Por la mañana, mi padre y yo fuimos en coche a la escuela. Luego de la charla con Suse me había metido de inmediato en la cama y me entretuve un rato largo recordando la historia del chimpancé, pero no sé cómo se mezclaron entre los demás pensamientos y se arremolinaron en torno a mí hasta que me fui sumiendo en el sueño. Pero al menos quedé libre de mi pesadilla por segunda noche consecutiva.
La escuela estaba, en coche, a diez minutos de la casa. El inmenso estacionamiento que había frente a la puerta de entrada me dejó en claro desde un principio el número de estudiantes que llegaba a clases en auto. Mi padre me aconsejó que sacara la licencia de conducir cuanto antes.
—Vas a ver que no tarda mucho lo de la licencia —prosiguió—. Una vez que hayas pasado el examen, buscaremos comprarte un coche para que te sientas más independiente.
Pensé en el Bentley en el que fui con Faye hasta Venice Beach y le pregunté a mi padre si el choche era suyo o de Michelle.
—No —me respondió, riendo—. No tengo idea por qué lo tiene. Quizá tiene padres ricos y hace de niñera de Val solo por gusto. Es muy amable, ¿no crees?
Asentí
—¿Cómo la encontraron?
—En realidad, ella nos encontró a nosotros —contestó mi padre, y paró el motor—. A principios de diciembre llegó a la casa y dijo que había oído que necesitábamos una niñera. Lo cual no era cierto. Val tenía una especie de empleada, pero no se llevaban bien —mi padre sonrió con malicia—. Tú no eres la única que nos ha traído complicaciones recientemente. Dos días antes de que se presentara Faye, Val había encerrado a la empleada en el baño. La pobre pasó allí media tarde. Mientras, Val aprendió por su cuenta a nadar en la piscina. Michelle tuvo un ataque de nervios. Así que Faye se presentó en el momento oportuno y Val la quiso desde el primer instante. Últimamente tampoco ha sido fácil tratar a Val. La alteró bastante que su hermana mayor hubiera llegado y no quisiera hablar con nadie.
Aparté mi vista y jugueteé con el borde del suéter. De todo eso no había entendido ni pizca.
—¿Estás lista? —me preguntó.
Asentí y le acompañé hasta la entrada de la Pacific Palisades Charter High School Home of the Dolphins. A la izquierda estaba una pared llena de color con figuras de delfines, y en el muro de enfrente, en estilo moderno, había pintados árboles de una selva virgen, entre los cuales asomaban un tigre. Junto se leía: It can be a jungle out there... keep your life alcohol and drug free (Puede ser como una jungle allá afuera: mantén tu vida lejos del alcohol y las drogas).
Las instalaciones eran amplias y parecía tratarse de uno de esos colleges que se ven en las películas norteamericanas y, de hecho, como me contó mi padre, aquí se habían rodado numerosos filmes. Junto a las películas de Halloween que me había escrito Suse, aquí también se filmaron viejas cintas como Vaselina, así como Crazy/Beautiful, con la actriz Kirsten Dunst.
Parecía que mi papá ya había desechado los prejuicios que tenía contra las escuelas públicas. Me tomó del brazo y me encaminó al patio. Eché una mirada a la cafetería, miré las cuidadas extensiones de césped, los largos pasillos con lockers, el corredor rumbo a la piscina al aire libre y los cuidadores uniformados que patrullaban los predios en pequeños carritos de golf. Enseguida nos detuvieron y, cortés pero inequívocamente, nos instaron a que nos encamináramos directamente a la Dirección de la escuela. Para detenerse en los predios era necesario portar una autorización.
—Así funcionan las cosas en el país de las posibilidades ilimitadas —comentó mi padre y esbozó una sonrisita—. Necesitas una autorización para cualquier actividad, por mínima que sea. Incluso si quieres orinar tienes que ir con el maestro para que te dé una autorización. Pero no te preocupes, pronto te acostumbrarás.
Recorrimos un pasillo con incontables departamentos: Oficina de Salud, Magnet Office, Despacho del Counselor, Departamento de Recursos Humanos, una Dirección General, una Oficina de Noticias (donde un alumno, por el altavoz, comunicaba los actos del día) y, finalmente, la Oficina Principal, la famosa Dirección. Era una habitación grande y cuadrada, cuya instalación dejaba ver que existía mucho movimiento.
Sobre la desgastada mesa de madera que había detrás del mostrador de entrada había viejas computadoras, de las paredes salían los extremos de cables retorcidos, y en los estantes se amontonaban carpetas. En las paredes colgaban fotos de los maestros y en un gran anaquel se alineaban unos tras otros los trofeos y diplomas de los triunfadores.
Sobre el mostrador: folletos sobre la prevención de adicciones, programas antidrogas y líneas telefónicas permanentes (hotlines) de chicos que ayudan a otros chicos. Pero, en total, la atmósfera reflejaba un seductor y amistoso caos.
Los alumnos entraban y salían, algunos miraban curiosos con el rabillo del ojo, y de la mesa se levantó una robusta afroamericana de dos metros de estatura, labios pintarrajeados de rosa y hondos hoyuelos en las rebosantes mejillas.
—Tú eres Rebecca Wolff —me saludó con atronador vozarrón y me presentó una gigantesca zarpa—. ¡Qué bien que te hayas decidido por nuestra escuela! Hacía mucho que no teníamos una alumna de Alemania. Me encanta Alemania. Una vez estuve allí de vacaciones, en ¿Hedelbarg, Hodelber...? —se desternilló de risa de su pronunciación—. El caso es que fue absolutamente maravilloso. Desde luego que ustedes tienen la mejor cerveza. ¡Y el café!
La gigantesca mujer palmeó las manos ante su pecho, juntándolas como si fuera a rezar.
—¡Y el pan alemán! Me encanta el pan alemán. ¡Me envenenarían con él! ¿Cómo lo llaman? ¿Schwarzenbroad?
Pronunció la palabra como si, con diecisiete chicles en la boca, hubiera querido decir Schwarzenegger, y soltó otra serie de risas. Antes de que me sintiera desconcertada sobre qué responder, se abrió la puerta del cuarto posterior. Apareció un individuo algo y enjuto, de cabello ralo. Se presentó como Míster Stromberg y nos invitó a que lo siguiéramos a su despacho.
Mi padre y yo nos sentamos en dos cómodos sillones de cuero. Mientras Míster Stromberg revisaba mis calificaciones y los certificados de vacunación (que era muy probable que hubiera enviado o traído consigo Janne), dejé que mi vista vagara por las altas estanterías de libros que cubrían las paredes. Para mi sorpresa, vi toda clase de literatura europea; las obras de Kafka, Goethe, y Thomas Mann llenaban medio anaquel; y también Agatha Christie y Charles Dickens parecían pertenecer a las lecturas favoritas de mi nuevo director escolar.
Finalmente, Míster Stromberg me hizo un par de preguntas sobre mis aficiones y materias favoritas. Luego de que mi padre le explicó que me criaron bilingüe, optó por evitar una prueba de ingreso y enviarme de inmediato al undécimo grado.
—Si tienes dificultades con algo, puedes venir conmigo todas las veces o con el tutor que corresponda, que también te ayudará a estructurar tu plan de estudios —el director se quedó mirándome y añadió—: ¿Tienes alguna pregunta?
Yo no tenía preguntas. Al contrario: ya de por sí el término "plan de estudios" sonaba tan aburridamente normal, que de inmediato comprendí que Faye había tenido completa razón. Este era el único camino correcto.
Continuara...
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Lucian (TERMINADA)
Roman pour AdolescentsUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...