Capitulo 21 3/3

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La mujer era toda una beldad. Llevaba el cabello negro peinado en cola de caballo, y sus grandes ojos negros despedían chispas. Me recordaba un poquito a Audrey Hepburn de joven en la película Desayuno en Tiffany. Se veía grácil, casi quebradiza, y se mostraba muy tiesa. El hombre rubio y apuesto que estaba a su derecha me pareció conocido, pero no lograba identificarlo. Tenía a la mujer tomada por el talle, con el brazo en orgulloso ademán de posesión, y miraba engreído a la cámara. El hombre a la izquierda de la mujer era de cabello oscuro. Su frente era alta; sus ojos, despiertos y muy serios, igualmente estaban clavados en la cámara.

Mi vista regresó al rubio y ahora supe dónde lo miré antes. Era mi bisabuelo, William Al.

—No te espantes —escuché una voz clara a mis espaldas. Fue algo tan repentino que el grabado se me cayó de la mano. En el primer instante del susto había pensado que se trataba de Michelle. Pero en la puerta de la casa del jardín estaba una muchacha. Era pálida y delicada, y primero pensé que sería una amiguita de Val, pero al fijarme bien caí en la cuenta de que era mayor, quizá de mi edad, algo más joven a lo mejor. Su vestimenta era bastante anticuada; una boina vasca negra y un vestido pasado de moda, del mismo color de sus ojos: gris plateado.

—¿Quién eres tú? —me oí preguntar, sorprendida de que las palabras hubieran encontrado el camino para salir por la boca.

—Me llamo Faye —dijo, y levantó el grabado—. Soy la niñera de Val.

Su voz tenía un acento de otros tiempos; no parecía que fuese americana. Sonriendo, me observó:

—¿Y tú eres la Bella Durmiente del Bosque?

—¿La Bella Durmiente? —me encogí y sentí que una chispa brotaba del ser humano que había en mí y que antes fui, y que no permitía una cosa así.

—Rebecca —bufé—. Me llamo Rebecca.

La chica que dijo llamarse Faye volvió a sonreír, se movió hacia adelante y me entregó el grabado.

—¿Has visto esto? —preguntó, señalando al hombre de cabellos negros, o al menos pensé que se refería a él, pero entonces vi lo que quería mostrarme. El dorso de la mano del hombre de cabello oscuro y el dorso de la mano de la joven se tocaban. Pero eso no era todo. Sus meñiques estaban enganchados. Era como es esos dibujos donde se tienen que buscar cosas. El diminuto detalle solo lo captaba quien contemplara con atención, pero esto daba al cuadro una dimensión del todo nueva.

—¿No sería interesante saber cómo se va desde este punto en adelante? —preguntó Faye.

—¿Qué? —exclamé, mirando fijamente a aquella muchacha tan curiosa—. ¿Qué quieres decir, de qué mierda hablas?

Faye se encogió de hombros.

—Podemos hablar de otra cosa —dijo—. He oído que estuviste en una clínica. ¿Cómo te fue? ¿Estuvo bien? ¿Conociste a otros locos?

Inclinó la cabeza a un lado. No me miró, por nada del mundo, con hostilidad, sino más bien curiosa, como seriamente interesada. Me quedé boquiabierta.

—¿Ya terminaste de decir tonterías? —estallé—. ¿Qué haces aquí? Si entendí bien, eres la niñera de Val, no la mía...o... —suspicaz, di un paso hacia atrás—. ¿Acaso estás aquí por mí? ¿Me encargó contigo mi padre?

—No —respondió Faye.

—Entonces —mascullé— lárgate y déjame en paz.

—¿Hacemos las paces? —sonrió Faye; esta vez parecía divertida—. No quería molestarte. Venía de darle un recado a Michelle y me iba a la playa, pero vi abierta la puerta de la casa del jardín. Así pues —sonrió de nuevo—, hasta luego. Te dejo en paz.

Antes de que Faye saliera de la casa del jardín, se quitó la boina vasca con un ligero movimiento. Lo que apareció con eso hizo que un calambre eléctrico recorriera todos mis miembros: los largos rizos que le llegaban hasta el talle eran rojo fuego.

—Espera —avancé—. Espera un poco. ¿Ibas... a la playa?

—¿Sí? —dijo, girándose hacia mí. Sonó casi a una pregunta.

Anoche soñé que estábamos sentados en la playa. No sé dónde está esa playa. Parece bastante animada. En el agua había surfistas, unos cuantos jóvenes jugaban voleibol y junto a nosotros estaba sentada una chica. Tenía rizos de un rojo fuego y llevaba un vestido pasado de moda, gris plata. Estaba pintando a un niño y nosotros mirábamos.

El regalo de Val. Lo había pintado su niñera. Me quedé mirando a Faye. La energía que ahora corría por mi cuerpo se podría comparar con una dosis de adrenalina.

—Si no te molesta —dije, falta de aliento—, ¿podría quizás... ir contigo?

—Claro —respondió con toda parsimonia, encogiéndose de hombros.

Continuara...

Lucian (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora