Su rostro afilado estaba totalmente desfigurado por el odio que albergaba, y pude entenderlo. Había confiado en Janne y ella lo había traicionado peor que a mí. Mi comprensivísima madre terapeuta no había pensado ni un segundo en los sentimientos de su paciente. Lejos de ayudar a Lucian,lo había engañado, aun bajo hipnosis. Me miré la mano. La uña del dedo anular estaba rota.
—El sueño en el que tú —tragué saliva— me colocabas en la cama. La mujer que de repente se presentó en la puerta y que por poco reconoces era mi madre. Durante tu hipnosis...
Lo miré y noté que no le importaba lo que yo decía, y que no lograría llegara él. Precisamente ahora, que estaba más cerca de mí, no me daba oportunidad alguna.
Cuando habló, su voz era suave y ausente:
—Escucha. Estoy harto. Definitivamente, me importa una mierda por qué sueño contigo, se trate del futuro o del pasado. Renuncio. Dile a tu madre que se vaya al infierno. Si lo que quiere es proteger a su niña, haría mejor en encerrarte, y si cree que tiene algo contra mí en su poder, entonces se equivoca. Voy a desaparecer. Debe haber algún lugar adonde no puedas seguirme. Y ahora vete.
Las últimas palabras las dijo con tal desprecio que más bien las escupió.Se apartó de la puerta y la mantuvo abierta.
—¡Fuera! ¡Vete! ¡Para pronto es tarde! ¡Lárgate!
Me quedé como tullida.
Sin decir más, se fue. Poco después me puse en movimiento. No sentía nada, ningún dolor, ningún temblor. Todo era vacío.
Tambaleante, recorrí el largo pasillo. Cegada por las lágrimas, empujé la puerta del apartamento y descendí la escalera a trompicones. Me quedé en la entrada. Puse la mano en la manija, pero no logré abrir. No era fuerza lo que me faltaba, sentía como si se me hubiera desprendido la mano de las funciones de mi cerebro.
Me di la vuelta y recorrí todo el camino hacia arriba. Al llegar al quinto piso me faltaba el aire como si hubiera subido el Everest. En la placa del timbre no aparecía ningún apellido, sino el nombre de una empresa: Eternal Funds (Fondos Eternos).
No hablé, no toqué, no salía de mí ningún sonido. Solo apoyé la frente contra la fría madera. Cuando la puerta se abrió, casi caigo de bruces. Lucian tomó mi muñeca, y con un rudo movimiento me metió en la vivienda. Con la otra mano cerró la puerta de un golpe y luego me empujó contra la pared. Me sujetó por los hombros y noté que todo su cuerpo temblaba. No me miraba; su vista estaba fija en un punto invisible junto a mi cabeza, y sus ojos oscuros ardían con desesperación pura. Sus manos me oprimían con más firmeza, y por un momento pensé que iba agolpearme pero, extrañamente, ese pensamiento no me producía ningún temor. Me apreté aún más contra su pecho hasta sentir cómo las costillas subían y bajaban bajo su piel, cada vez con más intensidad, cada vez más rápido, como su allí dentro se desencadenara una tormenta. Entonces apartó la vista de la pared, pero el destello en sus ojos no se apagaba; entonces me miró. Y luego desistió.
No fue un beso. Fue como el momento decisivo de una lucha salvaje. Nuestros labios se encontraron ciegamente; sonó un jadeo, no sé si suyo o mío.
Cerré los ojos y busqué sus manos, las moví brazos arriba hasta los hombros, luego al cuello, al cabello, de manera tanto suave como firme... Luego hacia las orejas, las mejillas, en donde sus vellos se sentían como fina arena. Sus manos estaban en mi pelo, en mi nuca, se agarraban de mi. Yo seguía con los ojos cerrados, no quería ver nada, solo sentir, abandonarme a esa calidez, esa tranquilidad, en él, en nosotros. Y sentíque a él le ocurría lo mismo.
Tras un momento interminable, sus dedos rodearon los míos y se apartó de mí, suave pero decidido.
—¡Oye! —escuché su voz suave y ronca—. ¡Mírame!
Tomó mi cara con ambas manos.
Como en cámara lenta, abrí los ojos.
—Quiero mostrarte algo —dijo—. ¿Estás lista?
Lo miré. Me soltó, levantó las manos y me las mostró con el dorso hacia mí, milímetro a milímetro con un movimiento fluido, en cámara lenta. Cuando estaban ante mi rostro, las giró con la misma lentitud de movimientos, hasta que ambas palmas quedaron abiertas frente a mí.
Era la primera vez que yo miraba las palmas de sus manos de manera real y consciente, y necesité un momento para entender lo que me quería mostrar.
Entonces comprendí.
Le faltaban las líneas, el patrón, los diminutos senderos entrelazados que todo ser humano tiene en sus palmas, en los dedos y hasta en las yemas.
Las palmas de Lucian eran lisas.
—¿Entiendes ahora? —rompió el silencio—. ¿Entiendes ahora lo que quiero decir cuando digo que no sé quién soy?
Continuara...
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Lucian (TERMINADA)
Teen FictionUna joven se enamora de un hombre que parece ser un vagabundo, y están unidos por algo: él es su ángel guardián, pero no recuerda nada porque padece amnesia. Lo único que sabe es que cada sueño que Lucian tiene sobre Rebecca, se hace realidad...