrar un poco? Por favor, ¿sí? —suplicante, le sonreí—. Tú me conoces. No soy ninguna extraña. Tu mamá no te regañará si me ve.
—¿Y si lo hace, te echarás la culpa? —los ojos del pequeño mostraban su temor
—¡Claro! —acaricié sus rizos rojos—. Yo cargaré con toda la responsabilidad.
—Entonces está bien —titubeando, se echó para atrás y yo toqué suavemente en la puerta del cuarto de Sebastián. Como nadie contestó, bajé la manija. Las cortinas estaban cerradas y él se encontraba acostado bajo la cobija, con la espalda contra la pared. Con precaución, entré en la habitación, y cuando se volteó hacia mí, ambos nos asustamos.
—¿Qué quieres aquí? —rezongó, y se echó la cobija sobre el pecho, como un escudo.
—Hablar contigo.
—No quiero escuchar —su voz era fría y de rechazo.
—¿Cómo entraste?
—Yo no tengo la culpa —Karl había entrado en la alcoba y llevaba las manos en los bolsillos de los pantalones. Miraba a su hermano mayor, intranquilo.
—Así es —intervino rápido—. Lo tomé por sorpresa. Karl, ¿nos dejas un momento a solas, por favor?
Meneó la cabeza y dio un paso hacia delante, pero Sebastián, con un movimiento del brazo, le indicó que se marchara.
—Haz el favor, enano. Está bien. Le diré a mamá que yo la dejé entrar. Vete a tu cuarto, ¿ok?
—Ok —y, a regañadientes, Karl salió.
No sabía dónde sentarme. En la habitación de Sebastián reinaba el caos. En la mesita de noche se amontonaban los libros. Por todas partes había ropa esparcida: en el suelo, en la silla del escritorio, en un taburete. En un rincón, bajo el saco de boxeo advertí el disfraz de conejo. Sus enormes ojos redondos me miraban fijamente, y me sentí incómoda.
—Bueno, pues —se incorporó en la cama y le dio un trago a la botella de agua que tenía en la mesita de noche. Se veía pálido y malhumorado—, ¿que quieres?
—Quiero saber por qué hablaste con mi madre —dije con toda la tranquilidad posible.
—¿Con tu madre? —Sebastián arrugó la frente—. ¿De qué mierda hablas?
—Tú le contaste de Lucian. Al menos reconócelo —me senté a los pies de la cama. Sebastián se retiró como si fuera yo quien tuviera una enfermedad contagiosa.
—No conozco a ningún Lucian —expresó despectivamente—. Solo conozco a un tipo que te espía desde hace semanas y que, de acuerdo con Suse, es un merodeador trastornado. Pero, ¿por qué debería haber hablado con tu madre sobre él? ¿Por quién me tomas?
—Pero... —estaba desconcertada por completo. Sebastián decía la verdad: él no podía saber cómo se llamaba Lucian. Yo no había mencionado su nombre nunca antes, ni siquiera a Suse. A nadie le había contado de mi encuentro junto al Elba.
—Pero mi madre —susurré— sabe que lo vi en el baile de máscaras y que tú amenazaste con denunciarlo a la policía. Ella sabe su nombre. ¿De dónde sabe todo esto si no es por ti o por Suse?
—¿Soy acaso James Bond? —me miró de manera burlona—. No tengo idea de cómo lo sabe. Quizás hasta él mismo se lo dijo.
Esta última frase tenía que ser un chiste, una observación cínica, pero me sentí terriblemente mal. Cerré los ojos y pensé en las palabras de Lucian en la terraza del búnker: Hay alguien a quien le he contado de mí, y hay un par de cosas que he averiguado.
¿Podría ser? ¿Sería posible que ese alguien fuera Janne? ¿Mi madre?
Como en una serie de diapositivas, brotaron imágenes en mi interior, una tras otra: el bazar, el libro de Janne, el libro de los sueños que ella había obsequiado a alguien que tenía toda la pinta de no llevar un centavo en el bolsillo. La rara manera en la que Janne se había comportado las últimas semanas. Sus descontroladas orgías culinarias para transferirse a otros pensamientos. Sus extrañas miradas de soslayo, su exagerada preocupación, hasta abofetearme aquella noche en el Elba. El arresto domiciliario...
Cuadraba. De un modo absurdo pero, de golpe, todo encajaba. Tenía sentido, pero al mismo tiempo era impensable. ¿Lucian yendo a verse con mi madre? En tal caso, ella lo sabría todo; no solo lo que yo le había ocultado, sino hasta lo que él no me había contado: los problemas, las angustias de Lucian y hasta la respuesta a las preguntas que me había hecho en el baile de máscaras acerca de mi primer día de escuela.
—¡Dios mío! —murmuré. El álbum de fotos, ¿lo habría escondido Janne?
—¿Rebecca? —dijo Sebastián, tocándome ligeramente—. Estoy tremendamente molesto contigo, pero no dejo de preocuparme. ¿Quién es ese tipo? ¿Qué sabes de él?
Me quedé mirando a Sebastián. Sus ojos bailaban. De súbito, parecía indefenso, como si su armadura interior se hubiese deshecho. Me inundó una oleada de calidez. Con gusto me habría acurrucado con él bajo la cobija.
—No mucho —repuse—. Él... él perdió la memoria. No tiene idea de quién es, pero de alguna manera parece que yo le atraigo. Y él... —bajé la cabeza— y él a mí
—Eso es lo que he observado —declaró Sebastián. Esbozó una sonrisa torcida; era un gesto de decepción, y su voz era baja—. ¿Entonces te viste con él en el Elba en la fiesta de Suse?
Asentí.
—Casi caí en sus brazos. Es todo un misterio, pero no logré resistirme. No quiero causarte dolor, Sebastián, de veras que no, pero es algo que no entiendo. Él... sabe cosas de mí —abracé el dije con los dedos—. Conoce detalles de mi niñez. Creo que ni él tiene idea de cómo lo sabe. Cuando nos vemos, entonces siento...
—¡Hey, alto! —Sebastián puso un dedo sobre mis labios, y su mirada estaba llena de decisión—. No pregunté acerca de tus sentimientos. Si los quieres expresar, que no sea conmigo, por favor. Para eso tienes a tu mejor amiga; si no la has ofendido ya.
Me mordí el labio. "¡Diste en el blanco!", pensé.
Nos quedamos callados un momento.
Sebastián apartó de su frente el cabello lleno de sudor y suspiró.
—Ok —prosiguió—. Supongo que lo que dices es así. ¿Cómo ha llegado tu madre a saber todo esto?
Le conté a Sebastián del libro, del bazar y de mis sospechas de que Lucian se hubiera confesado con ella.
Pero Sebastián movió la cabeza.
—¿Por qué habría de contarle que se ve contigo? Eso equivaldría a bloquearse el paso. ¿Janne no ha hablado de esto contigo?
—Calla como una tumba, pero ahora al menos puedo explicarme por qué está tan rara conmigo.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —se me quedó mirando.
—No sé —contesté al cabo de un rato.
Pero nada de esto tenía pies ni cabeza. Lo sabía yo de sobra.
Continuara...
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...